Nuestros predecesores también trabajaron con su propio espíritu, y así dieron fortaleza a tantas organizaciones solidarias, a tantos horizontes que parecían imposible de abrazarlos, pues nunca es tarde para recomenzar nuevos vuelos, si en el empeño ponemos coraje y esperanza, naturalidad y comprensión.

Cuántas veces nos perdemos de vista a nosotros mismos y no nos reconocemos en situaciones vividas. Quizás tengamos que salirnos de esta mentalidad mundana, que todo lo vuelve oscuro, para tomar otros caminos más generosos, de mayor donación entre análogos, y también de mayor compromiso hacia nosotros mismos, con el fin de regenerar la propia especie de la que formamos parte cada cual, haciéndolo más desde el corazón que desde el cuerpo y en armonía con la mente.

Cada vez que un ser humano defiende un ideal, actúa para crecernos, para mejorar nuestra existencia; o si lucha contra una injusticia, lo hace también para restablecer lo armónico, el sosiego entre todos los moradores.

Así surge Unicef, hace 60 años, con personas apasionadas, cuyo objetivo primordial fue poner amor para proteger vidas, proporcionar ayudas a largo plazo y dar aliento a esos niños que estuvieran en peligro a causa de conflictos, crisis, pobreza...

La labor de esta organización, encaminada siempre hacia los niños más desfavorecidos, excluidos y vulnerables, nunca ha sido tan importante y urgente como ahora, en parte también por los efectos del cambio climático.

Hoy más que nunca hace falta ablandarse y poner furia para enhebrar consuelo.Las cifras no pueden ser más alarmantes. La agencia de la ONU indica que "un promedio de 14 personas murieron al día en el Mediterráneo en 2016''.

Realmente, esta situación nos deja sin palabras. ¿Dónde están nuestras inquietudes?. Podríamos haber sido cualquiera de nosotros los perecidos. En consecuencia, debiéramos tener el valor de liberarnos de nuestras falsas luces, y encontrar la buena estrella, como han hecho en otro tiempo los santos Magos, dando más crédito a la bondad de un Niño (en su inocencia) que al aparente esplendor del poder (en su pedestal).

Ellos, los Magos de Oriente, sí que fueron auténticos buscadores de auroras, nos enseñaron a no complacernos con un comportamiento trivial, sino en ahondar en nosotros, en dejarnos penetrar por lo efectivamente importante para nuestro caminar, como es el cultivo de las virtudes y la labranza de la evidencia como pulso.

Por muy creciente que sea la diversidad de culturas, no son enemigos o contrincantes nuestros, sino compañeros de andanzas a los que hemos de acoger y querer.

De hecho, la concordia es una dimensión esencial del ser humano, puesto que no se entiende su existencia, sin su carácter relacional. Ya nos hemos globalizado, ahora nos falta familiarizarnos, pues todos compartimos un destino común, el de contagiarnos de amor y no de guerras, de luz y no de sombras, de vivencias y convivencias, abriéndonos y no cerrándonos en nosotros mismos.