Prácticamente no se extrañan: buena parte del día está uno sentado en la oficina contigua -en el mejor de los casos- o en el escritorio frente al otro. Se consultan (casi) todo y comparten cada una de las decisiones tomada como un "bien de familia”. También discuten por supuesto, y hasta a veces la pelea no queda en el mero ámbito laboral sino que traspasa los límites del trabajo.

A diferencia de otras parejas no tienen que llamarse por teléfono a media mañana, interrumpiendo una importante reunión del equipo de trabajo, para hacerse esa pregunta "doméstica” que quedó pendiente en el desayuno. Tampoco ninguno vuelve a casa desesperado para contarse las novedades del día, no les hace falta.

A ellos, les resulta más fácil reemplazarse entre sí y por supuesto, no tienen que dar tantas explicaciones cuando los horarios exceden los pautados en la rutina. El otro entiende de qué se trata.

Ellos son, simplemente, parejas sanjuaninas que no solo comparten la rutina de una casa sino que además vivencian lo que significa trabajar juntos en un emprendimiento nacido de un sueño y un proyecto común. No se sencillo. Tampoco imposible, según sus propios testimonios. Al contrario, piensan que de otro modo no podrían haberse desarrollado y crecido en sus profesiones. Para ellos el amor (especialmente), el respeto, la confianza "ciega" en el otro, pero también la necesidad de mantener espacios individuales (en actividades extra laborales) o el dividir tareas son la clave de la supervivencia de sus "negocios” e inclusive del éxito.

Las historias de Adriana y Emilio Baistrocchi -propietarios del Colegio Inglés-; de Sara y Poli Licata -que comparten la peluquería que lleva el nombre de él- y de Gaby y Huevo Muñoz -dueños y creativos de la productora de video y televisión GHM- sirven para demostrar, tal como dice la canción, que "juntos es más fácil”.


Adriana Guimaraes y Emilio Baistrocchi


Edificar un sueño


La familia estaba consolidada cuando el matrimonio decidió, en 1991, concretar el sueño de Adriana -profesora de inglés y pedagoga de alma- de "tener la escuela que siempre quiso para sus hijos”. Y así fue como el mayor de los Baistrocchi pudo hacer el secundario en un colegio bilingüe (con una base de inglés en prácticamente todas las materias, no sólo literatura), de jornada completa, con un apego a la tecnología como herramienta y con una fuerte apuesta a los valores humanos. "Tuve mi escuela diferente, como yo le llamo, pero el sacrificio fue y es muy grande", resume Adriana quien por ese entonces sólo contaba con el apoyo incondicional de Emilio pero no con su presencia en el ámbito laboral, ya que él se desempeñaba como contador en distintas dependencias de la administración pública. "Yo había apostado a lo pedagógico al cien por ciento, pero en lo económico me faltaba ese alguien de plena confianza”, cuenta Adriana mirando con complicidad a su marido, quien en el año 2000 y con una escuela primaria y un secundario, más un jardín de infantes a cuestas, pidió el retiro voluntario y se sumó al proyecto desde el escritorio de al lado al de la directora, en este caso, Adriana. Entonces, empezaron, como ellos dicen, a abrir y cerrar juntos las puertas de casa para abrir y cerrar juntos las puertas de la escuela.

"Este no es un negocio. Una escuela implica el contacto con niños, padres, valores, saberes y profesionales minuto a minuto. Por eso hay que resolver mil cuestiones a diario. Entonces lo primero que hay que aprender para llevarla adelante como pareja es a negociar y a entender que los dos tiramos para el mismo lado. Yo siempre voy a querer lo mejor para mi mujer y viceversa, compartimos el objetivo", dice con decisión Emilio quien siempre quiso aportar su mirada desde otro lugar al empredimiento.

Para Adriana, no hay aspectos negativos de la sociedad marital, en cambio Emilio opina que a veces se mimetizan y no pueden opinar diferente. De todos modos reconoce que este proyecto les ha dado la posibilidad de conocer mucho y conocerse también. Y luchar juntos por su sueño, ese que iniciaron hace casi 38 años atrás.

Sara Oviedo y Poli Licata


Dúo de la estética


Ni siquiera en la etapa de novios, Sara fue clienta de la peluquería. Mucho menos, tenía aspiraciones de encontrar un lugar allí, salvo el de "la esposa de…”. Lo suyo era la docencia de música, ese iba a ser su camino. En cambio, Poli tenía el destino marcado desde la cuna, ya que venía de una familia de peluqueros. Hasta que en los "80 se casaron y el premio "Campeón Argentino de Corte” lo llevó a independizarse del negocio de sus padres. Entonces, Sara empezó a frecuentar la peluquería con un rol más activo.

"Yo me fui metiendo en lo administrativo, tenía el trato con el contador, el abogado, los proveedores. Después empecé a llevar su agenda de turnos y me ocupé de la recepción. Sin querer fui ganado espacio. Hasta que un día, viendo que no daban a basto, lavé una cabeza y otro, los ayudé con el secador. Así fui aprendiendo hasta me entusiasmé y estudié, especializándome en salud capilar. Ahora somos un verdadero dúo que se sostiene entre ambos porque si Poli necesita hacer un peinado, también necesita tener un pelo sano y ahí intervengo yo”, retrata la mujer que está orgullosa del emprendimiento familiar que armaron junto con su marido y sus dos hijos.

"Nosotros nos complementamos y eso es así porque cada uno tiene su rol. Para eso es fundamental respetar al otro como persona y como profesional”, agrega Poli, quien reconoce las palabras de su mujer cuando dice que cada vez que se pelean, el problema queda puertas afuera de la peluquería porque "los clientes no tienen nada que ver con nuestra historia personal". Para ellos es fundamental tener equilibrio en todos los aspectos de su vida.


Gabriela Graffigna y Gustavo "Huevo” Muñoz


El ojo en el mismo lugar


Ellos se hicieron grandes con su trabajo. Y no es un eufemismo es la mera realidad. Crecieron -como individuos, como pareja y como empresarios- con la productora de video que armó formalmente Gustavo, más conocido como "Huevo” Muñoz en 1993, cuando todavía no cumplía 20 años.

"Fuimos creciendo a la par. Nosotros y el empredimiento. De hecho, nos casamos al año y medio de tener la productora. Por eso no podemos disociarla de nuestra propia historia de vida”, cuenta Gabriela, quien de novia empezó a incursionar en el metié que siempre cautivó a Gustavo y en el que con los años se hizo su propio lugar, tras estudiar Diseño Industrial y Dirección de Cine.

Para ambos, el secreto de compartir trabajo y afecto, pasa por hacer cada uno su tarea. Así Huevo se ocupa del relevamiento de imágenes en el lugar del mundo que sea (de hecho pasa buena parte del tiempo viajando) mientras que Gaby es quien se dedica de lleno a la producción, post producción, edición y arte en cada trabajo. "Yo no sé ni apretar un botón de una cámara por eso ni me meto. Cada uno está en lo suyo. Eso sí, lo que yo hago no tiene razón de ser sin lo que hace él y viceversa. Hasta diría que llegamos a mirar lo mismo y que no podríamos hacer lo que hacemos sin el aporte del otro. Nos complementamos”, asegura dejando en claro que además de respeto hay una gran admiración por el otro y mucha pasión y encanto por lo que hacen. Eso, coinciden, facilita la tarea. Especialmente en este rubro donde buena parte de la "mercancía” es la creatividad.

"Trabajar en pareja tiene muchos aspectos positivos: se comprenden los tiempos, se comparten muchas cosas, se habla mucho y fundamentalmente cuando uno se decepciona por algo, aparece el otro para tomar la posta y no decaer. Pero también tiene aspectos negativos que uno sí o sí tiene que trabajar con uno mismo y con el otro. Por ejemplo, al principio yo me enojaba por algo y lo tomaba como una cuestión personal. Aprendí con esfuerzo a no mezclar las cosas. Ahora ya no peleamos por trabajo”, se confiesa.