Hay que evitar que la violencia siga recrudeciéndose en países como la República Centroafricana.

Durante estos días, los buenos deseos nos acompañan en todo momento. Parece que nos sostiene ese espíritu de ilusión de habernos reencontrado con ese niño que todos llevamos dentro. Ciertamente, a poco que reflexionemos en silencio, hallaremos esa mística consoladora que da vida a nuestro ser y paz a nuestras entretelas. No es cuestión de griteríos. Quizás tengamos que liberarnos de esta mundanidad y enhebrar otros abecedarios más del alma, hasta volvernos cantautores de lágrimas, pintores de sueños, o arquitectos de pentagramas de aliento.


Es hora de regresar, de levantarnos, de volver a empezar con la métrica de los caminos; y, sobre todo, es el instante preciso de la escucha. Sólo así podremos despertar a la creatividad, a la comunión de ideas, a una cultura de la sencillez y del encuentro. No podemos encerrarnos en nosotros, hay que abrirse con el mejor de los propósitos, el de aprender de nuestros propios errores. Tomemos las plazas para estrecharnos, repartamos versos y sonrisas, activemos la gratuidad de donarnos, máxime en unas circunstancias en que además de las guerras, hay amenazas como el cambio climático, las hambrunas, las pandemias, el crimen organizado o el tráfico de drogas que pueden exacerbar los conflictos.

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Sea como fuere, tenemos que adelantarnos a los peligros, nos evita sufrimientos e incluso nos ahorra dinero. A punto de comenzar un nuevo año, es el momento de adentrarnos en nuestro camino y de pensar en nuestros hechos interiores.


A pesar de que los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) no son jurídicamente obligatorios, se espera que los gobiernos los adopten como propios y establezcan marcos nacionales para su logro. Desde luego, los diversos países tienen la responsabilidad primordial del seguimiento y examen de los progresos conseguidos en el cumplimiento de dichas tareas, para lo cual es necesario recopilar datos fiables, accesibles y oportunos. Ojalá seamos capaces de cimentar lazos, sentimientos de fraternidad, pues lo importante no es la globalización, sino la toma de conciencia de pertenecer a una única familia, la de un linaje reconciliador, despojado de todo instinto dominador y egoísta.

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La esperanza no podemos perderla, sería como quitarnos la vida. Hay que secar las fuentes del mal, trabajar a destajo para que esto se produzca, reconociendo que únicamente aquella libertad que se somete a lo auténtico conduce a la persona a su verdadero bien.


De nada sirven los festines consumistas, sino buscamos la estrella que nos oriente y nos ensanche las ganas de cohabitar. Porque, realmente, la vida no es aceptable a no ser que el cuerpo y el espíritu convivan en buena concordia. Lástima que la violencia en la República Centroafricana, y en tantos otros sitios, se haya recrudecido en 2017 y deje a toda una generación de inocentes traumatizados, malnutridos, sin escolarizar y sin acceso a la sanidad más básica. Confiemos en ser cada día mejores ciudadanos, seres que se aman y, por tanto, mujeres y hombres de paz.