El arzobispo de San Juan de Cuyo, monseñor Jorge Eduardo Lozano, pidió hoy durante el tedeum en la Catedral no cortar la asistencia a los pobres, aludiendo al Gobierno nacional. “Es necesario poner la mirada en los que van cayendo en el camino. Sostener a los débiles hace que seamos fuertes en el amor. Una Nación grande es la que sabe cuidar a los pequeños”, dijo en la homilía.

“No podemos dejarnos vencer por una mirada fatalista que arrasa con los derechos de los más vulnerables. Si proclamamos la igualdad de oportunidades, hemos de cuidar a todos”, señaló, ante la presencia de las autoridades provinciales.

En la misma línea, siguió con su mensaje de unión: “Hay que cuidar los vínculos que nos unen como Nación, sin levantar muros de división y comprometiéndonos en tender puentes de solidaridad y encuentro. Vemos con dolor que se ha vuelto moneda corriente la ofensa, la descalificación, la calumnia. Lejos de ‘estar todos en la misma barca’ se impulsa el ‘sálvese quien pueda’ que nos empuja al ‘todos contra todos'”.

Luego, Lozano se refirió a la actualidad, puntualmente al escándalo nacional de la distribución de alimentos. “Las noticias que en estos días se han publicado acerca de la corrupción en la distribución de alimentos en algunos lugares del país son muy graves. No se debe malversar la comida destinada a los pobres. Eso es pisotear su dignidad y pudre el tejido social. Pero no es justo poner un manto de sospecha sobre tantos emprendimientos solidarios que se llevan adelante con esfuerzo y generosidad. Que se investigue y enjuicie a los culpables, pero que no se corte la asistencia a los pobres. Nunca mejor dicho que ‘terminan pagando justos por pecadores'”.

EL MENSAJE COMPLETO

El Evangelio que acabamos de proclamar nos relata un conflicto en la comunidad de los Apóstoles. Dos hermanos, Santiago y Juan, piden a Jesús asegurarse los puestos más importantes en el Reino de los Cielos. Querer estar uno de cada lado manifiesta la pretensión de hacer de filtro para cualquiera que quisiera acercarse al Rey.

Ellos tienen todavía una mirada mundana, como si el vínculo con Jesús fuera una cuestión de escalafón para ascender en puestos de privilegio y acomodo. (Mc 10, 33-45)

El contexto en el cual plantean esta solicitud está marcado por el anuncio que Jesús acaba de hacer: será encarcelado, condenado a muerte, azotado, crucificado y resucitará al tercer día. El Maestro les abrió su corazón para mostrar a sus amigos la gravedad del momento y el porvenir inmediato.

Sin embargo, esta confidencia es desoída o tomada como de menor importancia por los discípulos. La indignación de los otros diez fue movida porque los primerearon, más que por lo que implicaba semejante desubicación egoísta y manijera.

Con gran paciencia Jesús los reúne para enseñarles acerca del carácter servicial de la autoridad. No se trata de ejercer el poder avasallando con prepotencia. No es cuestión de comportarse como “dueños de las naciones” para disponer según el propio antojo.

La conclusión de la enseñanza es clara y sin ambigüedades: “El que quiera ser el primero que se haga servidor de todos”. (Mc 10, 44)

Los hombres y mujeres que fueron protagonistas de la Revolución de Mayo de 1810 dejaron la comodidad de sus casas para acudir a la convocatoria del Cabildo abierto con la consigna “el Pueblo quiere saber de qué se trata”. La decisión institucional fue madurando en la conciencia generada por la participación ciudadana.

También hoy es necesario pasar de ser simplemente habitantes que ocupamos un lugar, a considerarnos ciudadanos comprometidos con el bien común de la sociedad.

Nos hemos congregado hoy en esta Iglesia Catedral para dar gracias a Dios por los inicios de la Patria. Ustedes son servidores públicos, servidores de todos teniendo en cuenta nuestra vocación de ser Nación. Fueron convocados para ser administradores amigables de la casa común y para organizar la sociedad en vistas a la convivencia en justicia y paz.

Es necesario poner la mirada en los que van cayendo en el camino. Sostener a los débiles hace que seamos fuertes en el amor. Una Nación grande es la que sabe cuidar a los pequeños.

No podemos dejarnos vencer por una mirada fatalista que arrasa con los derechos de los más vulnerables. Si proclamamos la igualdad de oportunidades, hemos de cuidar a todos. Porque “Toda vida Vale”, desde la concepción hasta la muerte natural, en todas sus etapas y todas las dimensiones.

Hay que cuidar los vínculos que nos unen como Nación, sin levantar muros de división y comprometiéndonos en tender puentes de solidaridad y encuentro. Vemos con dolor que se ha vuelto moneda corriente la ofensa, la descalificación, la calumnia. Lejos de “estar todos en la misma barca” se impulsa el “sálvese quien pueda” que nos empuja al “todos contra todos”.

Las noticias que en estos días se han publicado acerca de la corrupción en la distribución de alimentos en algunos lugares del país son muy graves. No se debe malversar la comida destinada a los pobres. Eso es pisotear su dignidad y pudre el tejido social. Pero no es justo poner un manto de sospecha sobre tantos emprendimientos solidarios que se llevan adelante con esfuerzo y generosidad. Que se investigue y enjuicie a los culpables, pero que no se corte la asistencia a los pobres. Nunca mejor dicho que “terminan pagando justos por pecadores”.

La corrupción y el narcotráfico son cizaña que ahoga los tallos de trigo. Desde hace décadas la inoperancia, los sobornos, la impunidad, la violencia, nos han llevado a un estado de situación cada vez más difícil. No se puede tener medias tintas.

Vivimos en el mundo situaciones difíciles y guerras que no cesan. Destrucción y muerte parecen instalarse sin dar oportunidad a la tregua y el diálogo.

En este contexto de decepción corremos el riesgo de pensar que no hay lugar para la esperanza. Sin embargo, es cuando más necesitamos mirar hacia horizontes que nos ayuden a caminar con un rumbo que nos movilice interiormente.

El año pasado el Papa convocó a un encuentro de Rectores de Universidades de diversos países del mundo. El lema que les propuso fue “organizar la esperanza”. No se trata de una virtud individual, sino colectiva.

San Pablo nos exhorta: “Ámense cordialmente con amor fraterno (…) y consideren como propias las necesidades de los pobres” (Rm 12, 10 – 13).

Dios nos ayuda con su gracia y nos hace miembros de una misma familia.

Jorge Eduardo Lozano

Arzobispo de San Juan de Cuyo

Argentina