Es una lástima que el ser humano aún no haya aprendido de los errores del pasado y continúe empeñado en sembrar desasosiego, en lugar de propiciar el encuentro, y desterrar las tensiones de todo camino a nuestro alcance. Váyanse de la faz de la tierra, el aluvión de provocaciones vengativas que lo único que nos llevan es a enfrentarnos como salvajes. Abramos canales de comunicación y no acosemos a los defensores de los derechos humanos. Pongamos imaginación y establezcamos puentes de unión y unidad por todo el planeta. Quitemos los muros de la hipocresía.


Ciertamente, jamás fue fácil el aprendizaje de lo auténtico; sin embargo, ahí está también en las lecciones de la vida, como Santa Teresa de Jesús invitaba a sus monjas a "andar alegres sirviendo".

Los universitarios no soólo deben estudiar sino también servir, especialmente a los más pobres.


Lo sabemos, aunque quisiéramos ignorarlo, al final siempre resplandece lo verídico, es más fuerte que todo lo demás. Deberíamos asimilarlo y optar por caminos que nos alienten a vivir, y a dejar vivir; a amar, y a dejarnos amar. Sólo así podemos llenarnos de sabiduría y aprender a tomar otras sendas menos poderosas y más de donación a todas las gentes, aunque piensen diferentes a nosotros. Para ello, cultivemos el respeto, el diálogo entre nosotros con las propias faltas cometidas, porque todo esto nos enseña, cuando menos para mejorar nuestras actitudes de soberbia, endiosamiento y orgullo. Ojalá, todos los líderes actuales, descubrieran sus deslices y rectificasen a tiempo. Seguramente, entonces, en vez de activar políticas destinadas a reprimir el desacuerdo político, optarían por servir de otra manera a la ciudadanía.


Está visto que somos un eslabón de esa cadena de vida, que requiere la fuerza de toda la humanidad y el amor de todas las generaciones. Sin amor nada es. Por eso, necesitamos sentirnos acompañados y acompasados, en esa reconstrucción viviente, que nos demanda abrir caminos de justicia permanente.


Propongo, claro está si me lo permite el lector, repensar más sobre las lecciones vividas, y ser menos fanáticos de ideologías que, en cualquier caso, son siempre rígidas y absolutistas. En la tierra lo que ahora nos falta son moradores conciliadores, que nos hagan retornar al camino de la humildad, al del corazón, a la ruta de la belleza del alma. Por el contrario, nos sobran dirigentes políticos que ni ellos mismos se creen lo que dicen.


Confiemos en una renovada hornada de ciudadanos de mundo, que vivan esos horizontes de amplitud, cobijando a todos.


Me quedo, al fin, con la esperanza del Papa Francisco, al gentío universitario: "Cuidado con creer que la Universidad es sólo estudiar con la cabeza: ser universitario significa también salir, salir en servicio, con los pobres sobre todo". Este anhelo sí que me emociona, aparte de injértame de savia, como que es la existencia misma tratando de defenderse de tanto mezquino suelto, con poder en plaza y pedestal de ordeno y mando.