Laura recuerda las tardes en las que siendo quinceañera, en vez de jugar o estudiar como sus compañeras, tomaba la guía de su casa y marcaba en el teléfono fijo los números de todos los Furlani que encontraba.
Más grande, ya en la era de las redes, mandaba solicitudes de amistad a todas las cuentas de Facebook que llevaban ese apellido.
Pasaron muchos años entre una situación y la otra, pero la sensación sigue siendo la misma: angustia y el alma vacía, porque su mamá biológica no aparece.
Laura Margarita Espejo tiene 52 años. Fue entregada, o sustraída, al nacer. Ella se inclina más por la segunda opción. También cree que existe un pacto de silencio y esa es su lucha actual: insistir para romperlo, batallar para que se anime a hablar la persona que tiene la llave de la verdad y los datos certeros que conducen a la mujer que tanto desea conocer.
La protagonista de esta historia vive en el centro de Jáchal. Es profesora de música aunque eligió ejercer la docencia como maestra de grado. Ya se jubiló pero ahora trabaja como DAI. Tiene 4 hijos de entre 16 y 36 años. Vive con su nueva pareja, un empleado bancario llamado Oscar Romero (52), en el centro jachallero.
Laura supuestamente nació el 6 de febrero de 1973 en el Hospital Rawson, pero la asentaron en Jáchal el día 12 de ese mes. Su partida de nacimiento dice que es hija de Camilo Marcelino Espejo y Laureana Nélida Carbajal, él jachallero y ella de Rodeo, Iglesia, donde tenían la casa. Pero esta hija única pronto iba a descubrir que ellos en realidad eran sus padres adoptivos.
¿Cómo se dio cuenta? Recuerda que ya en la Primaria unas niñas la molestaban con que era “adoptada”. Evidentemente de algún lado habían sacado ese dato que, pese a ser certero, lo utilizaban como burla. A Laura varias cosas no le cerraban. A su madre nunca pudo interrogarla: tenía 9 años cuando falleció, enferma de cáncer. Sin embargo, poco después tuvo la confirmación.
“Cuando mi mamá muere, me fui a vivir a Jáchal a la casa de mi abuelita, con mis tías, mis primas y mi papá, que trabajaba allí, en el correo. Al margen de lo de mi mamá, mi infancia, gracias a Dios, ha sido muy feliz”, dice.
La ratificación de que Camilo y Laureana no eran sus padres biológicos llegó cuando Laura tenía 14 años, a través de una carta que le escribió una prima que además fue su madrina de Bautismo: “Yo venía haciendo preguntas en la familia y ella decidió aportarme datos”.
Según la información que recabó la docente, cuando nació en el Hospital Rawson había una mujer jachallera que trabajaba como enfermera o como empleada del archivo, que intervino para poner a la recién nacida en manos de otra familia. “Supuestamente mi mamá biológica me tuvo con 13 o 14 años. Me contaron que el padre de ella tenía una muy buena posición económica y era como una deshonra que la hija tuviera tan chiquita a una bebé. Entonces arman la maniobra ahí y quien se apropia de mí es esta posible enfermera jachallera, que es quien luego me entrega a mi madre adoptiva, con apenas días de vida. Entonces a los días me asientan en Jáchal y me llevan a Rodeo”, narra.
Todas esas referencias estaban en la carta redactada por la madrina, quien además aportó un dato fundamental: María Furlani, el nombre de la madre biológica. “El nombre estaba en el certificado de nacimiento, un papel que mi madre adoptiva le entrega a su hermano -padre de su madrina- antes de morir, diciéndole que lo guarde bajo siete llaves”, cuenta.
María Furlani en la actualidad tendría unos 65 años. Laura, con la ayuda de Oscar, han contactado a varios Furlani de San Juan, sin lograr nada concreto. Sin embargo, pese a la investigación que iniciaron, creen que todo sería más simple si se rompe el “pacto de silencio”: “Esta enfermera o empleada del archivo del Hospital Rawson está viva, vive en Jáchal. Tiene más de 80 años y fue mi madrina de Confirmación. Era muy amiga de mi mamá adoptiva”.
Esa señora se llama Blanca Jofré de Sánchez. “Varias veces he intentado ir a hablar con ella, pero me esquiva”, se lamenta la docente. Su pareja aporta que “es como que le tiene miedo. Laura una vez la enfrentó, bien, diciéndole que solamente quería conocer su verdadero origen, pero no tuvo suerte”. La docente recuerda ese día: “Le dije que solamente quería que me contara la historia completa y que me diera los datos para poder encontrar a mi madre biológica. Le expliqué que no le iba a hacer ningún problema, que no la iba a denunciar ni nada de eso. Pero me pidió que fuera otro día, que luego me iba a mandar a llamar… nunca más”.
Eso fue hace como 8 años, mientras que recientemente han probado con pedir ayuda a los hijos de la anciana, sin novedades hasta el momento. “Lamentablemente no sabemos cómo hacer ahora, porque está viejita”, se apena Laura.
Del padre biológico no posee ningún dato.
La mujer se emociona varias veces durante su relato: “De chiquita, desde el momento en que me dijo esa compañera que era adoptada, no pude sacarlo más de mi cabeza y de mi corazón. Después de eso ya nada fue igual: por más amor o cariño que me brindaran, había algo que no encajaba”.
Agrega que “quiero que estas palabras le toquen el alma a Blanca y pueda hablar. Que pierda el miedo. Puede que haya existido algún delito, pero no le vamos a hacer nada. Tengo una necesidad muy grande de encontrar mis raíces, sufro mucho en las fiestas de fin de año, en los días de la madre, en los cumpleaños, en los nacimientos de mis nietos… esa necesidad de tener a mi madre biológica, eso a mí me abre el pecho”.
“Ella es la que sabe todo, está nombrada en la carta como que fue quien habló con el padre de la jovencita embarazada para entregar a la bebé”, afirma Oscar, que está ciento por ciento comprometido con la causa, al punto que esta semana impulsó a su pareja para visitar varios sitios en Capital donde podían llegar a obtener datos, como el Hospital Rawson y el Registro Único de Adopción: “Pero no hemos tenidos suerte, no nos han podido ayudar”.
“La clave es Blanca. Es más, antes de que falleciera en el 2018, le pregunté a mi papá adoptivo y me dijo: ‘La Blanca sabe, vayan y hablen con ella’”, recuerda la maestra, que durante varios años tuvo que hacer terapia por la angustia que le genera todo esto.
“Mi temor es que ella muera y se lleve el secreto. Todos mis hijos me ayudan, quieren saber la verdad. Tengo la esperanza de que mi mamá está viva, no sería una mujer tan grande. Mi sueño es conocerla, sin ningún reproche. El tema de la identidad es algo que uno necesita saber, todo el mundo te puede ayudar pero solo yo puedo saber realmente lo que siento, es muy difícil”, añade.
Y cierra: “Me tengo fe. Tenemos un dato fundamental que es el nombre de mi mamá y la chance de que Blanca complete la historia. Mi gran duda es que tal vez mi madre no quiso entregarme y capaz que nunca supo lo que pasó con su hija. Hasta capaz le dijeron que su hija murió. Quiero decirle que acá estoy”.
Laura mira hacia adelante con una mezcla de fe y cansancio. Han pasado más de cinco décadas desde aquel febrero de 1973, pero su búsqueda no se apaga. En su casa del centro jachallero espera que la verdad llegue antes de que sea demasiado tarde. Que alguien, al fin, rompa el silencio.
Si tenés algún dato, comunicate con Laura Espejo al 2645607235.

