“Muy feliz de volver, San Juan es un lugar preferido por mí, he pasado momentos muy bellos en esta provincia’, dice con su característica amabilidad Raúl Candal (72), quien regresó para dictar un seminario a bailarines locales este fin de semana. La actividad se desarrolla en el marco de las celebraciones por los 40 años del Studio Uno -dirigido por Celina Castro y Alejandra Lloveras-, como parte de un proyecto seleccionado por Ley de Mecenazgo que, con apoyo del Ministerio de Turismo, Cultura y Deporte y patrocinio de Fundación Banco San Juan, contempla la llegada de diferentes maestros esta temporada.
Candal, quien se destacó por su labor en el Teatro Colón, primero como bailarín -durante casi dos décadas fue primera figura de la compañía, la mayor parte con Silvia Bazilis como partenaire- y luego como director, buscará transmitir a las nuevas generaciones parte de esa copiosa experiencia en los escenarios, de los que se retiró por decisión propia. De cómo ingresó, cómo vivió y cómo se alejó de esa vida de protagónicos y ovaciones, habló con DIARIO DE CUYO. Una historia personal que puede inspirar a jóvenes promesas.
– ¿Cómo fue su ingreso al mundo del ballet?
– Yo fui gimnasta, participaba de los intercolegiales y empecé a competir a nivel nacional con Gimnasia y Esgrima. El profesor nos llevaba a ver danza para mejorar nuestros movimientos. Así empecé a ver ballet, ya grande, y me gustó mucho… Tuve la posibilidad de ver la última función del Ballet estable del Colón antes de la tragedia de 1971 (NdeR: cuando se estrelló el avión que lo trasladaba a Chubut), que me impactó mucho. Bueno, todos me decían que yo tenía posibilidades y aunque había iniciado el profesorado de Gimnasia, decidí probar. Tendría 18 o 19 años, le pregunté a Enrique Lommi -marido de Olga Ferri, mi primer maestro- si tenía condiciones, me dijo que sí y abandoné el profesorado.
– Era “grande’, pero con una previa que sirvió…
– Claro, porque al haber hecho gimnasia artística no era lo mismo que empezar de cero, así que la transición fue muy buena.
– De igual modo era dejar algo conocido por algo por conocer…
– Sí, como la película Momento de decisión, de Baryshnikov. La pregunta fue: “Quiero enseñarle a la gente a moverse o quiero moverme yo?. Y fue lo segundo, así que me decidí por la danza, ante la extrañeza de mi familia, que luego me apoyó. A los seis meses de haber empezado, ya estaba contratado en el Colón.
– ¿Eran tiempos de prejuicios, o ya no?
– Sí, por supuesto, pero yo tenía el apoyo de mi familia y de mis amigos; y podía decidir si me importaba o no lo que pudieran pensar…
– No le importó el “qué dirán’…
– Nunca. Si hubiera pensado en el qué dirán, no habría hecho la carrera que hice. Lo importante es tener convicción y estar enfocado, creo que de los bailarines profesionales llegan los que están más enfocados en su carrera, no los que pierden el tiempo escuchando a los demás.
– ¿Qué es lo que más lo impactó de este universo?
– La primera vez que entré al Colón fue a los 16, 17 años, a ver un espectáculo, pero no tenía idea del mundo fascinante que era… El escenario, los ensayos, los coreógrafos, el vestuario, la escenografía… Todo absolutamente nuevo para mí. Fue como entrar en un cuento, en una fábrica de objetos, de ilusiones, de arte…
– ¿Sintió que era su lugar?
– Desde el primer momento.
– ¿Y qué le resultó más desafiante?
– No sé si hubo algo desafiante… Fui creciendo de a poco y con la suerte de tener maestros y coreógrafos muy buenos, que me ayudaron a evolucionar como artista y a quienes siempre agradezco. Y tuve la fortuna de que los bailarines mayores también me daban consejos, pequeñas cosas que no se enseñan una clase… Si uno presta atención, se aprende mucho de eso.
– ¿Qué encontró en la danza que no tenía antes?
– La posibilidad de expresarme, de comunicarme con la gente a partir del movimiento. Es un ida y vuelta energético fascinante, no hay muchas palabras para explicarlo.
– ¿Cambió algo cuando pasó del cuerpo de baile a primer bailarín?
– Estuve 21 años bailando en el Colón. Entré en el “73, en el “75 ya estaba haciendo roles de primer bailarín y formalmente gané ese cargo por concurso en el “77, por unanimidad… Pero nada cambió. Fuera en el cuerpo de baile o simplemente parado en el escenario con una trompeta -que me pasó en Lago de los Cisnes, cuando hice “el custodio de la reina’, que no hace nada- le he puesto siempre las mismas ganas a todo.
– De cada lugar se aprende…
– Absolutamente. Además el artista tiene que darse cuenta de que es una pieza del todo, no hay primer bailarín sin un gran cuerpo de baile y viceversa.
– Eso se complica con las vanidades…
– El ego en los artistas siempre está, lo que hay que hacer es tomarlo como impulso para crecer. Debe servir para que uno mejore, pero no en competencia con otros, sino con uno mismo. Yo nunca pretendí ser mejor que otro, sino mejor que yo mismo.
– ¿Tuvo posibilidad de entrar a compañías extranjeras?
– Sí, en Estados Unidos, pero decidí no irme.
– ¿Se arrepintió alguna vez?
– En determinadas ocasiones, pero lo pienso ahora y no me arrepiento. Ya tenía un hijo, luego tuve otro, tengo un gran vínculo con ellos, mis padres… la familia tira mucho. Y además, afuera uno siempre es foráneo.
– ¿Cuándo y por qué decidió retirarse?
– Me retiré con 42 años del Colón. Quería retirarme bailando bien, porque había visto bailarines que admiré mucho, pretendiendo seguir cuando ya no estaban en condiciones, y me dio mucha pena. Y también era hora de que la gente joven tomara la posta, como fue con nosotros.
– ¿Recuerda el fin de la última función? ¿Qué sintió?
– Esa última función fue maravillosa, muy emocionante, conmovedora. La decisión estaba tomada, así que fue una mezcla de cosas y alegría por la tarea cumplida… Si uno completa bien una etapa, la satisfacción es muy grande. Y bueno, lanzarse a una nueva, porque unos años antes ya había empezado a dar clases. Si ya no bailaba yo, que bailaran otros…
– Tiempo de hacer mover a otros…
– Como al principio. Cuando empecé a bailar fue porque dije “Es tiempo de aprender y de expresarme yo, ya llegará el tiempo de apoyar a los demás’. Y llegó. Desde mi retiro, esa es mi tarea, dejar una huella como maestro.
– ¿Extrañó alguna vez?
– Hay sensaciones que se viven solo cuando se está en el escenario, pero hay que aceptar que la carrera tiene un principio y un fin y desde ahí uno puede transcurrir mejor esa transición. Yo me preparé para abandonar la carrera, para que esa transición fuera buena. Es cierto que no todo el que baila puede enseñar… La enseñanza es una vocación. Yo disfruto cuando los chicos logran cosas a través de lo que puedo aportarles, me hace feliz… Me quedo con eso.

