Cuando la merienda se sirve y el sol cae, la escuela pasa a ser la casa, los docentes las mamás y papás que abren sus oídos a escuchar a sus alumnos. El rigo de la verticalidad de la enseñanza queda a un costado y las costumbres son más propias de un hogar.

No son héroes -se encargan de decirlo-, son sanjuaninos que se animan a una forma de vida que implica un compromiso con un puñado de chicos que, de otra manera, deberían viajar más kilómetros para poder estudiar o, tal vez, dejar de concurrir a la escuela.