Sabía que su hijo llegaría pronto. Sintió los primeros dolores y con tranquilidad preparó una palangana para lavarse antes de pedirle a su marido, quien estaba en la vereda leyendo el diario, que la llevara al hospital. De golpe, vio que el agua comenzaba a saltar afuera del recipiente. Eran las 20.52 del sábado 15 de enero de 1944 cuando salió asustada. No terminaba de entender qué pasaba, no sabía que estaba percibiendo el terremoto más atroz que le tocó vivir a San Juan. Tomó a Zulema, su hija mayor, y salió a buscar a su esposo, pero él no estaba. Se quedó sentada, sin poder moverse y sintió caer su casa a sus espaldas. Quizá por los gritos, los llantos, los pedidos de auxilio y la devastación que había afuera del seno materno, el bebé se resistió a salir. Por eso, Adelina Martina Jofré tuvo que sufrir por horas antes de dar a luz a su hijo, horas después de sismo. Y lo llamó Antonio, en referencia al santo de las causas perdidas.

Según el historiador Rubén Darío Guzmán, quien habló con Adelina cuando aún vivía e investigó los registros de la época, ese fue el primer nacimiento posterior al terremoto. Ahora, a punto de cumplir 70 años, Antonio Ríos cuenta lo que le narró su padre, Félix Ríos, sobre esa terrible jornada.

“Cuando mi mamá salió de la casa de Concepción para buscar a mi papá no lo encontró porque él había entrado para sacarla de la vivienda, pero por otra puerta. Al ver que mi madre y mi hermana no estaban allí, mi padre se desesperó y entre el susto y el caos, se cayó a un pozo ciego que él había estado cavando. Mientras veía caer escombros por todos lados intentaba salir lo más rápido posible. Tenía miedo de que el pozo quedara tapado”, dice Antonio mientras se le acelera la voz. Aún con su espalda golpeada tras la caída, don Ríos logró salir y al llegar a la calle vio a su mujer y a su hija en medio de un mundo de espanto. “Mi papá decía que la gente lloraba, pedía ayuda, luchaba por salvar a quienes habían quedado atrapados entre los escombros y desde ellos se oían gemidos. Nadie podía mantenerse en pie porque la tierra se ondulaba como una víbora. No había tiempo de consolarse unos a otros, cada uno estaba ocupado en lo suyo”, relata el hombre.

Las horas pasaban, la noche ya había caído y comenzaban a pasar las horas del día 16, sin embargo, todo seguía igual. Entonces, Félix se dio cuenta de que nadie iba a auxiliar a su mujer y decidió tomar cartas en el asunto. Llevó a su esposa al fondo y la dejó bajo un duraznero para salir a buscar ayuda. Caminó rumbo al hospital aún cuando pensaba que lo que estaba haciendo era en vano, porque no habría nadie desocupado y dispuesto a atenderlo. Iba doblado por el dolor de su espalda cuando vio lo que pareció un espejismo en medio de la desolación: una ambulancia.

Era un vehículo que había llegado con enfermeros y médicos desde Mendoza. El hombre se interpuso en su camino y empezó a pedir ayuda a gritos hasta que logró que la ambulancia se detuviera y los médicos los acompañaran a su casa.

Cuando llegaron vieron que Adelina había roto bolsa y ya casi no tenía fuerzas. Pero gracias a la asistencia de los especialistas logró parir. “No creo que haya sido una casualidad -reflexiona hoy Antonio- sin ninguna duda hay alguien en el universo que dirige todas las cosas. Si mi papá no hubiera encontrado a esas personas, otra sería la historia”.

Tras el nacimiento y en medio de la pobreza, la familia se mudó a Mendoza. Pero volvió unos años después, para formar su hogar en Caucete y luego retomar su vida en la ciudad, aunque en otro domicilio. “Cuando fui ya un hombre, habré tenido unos 14 años, mi padre me llevó a ver dónde nací. Allí había entonces una carpintería, el dueño era un hombre de apellido Pozo. Él nos contó que nunca quiso sacar el duraznero porque conocía mi historia por el relato de los vecinos y lo consideraba un árbol histórico”, cuenta con orgullo Antonio, quien desde muy joven vive en Chubut. Y dice que “hoy soy un hombre feliz. Sé de dónde vengo y hacia dónde voy. Y en mi cabeza, en la nuca, tengo un lunar de nacimiento con forma de racimo de uva, un antojo de mamá y un recuerdo de mi tierra querida”.