Fabio Quetglas es abogado y puede demostrar otros tantos títulos y especializaciones en materia de Desarrollo Local. Además es investigador, capacitador y docente en estas temáticas. Pero lo que lo distingue, más allá de su preparación académica y formal, es fundamentalmente su propia visión sobre la importancia del voluntariado. Está convencido que quien hace algo por alguien, sin esperar nada a cambio, puede generar una energía tan grande que contagie a otros y que inclusive pueda hacer un cambio -pequeño o desmedido, al fin y al cabo no es lo fundamental- en beneficio de la comunidad. 

¿Cómo es el mapa social de la Argentina hoy? ¿Ha cambiado? 

Para un voluntario es fundamental conocer el mapa social, es el escenario en el que tiene que actuar. Claro que para analizarlo sin caer en particularismos, hay que tomar ciclos largos. Por ejemplo, desde la década del "30 hasta el inicio de la democracia, el desempleo en el país era de un dígito. Algo más de un 4%. La pobreza también era de un dígito. Esto nos demuestra que la Argentina era un país mucho autoritario que hoy pero sin lugar a dudas, mucho más equitativo. De todos modos, ya se mostraban algunos signos de agotamiento del modelo industrial sustitutivo, aunque todavía se producía una cantidad considerable de empleo. Hay que entender que hasta ese momento y ahora mismo hay sustitución de empleo no sólo por malos motivos, sino por la incorporación tecnológica, la incorporación plena de la mujer al mundo del trabajo.

El mapa social de la Argentina de hoy es más asimilable, más parecido al contexto latinoamericano. Antes era un país diferenciado en el área, sobre todo porque el estructurador social más importante era el trabajo o sea que la forma de distribuir recursos en la sociedad era el proceso económico y el trabajo, a diferencia del resto de naciones de la región. Aquí las familias tenían otras alternativas de supervivencia: en los fondos de las casas había huertas y granjas manejadas por los abuelos que no eran jubilados porque la cobertura jubilatoria en ese momento era baja, el único ingreso estable era seguramente el sueldo del padre y algún ingreso más inestable de alguno de los hijos mayores o la mujer, pero la estructura total de ingresos se completaba con algunas cosas de autoproducción para consumo que tenían que ver con el trabajo hecho en casa.

Pero en el proceso de industrialización por sustitución de importaciones, en las familias argentinas desaparecieron las huertas y los corrales, porque entre otras cosas, en el trabajo asalariado había mejores ingresos. En toda esa transición, de un proceso enorme de modernización con transformaciones en el núcleo familiar hizo que en la Argentina como probablemente en casi ningún otro país de Latinoamérica en los años "60 y "70, la gente tuviera más de un salario en la casa y por lo tanto mejorar el nivel de vida. Pero esa Argentina tuvo una fecha de caducidad: con la Crisis del Tequila, en mayo de 1994, el desempleo pasó al 10,4 por ciento y en la medición de octubre al 18%. Así se rompió ese esquema social.

Entonces había que adaptarse a una nueva realidad, la del nuevo mapa económico con el empleo instalado definitivamente como un problema nacional, con umbrales de conocimiento más altos y exigentes para el ingreso al mercado de trabajo. Ahí es cuando empieza a aparecer un fenómeno novedoso en la historia argentina moderna que es la exclusión, ese fenómeno que implica a personas que no trabajan pero que tampoco vieron trabajar a sus padres. 

¿Este mapa social es más complejo?

Para nosotros es más complejo porque no le hemos encontrado solución y porque la solución requiere no sólo instrumentos de la política económica. Es que la exclusión significa que una sociedad ha dejado de compartir un plexo normativo más allá de las normas escritas, sino el acuerdo de convivencialidad se ha roto. Nosotros por ejemplo, tenemos el presupuesto público más alto en PBi de la historia y estadística, es más la participación de los programas sociales es la más alta dentro del presupuesto, pero no alcanza.
Hoy la sociedad es dual y por lo tanto, violenta. Es una sociedad en la que hay que reconsiderar los conceptos de lo bueno y lo malo. 

¿Cúal es el rol del voluntariado frente a esta realidad?

Hay un rol que es clave y que justifica el esfuerzo del voluntariado: si en algo fracasan la tecnología y las políticas públicas es en las relaciones persona a persona, que es ese refugio humano sin igual que tienen los voluntarios. Es la parte humana del cuidado de un enfermo o de un niño, o del trabajo con una persona con necesidades especiales. Ni las máquinas ni las políticas de Estado pueden cumplir ese rol. 

O sea que importa quien lleva adelante la tarea.

Importa que quien lo haga tenga un nivel de calificación y de sensibilidad alto. Esto es técnica y corazón. Hay mucho por hacer en materia de voluntariado en cuánto a que las relaciones de persona a persona son insustituibles y generan muchos beneficios no sólo en quién lo recibe sino en quién lo pone en práctica. En definitiva el voluntariado, ese hacer algo a cambio de nada, es una conjunción de mucho sentido. Nosotros vivimos en una sociedad muy mercantilizada, todos hacemos algo por algo ya sea recursos, reconocimiento, etc. En el voluntariado se recupera la idea de que para dar sentido a la vida estamos dispuestos a hacer algo a cambio de nada. 

En este mapa, ¿hay voluntarios o cada vez son menos?

Hay muchos voluntarios. Lo que no hay es organizaciones de voluntarios. Hay mucha gente que hace algo a cambio de nada, en muchísimos planos, con su familia extendida (abuelas que cuidan nietos para que la hija vaya a trabajar), o con su vecino cercano, o por un amigo o por la institución del barrio o de la parroquia. Pero falta que emerja un voluntariado más masivo, edificante, constructor de una trama densa de relaciones calificantes precisamos muchas cosas.

En Europa, por ejemplo hay ciudades que tienen sus "Bancos de horas'', donde la gente se anota con su posibilidad de donar tiempo para otros y gente que necesita ayuda. Es una cadena de favores inmensa. Creo que hay una energía, que crece cuando las sociedades crecen en confianza (aquí uno no deja entrar a su casa a un desconocido para que lo ayude). Aquí hay voluntarios, pero nos está faltando una cultura del voluntariado. De todos modos, hay que reconocer que hay algunas experiencias ligadas al voluntariado corporativo exitosas y de altísima calidad.

¿Cualquiera puede ser voluntario?

Es como la pregunta de si cualquiera puede nadar o jugar al fútbol y la diferencia entre nadar y nadar bien. La pulsión de dar o de que el otro me importa es insustituible y la puede tener cualquiera. Pero un buen voluntario, como se trabaja con temas de alta sensibilidad, lo primero que tiene que entender es que debe nutrirse de los que saben del tema, más allá de la cuota de afecto y atención que tiene para dar. Y eso es insustituible. El voluntariado se ha ido profesionalizando.

Pero además para ser voluntario hace falta tiempo, dinero, compromiso, entre otros requisitos.

El tiempo es la restricción mas fuerte y mas real. Y lo entiendo. Quizás suene controversial, pero creo que más allá que en los sectores populares y en los sectores más golpeados se ve mucha gente ayudando a gente, se requiere de un cierto excedente organizacional para hacerlo.

Cuando digo excedente no me refiero a que necesariamente sea económico, de tiempo, de relaciones sociales, etc, o que tenga que ver con un momento existencial de su vida en la que uno está abocado a crecer como padre, laboralmente y para eso está dispuesto a darlo todo. Algunos descubren que quieren ser voluntarios cuando se casaron los hijos y se quedan solos, otros cuando alcanzaron el puesto que aspiraban. Y es válido para quien lo siente. Lo cierto es que el voluntariado es una experiencia muy enriquecedora, que inclusive ayuda a comprender problemas de la propia vida, a mirar las cosas desde otro lado, a ampliar los horizontes. Una de las partes que justifica el voluntariado es que el mundo lamentablemente se está tribalizando, la gente se junta cada vez mas con gente que es igual a ella, pero el voluntariado rompe con esas barreras porque nos conecta con ese otro diferente, que no piensa ni hace como yo. Respetarlo y no juzgarlo es la clave para que lo que puedo aportarle, sea lo que sea, tenga validez.


Iniciativas sustentables


En su afán por vincular a sus voluntarios -empleados del Banco San Juan que trabajan en las acciones de su propia fundación- con las necesidades reales de diferentes instituciones o particulares para generar un impacto positivo en las comunidades locales, se lanzó el concurso Iniciativas Sustentables 2017. Así es que aquellos que tengan una idea sustentable (es decir que puedan mantenerse por sí mismas, sin ayuda exterior y sin agotar los recursos disponibles) pero que necesiten un "empujón o ayuda económica inicial'' pueden contactarse en algún miembro de la entidad bancaria o con la misma fundación.

Los proyectos pueden estar vinculados a aspectos como alimentación, cultura, empleabilidad, infancia, inclusión (social, discapacidad, tercera edad, etc.), medioambiente, pobreza, salud, entre otras.
Desde el 24 de abril y hasta el 7 de junio se recibirán los proyectos. Para mayores consultas llamar a los teléfonos 4291379 y 4291158.

En el 2016 y con la "complicidad'' de los voluntarios, se financiaron cuatro iniciativas: los corrales para los caballos con los que se hacen las prácticas terapéuticas en la Fundación Caricias y Relinchos de Zonda, las materias primas y maquinaria para hacer artículos de limpieza en la Escuela Merceditas de San Martín; la capacitación para la separación y el reciclado de residuos en varias escuelas de la provincia; además de el sistema de riego para que la Escuela Provincia de Jujuy, en Albardón, tenga su huerta y su espacio verde.