Hay una nueva moda en la política argentina que ya empieza a fastidiar: todos dialogan con todos, todos escuchan a todos, y las cosas siguen igual.
Los que se dedicaron a ponerle flema al país incendiado, ahora dialogan. Y, lo más curioso, los que compartieron fórmulas hasta hace bien poco ahora se encuentran del lado de la formalidad: Cristina con Scioli, Gioja con Sancassani.
Ha germinado bastante poco hasta ahora de este diálogo a la Argentina. Y si hay que ponerle un denominador común a los temas de mayor urgencia que deberían salir de la mesa, ese es el de la producción. De cualquier tipo. La agrícola, por razones obvias de rentabilidad por actividad, como quedó claro no sólo en la pulseada del año pasado sino de los resultados de junio. Y la industrial, que también requiere un ajuste de competitividad.
No hay razones para suponer que la producción local no requiera también un lifting. Un poco por aquella moda y un poco porque los productores sanjuaninos están esperando alguna señal, es que la apertura al diálogo lanzada por el Gobierno a las fuerzas de oposición también hizo centro en la agenda de la producción.
De aquel país de hace un mes en el que nada se discute a este en el que todo se discute pasó sólo un puñado de días, y no es muy seguro que la nueva tendencia concluya con resultados auspiciosos sólo por el hecho de discutir.
Pero no fue casualidad que los sectores políticos convocados a Desamparados ubicaron como prioridad temática a la producción, tal vez el costado del Gobierno local que recibe más objeciones junto a la seguridad.
En algunos casos desmedidas, está claro. Como aquella vez en febrero cuando una turba de productores aprovechó la visita de Susana Giménez para salir a amplificar su reclamo de medidas para el campo y decidió estrellare contra la policía. Eran los tiempos en que el espejo nacional devolvía rutas cortadas y gendarmes retirando a De Angeli a los gritos.
Y en otros casos justificados. Como cuando revisan las medidas oficiales para mejorar el precio de la uva que se le paga el productor, una acción de defensa que se reclama a todos los gobierno del mundo. Esa fue, justamente, la semilla de la desprolijidad de esta semana.
Es que en plena temporada, el Ministerio de la Producción decidió imitar a Mendoza y salir a comprar uva a $0,55, con la idea de retirar fruta del mercado para fortalecer el precio y la promesa de integrarle luego unos centavos más al productor.
Siempre hace falta ser muy prolijo en estos operativos, para evitar que las maniobras para mejorar el precio sean vistas como una cita para los oportunistas. Y pocas veces se consigue. No hay que mirar mucho para atrás para encontrarse con el escándalo del vino que compró el Estado en el Gobierno de Avelín con la misma finalidad y que terminó pudriéndose en manos de los privados a los que se confió su guarda. Hubo allí una cuantiosa pérdida de fondos públicos y delitos aún sin pena.
En los mismos tiempos, la queja productora siempre presente logró sensibilizar a la Caja de Acción Social (¡sí, la que maneja el juego en la provincia!) que les extendió generosos créditos por 1,4 millón de pesos/dólares. No sólo que muy pocos lo devolvieron sino que durante años el propio Estado se hizo el distraído al momento de reclamar el pago. Otro escándalo conocido esta semana.
No fue precisamente la prolijidad lo que hubo en el operativo de este año. Con la uva que compró, el Gobierno hizo 24 millones de litros de mosto para evitar que se pudriera como ocurrió con el vino aquella vez. No se pudrió el mosto, fue el operativo lo que empezó a despedir mal olor.
Esta semana salió a la venta el mosto con una base de un peso el litro y hubo tres ofertas, dos de ellas por debajo de esa base. Pero Producción decidió convalidarlas a las tres, con el argumento de que las dos que estaban abajo recibían una bonificación por ser de San Juan. Como es lógico, la que ofreció un peso puso el grito en el cielo.
Pero resulta que el concurso licitatorio no tenía esa facultad. Un artículo decía que en caso de empate ganaba la local, pero nunca que tendría bonificación. Encima, el ministro Raúl Benítez admitió la que más volumen ofertó y a precio más bajo, una empresa de su familia política. A última hora del mismo día decidieron declarar desierta la licitación, pero eso no evitó el mal clima.
Que el Ministerio de la Producción es una brasa caliente lo conoce al dedillo el antecesor de Benítez, Antonio Giménez, quien adelantó que dejaría la función pública con bastante antelación a concretarlo, en diciembre de 2007.
No encontraba Gioja un recambio que lo convenciera plenamente, hasta que dio con Benítez, un cercano colaborador suyo en los tiempos del Senado. Antes, pensó en Enrique Conti, pero los desbordes dialécticos del bloquista hicieron imposible avanzar. Y hasta Leonardo Gioja -otro fuerte colaborador en Buenos Aires, sobrino suyo e hijo del senador César- figuró en carpeta pero quedó descalificado por su cercanía familiar regulada por ley. Para convencer a Benítez, radicado en Buenos Aires y vinculado con la banca internacional, debió dar algunas concesiones como permitirle ir y venir todas las semanas junto a su colaborador Roberto Ronchietto.
Desde el arranque, ya a Benítez le tocó bailar con la más fea: separar la paja del trigo y encontrar cuál de todos los reclamos productivos de los cientos que recibe tiene argumentos lógicos. No lo hizo con demasiado éxito: cuesta hoy encontrar un sector -chico, mediano o grande- del abanico productivo, que lo defienda a rajatabla.
Hizo eje en su gestión sobre la ayuda crediticia para la producción, pero se encontró con varios obstáculos: una gran cantidad de líneas disponibles, fuertes desacoples políticos entre sus responsables, y un sector productivo con serias dificultades de acceso. Resultado: créditos sin aspirantes.
Pero las críticas que más recibe Benítez son, justamente, por la falta de diálogo. No es inusual encontrar quejas no ya por el contenido de sus medidas sino por la dificultad de encontrarlo disponible. Y la difusión del caso del mosto comenzó a exceder la capacidad de paciencia.
Desde el mismo Gobierno e incluso desde adentro del propio ministerio que dirige se escuchan cuestionamientos a la catarata de viajes viaticados al exterior, con nulos resultados en materia de políticas públicas. Varios a EEUU -con destinos varios como Washington, Nueva York, Atlanta, Houston, Miami, y en alguno de ellos por gestión política comentada en esta misma columna-, a Chile, Paraguay, Venezuela, Colombia, entre otros. Sin que el sector privado local haya tenido beneficio notorio por solventar estos viajes.
Ronchietto viajó en dos años casi 10 veces a Italia. En una de esas ocasiones, lo agarró el terremoto de L’Aquila que sacudió a la península y asustó al funcionario. Ahora, el temblor es más local.