En una sociedad pluralista y de diferentes orígenes culturales y religiosos, como la Argentina, la Navidad debe ser vivida no sólo como la fiesta mayor de nuestra milenaria tradición cristiana, sino también como un espacio abierto a todas las incitaciones del espíritu y del pensamiento universal.
Con ese sentido integrador, la Navidad marca un punto de encuentro que otorga un sentido trascendente a nuestra vida personal, pero que ilumina, al mismo tiempo, nuestro destino y nuestro rumbo como miembros de una comunidad identificada con los principios del humanismo civilizador base de nuestro origen como nación y de nuestro proceso de organización constitucional. Ese humanismo histórico fue la fuerza espiritual que potenció el reconocimiento de la dignidad de la persona humana y de las libertades públicas como supremos valores institucionales. En una concepción de genuina raíz cristiana, la libertad es siempre no sólo nuestra propia libertad sino, por encima de todo, la libertad del "otro”. Del mismo modo, los derechos individuales básicos son en todos los casos, junto con nuestros propios derechos, los derechos del "otro”. Esa dignificación permanente del "otro” conduce a valorizar la convivencia pacífica y el diálogo como supremos instrumentos de civilización.
Hoy deberíamos otorgar al diálogo el valor que le corresponde como herramienta insustituible para que se tengan en cuenta los derechos y las opiniones de los "otros”. No hay cultura de diálogo cuando no existe un sistema de partidos que aliente la elaboración de políticas y estrategias de Estado compartidas por los distintos sectores de opinión. El diálogo y la participación son vitales para cumplir, en los hechos, el principio republicano que respeta y legitima el disenso y garantiza la libertad.
La reflexión navideña debería ayudarnos a comprender que sólo el respeto a las instituciones públicas y privadas, y la permanente predisposición al diálogo, puede llevarnos a construir un sistema institucional auténticamente democrático, en el cual los diferentes sectores, sin exclusión alguna, participen de las decisiones nacionales. La familia argentina y el país reclaman esa vocación de respeto y entendimiento para que la voluntad ciudadana dibuje el rol que la racionalidad y el libre debate puedan superar las dificultades que se presentan en el ámbito de la vida republicana.
