Vivimos tiempos repelentes, donde nadie escucha al corazón y el corazón es nuestra gnosis. Un verdadero tesoro que aniquilamos. Los efectos de esta frialdad son bien palpables. El mundo se mundializa, pero no se armoniza. La interdependencia de los caminantes se extiende a todos los campos, pero cada día queremos levantar nuevos muros.

El Decenio Internacional para los Afrodescendientes (2015-2024), no ha evitado la discriminación racial.

En lugar de auxiliarnos, nos endiosamos, y los frutos ya están ahí. Lo acaba de advertir un grupo de expertos en derechos humanos de la ONU, tras las manifestaciones de extrema derecha y la violencia registrada en Charlottesville, Virginia: "El racismo y la xenofobia están en aumento en EEUU". Sin duda, hay que controlar los actos y parar los discursos de odio, donde quiera que se produzcan. A mi juicio, urge en casi la totalidad del planeta, abordar el problema de las manifestaciones de incitación a la violencia racial, con otras políticas más de hermanamiento y consenso. Personalmente, confieso que me había ilusionado con el Decenio Internacional para los Afrodescendientes (2015-2024), pues el lema de "reconocimiento, justicia y desarrollo", todo hacía presagiar la erradicación de las injusticias sociales heredadas de la historia, pero está visto que los prejuicios y la discriminación racial continúa enraizándose en la especie humana. Bajo este marco de intolerancia, lo primordial como ya señalé en algunos artículos anteriores, es cambiar el ánimo humano, retornarlo a lo poético, purificarlo de esos aires de dominio corrupto. De ahí, la importancia de ese factor espiritual, de esas constantes llamadas a la conversión personal de muchas creencias.


En efecto, las religiosidades pueden ayudar mucho a eliminar cualquier resentimiento, pues si importante es depurar la memoria, para que se active la reconciliación, desde una visión de la persona humana trascendente, no menos vital son esos caminos de encuentro del hombre mismo consigo mismo, a través de su inherente mística natural. Sea como fuere, no debemos formar parte de un mercado que nos monopoliza a su antojo, que nos insta a utilizarnos como mercancía, que nos reclama para la lucha permanente. Olvidamos, con demasiada frecuencia, que somos un linaje que ha de cohabitar unido en esa búsqueda de la verdad, dignificándonos unos a otros, para reconstruir esa alianza entre pueblos y poder salvaguardar esa belleza que nos vierte la creación.