Fueron once días que parecieron eternos. Un joven perdido, una familia desesperada y miles de sanjuaninos en vilo, entre la esperanza que se apagaba con el correr de las horas y el dolor que conlleva la empatía. Un andinista había desaparecido, generando una enorme conmoción pública, como pocas veces antes.

Todo comenzó el 1 de abril de 2001. Guillermo Peralta y Sebastián Navarro escalaron el cerro Santa Rosa, de Zonda. Cuando hicieron cumbre, Guillermo decidió seguir un poco más y escalar el cerro Blanco. Un accidente le impidió regresar y pese a una intensa búsqueda, su amigo no volvió a verlo, por lo que decidió bajar para pedir ayuda.

Al día siguiente empezó el operativo formal. Primero comenzaron a buscarlo andinistas y policías. Ya en los últimos días, más de 100 montañistas, dos helicópteros, decenas de camionetas, motos y caballos se sumaron a los rastrillajes, convirtiéndose en el operativo de rescate más importante de la historia de la provincia. Guillermo era buscado por cielo y tierra. Hasta el entonces gobernador Avelín se hizo presente en la zona para que lo mantuvieran al tanto de cualquier novedad.  

Fue el operativo de búsqueda de un andinista más importante en la historia de la provincia.

Si luego de cuatro días, hallarlo con vida ya parecía improbable, un fuerte temporal de nieve complicó las cosas. Esa noche, la temperatura era inferior a los -5º y la niebla era espesa. De hecho, varios grupos tuvieron que abandonar las tareas debido a las pésimas condiciones meteorológicas. Además, ese cordón montañoso tenía incontables quebradas sumamente angostas y profundas.

Las horas siguieron pasando. Los diarios, programas radiales y noticieros de TV se encargaban de mantener informada a una población que, a esa altura, necesitaba desesperadamente tener novedades del caso. El padre de Guillermo y sus hermanos no se alejaron ni un instante del lugar. Todo era angustia y desesperación. Las chances de encontrarlo vivo se esfumaban lentamente.

Pero el milagro llegó. Pese al fuerte viento Zonda, los andinistas Luis Codorniú y Esteban Arellano se las arreglaron para llegar hasta la Quebrada de Chacayes. Allí comenzaron a gritar esperando alguna respuesta. Uno de ellos oyó un sonido, hicieron silencio y preguntaron: “¿Guillermo?” Se escuchó un tibio “Sí”. Era el joven y estaba vivo, aprisionado en una grieta de al menos 15 metros de profundidad, sin poder subir ni bajar.  

Luis Codorniú y Esteban Arellano, los rescatistas héroes.

Con cuerdas y poleas, Esteban bajó y le acercó un chocolate, mientras Luis regresó al punto de partida para comunicar la buena nueva y buscar ayuda. Ante la imposibilidad de lograr un descenso exitoso, pasaron la noche allí. Luego de sacarlo de la grieta, le dieron agua, pasas y un picadillo. Con las pocas fuerzas que tenía, el chico agradeció y entre sonrisas prometió un asado. Lo cubrieron con una colcha térmica y durmieron.

Rescatistas llevan en camilla a Guillermo hasta el helicóptero.

Guillermo tenía un tobillo quebrado, fractura de pelvis y tabique nasal, y hundimiento de los senos frontales. Extremadamente delgado, tenía un avanzado cuadro de desnutrición, anemia y deshidratación. Al momento de bajar, siempre lo hizo sobre los hombros de algún voluntario. Así durante 6 horas hasta llegar al helicóptero que lo trasladó al el Hospital Rawson.

A lo largo de los 11 días de búsqueda, Guillermo escuchó todo: los gritos de los escaladores y el ruido de los helicópteros que sobrevolaban la región, con la impotencia de no poder hacer nada.

Allí, unos 1500 sanjuaninos se hicieron presentes para verlo llegar. Querían estar cerca, observarlo, como si necesitaran comprobar que el chico estaba vivo, que el llamado “milagro de Pascua” era verdad. Pocos eran amigos o allegados, el resto no lo conocía, nunca lo habían visto, pero ya lo sentían cercano, familiar.

Una multitud esperó por el joven en el Hospital Rawson.

La multitud se acercó a la explanada donde debía aterrizar el helicóptero. Todos atentos, con sus ojos puestos en el cielo, agitando pañuelos, entre nerviosos y alegres. Cuando la nave aterrizó, llegaron los gritos, aplausos y hasta las lágrimas.

Alfredo Avelín siguió muy de cerca toda la búsqueda y lloró de emoción cuando le notificaron que el chico estaba vivo. "Todos dimos gracias a Dios y comprendimos que este fue un mensaje de Pascua", dijo.

Hubo avalanchas y hasta la policía tuvo que intervenir para evitar que alguno de los curiosos resultara herido. Incluso se lo vio a Avelín forcejeando para tratar de llegar a la ambulancia a la que, segundos antes, habían subido a Guillermo. Descontrolados, muchos golpeaban los vidrios de la movilidad y apoyaban sus caras esperando ver algo de lo que sucedía adentro. Al momento de ingresar al nosocomio en camilla, vieron cómo el chico respondía a tantas muestras de afecto, levantando sus brazos, agradecido.  

Guillermo, llevado en brazos, extremadamente delgado.

El único sustento que Peralta llevaba consigo era una bolsa con 100 gramos de pasas que se le terminaron al día siguiente de extraviarse. Luego se alimentó con raíces, cactus, yuyos y alguna otra cosa que encontró en el lugar. También logró tomar el agua que escurría de una vertiente, con una tapita, porque era muy poca.  

Para los profesionales que lo atendieron, su impecable estado físico debido a sus constantes actividades gimnásticas, su edad, y el hecho que se mantuviera despierto y atento la mayor parte del tiempo, fueron factores fundamentales para mantenerse con vida.

Todavía internado, Guillermo habló con DIARIO DE CUYO. “La noche era lo más difícil, pero trataba de dormir la mayor cantidad de horas para que pasaran rápido. Aparte sabía que a la noche dejaban de buscar. Confié mucho en que iban a buscarme hasta encontrarme. No hubo un solo día en que no pensara que me seguían buscando, siempre esperé que alguien apareciera”, dijo en ese momento.

Actualmente, Peralta tiene 40 años, vive desde hace un tiempo en Chile y ya no le interesa hablar sobre lo ocurrido.