De un tiempo a esta parte todo parece retrotraerse a épocas pasadas, a pesar de que nos hemos globalizado. La pérdida de valores, la desgana de algunos líderes o su mediocridad en la acción, la irresponsabilidad continua y permanente, la demagogia como dominio, nos están dejando sin nervio para el quehacer cotidiano.
 
Tanto es así que los docentes tratan de encauzar el alumnado, en parte por la deplorable decadencia actual de la educación familiar. También asistimos a un adoctrinamiento de lo vulgar, a referentes vacíos y a referencias mundanas, que nos están llevando al caos. Es la dictadura de lo mediocre lo que campea a sus anchas, la falsedad como cebo de las discordias, el espíritu de la contrariedad como absurdo en este caminar sin rumbo.  

Verdaderamente necesitamos poner orden, impedir a un mandatario, por muy demócrata que se considere, activar locuras y contradicciones, que lo único que hacen es enfrentarnos más y crear un ambiente de perdición para toda la humanidad. En efecto, tenemos que volvernos a reorientar con situaciones positivas. El que no sabe lo que quiere no puede hacer nada y menos conseguir bienestar para sí y los suyos. 

El estado social y de derecho está muy bien, pero con eso solo no basta para salir del atolladero, se requiere voluntad de cambio, voluntad de rehacerse y renacerse, lo que llega a tocar el campo moral, o sea, a tener que desarrollar cada cual su proyecto personal, cuyo embalaje es sobre todo la ilusión de cada cual. Quizás, por ello, sea fundamental reeducarse en los deseos, de manera que nada se consigue de inmediato, y sí con mucho esfuerzo y tesón. 

La política no puede ser el mayor de los negocios y mucho menos una profesión, es un servicio incondicional y, como tal, ha de tener fecha de caducidad. Al igual que aquello que hemos entendido, meditado, está dispuesto para tomar juicio, también los servidores públicos deberían generar soluciones durante su mandato, nunca problemas, sabiendo de que solos no iremos a ninguna parte. La salida del Reino Unido de la Unión Europea, o que el número de muertos en el Mediterráneo continúe batiendo un nuevo récord, es un claro testimonio de la decadencia. Lo que no podemos es quedar hundidos en el no hacer, en la indiferencia más absurda, pues ha llegado el momento del retorno a la escucha, a su perfecta armonía con la razón, lo que exige una ética de responsabilidad en todas nuestras actuaciones. 

 
"DONDE LA la sociedad se organiza reduciendo libertades, la desorganización también es brutal. Si en verdad queremos levantar el vuelo, convendría huir de las imposiciones.”  

Por desdicha, la dictadura económica ha suplantado al mercado libre, hasta el punto que habría que comenzar por reinsertar el mundo financiero en el orden moral, con la subordinación plena de los intereses individuales y de grupo a los generales de la colectividad. Hemos de volver al mundo de las ideas, de aquellas que nacen libres y con sentido humano. Sería bueno, por consiguiente, aprovechar las extraordinarias oportunidades que la globalización y las tecnologías nos brindan, para acrecentar nuestra conciencia crítica. Recapacitar siempre es una manera de crecer. 

A mi juicio, creo que nos falta a veces el lenguaje del apasionamiento. En ocasiones mostramos una frialdad enorme, actuamos como si el tener y la comodidad fuesen lo más importante a cosechar en la vida, cuando lo único que necesitamos para ser realmente felices es algo por lo cual entusiasmarnos.  
Nos alegra que un líder mundial tan carismático como el papa Francisco, con motivo de la eucaristía de la Santa Misa de Clausura del Jubileo de la Misericordia, haya pedido "la gracia de no cerrar nunca la puerta de la reconciliación y del perdón, sino de saber ir más allá del mal y de las divergencias, abriendo cualquier posible vía de esperanza”. De momento hay un ocaso, pero después vendrá un amanecer, o tal vez ya esté amaneciendo con la firma de la Proclamación de Marrakech, declaración de intenciones que refleja el compromiso mundial para frenar el calentamiento global.