En el corazón de Río de Janeiro se ubica la favela Cantagalo, uno de los lugares más peligrosos de la ciudad. Desde allí se pueden ver paisajes paradisíacos: de un lado está Copacabana, del otro Ipanema, pero la realidad de los habitantes de ese lugar poco tiene que ver con la calma del turismo y el descanso en la playa. TN entró allí con el cronista Martín González y pudo capturar imágenes y testimonios inéditos de una realidad tan cruda como naturalizada.

A dos días del operativo policial más letal de la historia de Brasil, en Cantalago se vive como si no hubiese pasado nada inesperado o como si lo que sucedió mereciera ser olvidado pronto. Hermetismo.

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Grupo de recolectores en la favela.

Por el despliegue, que ocurrió en las favelas de Alemão y Penha, 120 personas fueron abatidas. Las consecuencias se extendieron durante el miércoles cuando la gente comenzó a llevar los cuerpos a la calle. También denunció mutilaciones. Pero la dimensión de peligro, tensión y criminalidad parecía perderse solo a minutos del lugar: en aquellos sitios donde llega el turismo no se alcanzaba a traducir la temperatura exacta de lo que estaba sucediendo. Lo comentó el embajador argentino en Brasil, Daniel Raimondi.

González caminó lentamente cada metro que pudo recorrer de Cantalago. Con los detalles mostró la radiografía del lugar: un paso moderado por los locales, con autorizaciones y pactos que se trazaron en vivo, con órdenes intempestivas para retroceder o no mostrar escenas y con mucha indiferencia propia del contexto.

“Siempre que uno entra a estos lugares lo hace guiado. No se puede filmar y recorrer de cualquier forma. Para entrar a Cantagalo se necesita a un morador que es el que, de alguna manera, hace la gestión”, explicó.

El hombre que le habilitó el ingresó y lo escoltó en su paso por la comunidad justificó: “La vida acá es muy dificultosa”.

Marginalidad, ausencia del estado y delito: el día a día en la favela

Según el morador, dentro de la comunidad hay tres escuelas. “La educación es buena”, calificó; y detalló que “va desde jardín de infantes hasta secundario completo”.

Los locales no reniegan del ojo ajeno. De alguna manera se acostumbraron al prejuicio. “La palabra favela es buena, pero para el que vive acá. Muchos la usan de una manera despectiva. Para el morador no representa una connotación negativa”, aseguró.

La entrada del móvil de TN a los pasillos de la favela alteró el movimiento normal del lugar.

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Lo que pasó ayer es una situación pesadaa para todos los que viven en la comunidad. Más allá de que se hablé poco de lo que sucedió, todos saben que los cuerpos de los muertos fueron más de cien y se acumularon tendidos en las calles mientras familiares intentaban reconocerlos.

“Es algo muy triste”, dijo el morador con simpleza, pero contundencia.

“La sensación de no tener el control”

Martín González describió segundo a segundo no solo lo que vio sino también cómo se sintió: con extrañeza. Dijo que no sentía precisamente miedo, sino algo que no podía describir: “Estás como fuera de control”, definió.

En aquel lugar, donde habitan entre 7 mil y 8 mil personas, parece no haber nadie y de pronto la escena se convierte en un hormiguero. El peligro se asoma de varias partes: el tránsito es caótico, las construcciones altísimas y las personas se mueven acompañadas.

“Nadie quiere hablar. Uno tiene la certeza de que estás incomodando a mucha gente y, además, va viendo cosas de los lugares a los que te dicen que no podés pasar que te dan elementos para creer que no controlás nada”, detalló.