Cuando escribí la primer nota sobre nuestros barrios, decía: “Hablar de nuestros barrios es hablar de nosotros alguna vez en algún barrio y del modo como el barrio nos habla”. Hay barrios de los que no podría hablar porque en ellos no forjé ninguna vivencia y otros que me han dejado señales, marcas en la vida. Quiero decir que mi pretensión de hablar de los barrios de San Juan nunca será tan objetiva como quisiera, me expresaré del modo como esos lugares me han alcanzado sus cosas.

Hoy cayó en mi pecho Trinidad, que se me avecina al alma a partir de las estrofas de Don Félix Blanco en su “Nochecitas de San Juan”, cuando nos declara sobre Valdivia y Trinidad y delata sus nostalgias de una provincia que selló a fuego a este hombre de Buenos Aires que nos cantó como los mejores de los nuestros, porque San Juan lo enamoró…

Pero también Trinidad se me allega de la mano delgada y cálida de mi padre cuando ilusionado, emocionado, eufórico nos llevaba a la cancha de aquel Independiente humilde y épico como el que más, cuando el fútbol atiborraba las canchas sanjuaninas y nos contaba que ese día no podría jugar el “garrapata” Agrave o el grandote Serra que trajeron de la Capital Federal. Y se prolonga en las epopeyas edificadas con el otro “guapo” de Trinidad, el Atlético Los Andes, en duelos que dejaron señales indelebles en las calles aún campechanas de una barriada que jamás hubiera pensado que los eternos adversarios pudieran sellar un abrazo. Pero la historia no la trazamos como se nos antoja sino como podemos. Fue así que un día el hombre dijo no a los desencuentros y de aquella épica historia de rivalidades un día las dos instituciones coparon Trinidad, pero juntas. Y tan es así que la historia no la diseñamos a capricho, que pensamos para el nuevo club los colores amarillo ocre y marrón, para evitar toda posibilidad de resucitar viejos amores divididos; pero el tiempo se encargaría de resucitar vivencias y, como aquellas plantas que nos empeñamos en desterrar, pero que un día cualquiera reaparecen de entre las cenizas y nos convencen que es imposible matar la vida, cuando nadie lo pensaba el nuevo Trinidad adoptó los colores rojo y negro, básicos de las antiguas divisas adversarias. Y -vaya curva de la vida- hace unos días acoplaron al rojo y negro una camiseta alternativa amarilla. Los viejos sueños nunca mueren.

Trinidad se me viene al alma como barrio aún humilde. El progreso no ha podido borrar las callecitas, el asfalto ha sido herido por los cortes de breves pasajes obstinados en la sobrevida, casi callejones que se empecinan en recordar nuestros pasos, en erigirse en monumentos que posiblemente algún día nadie preserve como signos de nuestra historia; Trinidad sigue siendo fiel a sí misma; los “turcos” del barrio mantienen la estirpe de su club de Hockey; en la confluencia de calle General Acha y Abraham Tapia, cerquita de la Iglesia departamental, se consolida la imagen bonachona y laboriosa de don Domingo Palacios reparando bicicletas pro celestes que buscan cielo como volantines de aluminio y caucho y siguen pedaleando las infancias de los hombres que por allí dejaron con honra la niñez atada a algún poste de esa esquina.

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete