Para ser maestra de un niño especial seguramente hay que nacer con una cuota de amor que todo lo puede. Estos chicos necesitan mucho más que educación formal porque sus necesidades afectivas y psicológicas trascienden esas fronteras. Ni pensar si a esto se suma la falta de recursos económicos para recibir atención médica y social. Una verdadera apuesta para quienes deciden llegar mucho más allá que al intelecto. Un desafío que Julia y Nancy Romero decidieron emprender hace 20 años cuando se recibieron de maestras especializadas en discapacitados mentales y comenzaron a dar clases.

Una vocación compartida entre hermanas y una tarea nada fácil: Educar a chicos con discapacidades desde leves hasta severas, con el agravante que en la mayoría de los casos pertenecen a familias de escasos recursos, sobre todo aquellos que asisten a escuelas o institutos estatales.

La tarea educativa es visiblemente diferente a la impartida al resto de los alumnos, y que además demanda no sólo una gran contención afectiva sino también ayuda para cubrir necesidades básicas como ropa, útiles escolares y asistencia médica.

Julia, quien además de ser docente especial es repostera, está al frente de dos talleres en las escuelas Hebe Arce de De Oro en Albardón y en la Fortabat en Capital. Allí, las personas entre 16 y 25 años aprenden habilidades básicas para elaborar panes, galletas, dulces, entre otras labores artesanales que le brindan la posibilidad de insertarse en la sociedad.

"El tema es que son grandes pero la edad mental es diferente y no cuentan con herramientas para integrarse a la vida laboral y social. Se supone que los alumnos no deben pasar los 25 años, sin embargo tengo uno de 36 que no tiene otra cosa que hacer. La escuela es su vida, como le impedís que vaya. Eso sí son grandes, les hablo y los trato como adultos", cuenta.

Nancy, por el contrario, está dedicada a chicos de hasta 10 años en la escuela de Albardón, y de 3 y 4 años en CAREM. Esta última franja comprende a pequeños que en la mayoría de los casos no caminan, usan pañales y requieren de toda la atención personal.

Ambas se encargan, junto a sus pares, de realizar rifas, pedir donaciones, y hasta sacar turnos en los médicos especialistas para atender las necesidades de sus alumnos.

"Esto pasa sobre todo en Albardón porque los chicos son de escasos recursos, pero por suerte vivimos pidiendo donaciones y así recibimos ayuda de particulares y también del Municipio", dice Nancy.

Otra de las tareas que es muy solicitada por los padres, es la de suministrar medicamentos pero las maestras no pueden hacerlo porque existe una resolución ministerial que se los prohibe por razones de seguridad.

"Por la edad que tienen mis alumnos también les ayudo a gestionar en la Dirección de discapacitados el Programa de Empleo Comunitario (PEC), que les permite ganar 150 pesos por tareas que realizan en la misma escuela. si bien es poco dinero les ayuda en algo", explica Julia.

Un esfuerzo extra aúlico que parecen no sentirlo porque el cariño se les nota en la mirada mientras cuentan su experiencia, y se termina de confirmar en los abrazos que reciben de sus alumnos casi recibidos de hijos.

Abrazos que resumen más que horas de dedicación porque en esta área docente los chicos permanecen con ellas durante varios años.

Eso crea un nexo con la familia, con sus historias, sus problemas, dichas y desdichas de personas que necesitan imperiosamente insertarse en el medio.

"Conocemos todo de sus vidas y eso hace que uno se involucre mucho más. Tenés que estar pendiente si surgen problemas, si pueden ir al médico, si sus padres han sacado los turnos, y muchas otras necesidades", cuentan las maestras.

A tal punto llega la relación que se han encontrado con pequeños alumnos que son hijos de parejas formadas por ex alumnos. "Es que los problemas que padecen suelen ser congénitos y sus hijos repiten la historia", dice Julia.

Los más chiquitos -3 y 4 años-, tienen otras demandas ya que la maestra debe estar pendiente hasta de los pañales.

En esta etapa se intenta que adquieran sus primeros hábitos de alimentación e higiene. En CAREM los chicos toman el desayuno, lavan sus manos, juegan, toman su clase, almuerzan y recién regresan a sus casas.

"Eso nos permite educarlos en la forma de comer de higienizarse que es tan importante para su futuro desarrollo", dice Nancy.

Una tarea que sin dudas exige mucho más que una tabla del dos o la unión de las primeras sílabas. Ellas como tantas otras mujeres y hombres que decidieron dedicar parte de su vida a los chicos especiales dejan el corazón en lo que hacen.

"Mis alumnos son una parte de mi. Llego a conocerlos tanto porque crecen con nosotras, no es que los tengamos un año y nada más. Durante mucho tiempo compartimos y formamos parte de sus vidas y ellos de las nuestras", dice Julia.