Siempre nos lo decía mi abuela: es mejor mirarse en el espejo antes de juzgar a nadie. La hipocresía de esta sociedad actual es tan fuerte, que estamos todos los días y a todas horas, haciendo juicios de valor, sin benevolencia alguna. Lo sabemos todo, lo juzgamos todo, hasta el punto que el arrepentimiento del hipócrita es fingimiento por sí mismo.

 

 

Por si fuera poco el engaño, le ponemos un apasionamiento que raya el atropello, porque al fin también nos creemos dioses. Tanto es así, que cada año, más de un millón de personas pierden la vida debido a la barbarie que avivamos, cuando debiéramos ser gentes de paz y no de guerras. Por cada una que muere hay muchas más con lesiones y con diversos problemas de salud física, sexual, reproductiva y mental. Ante esta atmósfera de crueldades que cosechamos a diario, y bajo este absurdo clima de bestialidades sembradas por todo el mundo, la misma Organización Mundial de la Salud, nos llama a prevenir y a dignificarnos como personas.

Es público y notorio, que las naciones con mayores niveles de desigualdad económica tienden a presentar mayores tasas de mortalidad por fanatismos, y dentro de cada nación las tasas más elevadas corresponden a quienes viven en las comunidades más pobres. Por otra parte, este salvajismo verdaderamente preocupante suele afectar principalmente a personas jóvenes, económicamente productivas. Esto se produce cuando el ser humano, pierde de vista sus bondades y virtudes, encerrándose en su propio egoísmo, lo que le impide ver los auténticos horizontes de belleza que nos circundan. Nuestro comportamiento, que en palabras del poeta y dramaturgo alemán Goethe (1749-1832), "es un espejo en el que cada uno muestra su imagen", en ocasiones es víctima de esa incertidumbre y división que vive la sociedad actual.

Indudablemente, hay que retornar al encuentro con lo armónico, mediante la clemencia necesaria y los deberes de justicia conciliados para toda la humanidad. Despojémonos de todo odio y activemos el sosiego, empezando por nosotros mismos. Si hay rencor en nuestros corazones, difícilmente vamos a poder reeducarnos el alma. Hay que buscar nuevos lenguajes amorosos, auténticos, que conlleven generosidad para que puedan silenciarse el sonido de las armas. Téngase en cuenta que el impacto sanitario de la violencia no se limita únicamente a las lesiones físicas, su estela de saña deja tras de sí multitud de trastornos mentales, como la depresión, los intentos de suicidio, los síndromes de dolor crónico, entre otros. Los analistas en todos estos desajustes consideran que se puede reducir su impacto, pues al delimitar las causas subyacentes, como el bajo nivel educativo, la parentalidad incoherente, la concentración de la pobreza, el desempleo y las normas sociales que respaldan la violencia, ya tenemos parte del camino andado, mediante estrategias científicamente creíbles.

Creo, pues, que el mundo tiene que empezar a mundializarse humanamente con programas que impulsen reglas de convivencia, nuevos modos y maneras de andar por el planeta, al menos siendo más considerados con todo lo que nos acompaña en el viaje por la vida.