La vida es una lucha permanente por cosas que la justifican. Si nada mereciera la necesidad de ser logrado, estaríamos ante un hueco existencial, una parálisis donde las manos sólo servirían para acariciar el vacío, los ojos para contemplar sin brillo, las piernas para caminar sin destino, la mente para diseñar abstracciones inútiles. Si tuviéramos todo lo anhelado, no tendría sentido vivir.


Pero, a la vez, todo lo recibido por el hombre tiene un sentido. Ver la vida como un valor es propio de los seres sensibles y de quienes agradecen haber abierto un día los ojos al mundo. Para los verdaderos sensibles el significado de la vida no se agota en la persecución de la propia felicidad o la de los suyos, se completa con los sentimientos que se experimentan por la felicidad de los demás y la aflicción que nos causa su desdicha.

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"Los hombres sensitivos -de esto no hay duda- disfrutan más
la vida que los que no lo son...".

Por otro lado, hay para quienes la vida es un espejo de sí mismo y de su círculo íntimo, lo que está fuera no les concierne, no les importa. A partir de estas dos concepciones excluyentes sobre la vida, se forjan las ideologías solidarias y las egoístas, la historia del mundo.


América Latina aún no define su camino en esa tensión entre las ideas solidarias y las egoístas. Estamos en Argentina, donde el fenómeno de la incomprensión de los sucesos que nos ocurren y sus profundas causas es casi una tragedia porque los dos puntos de vista fundamentales son antagónicos e irreconciliables. Desde nuestro lugar, más precisamente este "Interior" (como los capitalinos nos designan) se puede hablar con mayor transparencia de la pugna constante por lograr lo que el ser humano se merece y los sentimientos que se experimentan por las frustraciones. Una vez escribí: "Hay un buitre debajo de mi mesa, que no goza mi pan ni mi cuchillo, y está aguardando el último bocado, para amargarme el brindis más sencillo". Hablaba de la conciencia, ese duende que nos murmura las cosas como un juez inapelable.

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Hay seres que sufren con culpa propia muchos de sus logros o pequeños espacios de felicidad: "No dormir esta noche, si hay un niño en la calle", decía Armando Tejada Gómez.


Los hombres sensitivos -de esto no hay duda- disfrutan más la vida que los que no lo son, aunque no tengan más que pan y cebolla, pero también sufren más que los indiferentes. Un ser sensible también sufre en Holanda o Suecia, aunque no vea pobres en su país; se angustia por los indefensos del mundo porque reconoce su compromiso con el hombre, en tanto la calidad de humano es el supremo don recibido que, por lo tanto, debe ser dignificado.