El ruido de los tanques rusos penetrando en las regiones separatistas de Donetsk y Lugansk no sólo se escucha en Ucrania sino que, como un acto reflejo, se siente en todo el mundo, haciéndonos retrotraer a la Segunda Guerra Mundial y con ello sembrando el temor de una nueva guerra convencional que pueda azotar a Europa.

Estamos acostumbrados a una mirada economicista del mundo y eso lo es también para las justificaciones de las guerras, quizá por eso cuesta tanto entender el actual conflicto, donde los intereses geopolíticos de Rusia chocan no sólo con los de Estados Unidos, sino con los de sus principales estados europeos, clientes de su gas natural, que la proveen de los tan ansiados dólares y euros.

Europa, particularmente Francia y Alemania, Estados Unidos y hasta los propios ucranianos están sorprendidos ya que no esperaban que Putin jugara con cartas tan fuertes. Todo comenzó cuando el presidente ucraniano prorruso Viktor Yanukóvich, originario de Donetsk, fue desplazado en febrero de 2014 tras un masivo levantamiento de los ciudadanos ucranianos cercanos a Occidente y nacionalistas, conocido como el Euromaidán.

Rusia decidió asegurar sus intereses en Ucrania y para ello anexó la península de Crimea y promovió veladamente los separatismos de las industrializadas regiones de Donetsk y Lugansk, ubicadas en el sureste de Ucrania y que poseen mayoría de la población rusoparlante, desencadenando en esa región la Guerra del Donbass, aunque eso le significara arrastrar desde entonces sanciones económicas.

 

El conflicto se extendió a lo largo de 2014 e inicios del año siguiente, ocasionando unos 14.000 muertos y se pretendió detenerlo con la firma de los Acuerdos firmados en Minsk, capital de Bielorrusia, un firme aliado de Moscú, en febrero de 2015. Esos acuerdos establecían un cese del fuego, el retiro de material de guerra pesado por ambas partes, amnistiar a los dirigentes políticos separatistas y otorgar a las regiones del Donbass un estatuto que les diera una mayor autonomía política a cambio de continuar formando parte de Ucrania.

Si bien los acuerdos se cumplieron sólo parcialmente, ya se detuvo la guerra convencional desatada entre las partes, nunca llegó a otorgar la tan ansiada autonomía diferenciada a Donetsk y Lugansk, ni Kiev controló el espacio geográfico gobernado por los separatistas, implicaba un reconocimiento internacional a la unidad territorial ucraniana.

El recrudecimiento reciente del conflicto, para algunos motivados en la necesidad rusa de controlar sus zonas de influencia en Europa, como considera a Bielorrusia y Ucrania, estaría motivado también por el temor a que Ucrania sea incorporada a la OTAN y secundariamente a la Unión Europea, alejándolo definitivamente de la esfera de Moscú.

Lo cierto es que la única vez que se habló de un acercamiento de Ucrania a la OTAN fue en 2008, mientras que nunca hubo negociaciones para incorporarla a la UE. Lógicamente, Putin no quiere tener a la OTAN en su frontera y en última instancia pretende una Ucrania debilitada y que, aunque mire a Europa, se mantenga militarmente neutral, como lo eran Austria y Finlandia durante la Guerra Fría, países que no formaban parte de ninguna de las grandes alianzas, ni de la OTAN ni de la comunista Pacto de Varsovia. 

En este contexto, el plan ruso se cumplió a la perfección. Basado en que las zonas en disputa son étnicamente rusas y que las regiones sudorientales de Ucrania le pertenecían a Rusia hasta 1953, y la península de Crimea lo hizo hasta 1954 -cuando el premier Nikita Kruschev, ucraniano, decidió dársela a Kiev- Putin decidió aceptar un orquestado pedido de la Duma, para que reconozca las autoproclamada República Popular de Donetsk y la República Popular de Lugansk.

Realizado el reconocimiento, solo quedaba blanquear la participación militar rusa en el conflicto, ya que sus militares venían interviniendo de forma encubierta desde 2014. La llegada de los tanques rusos para "garantizar la paz" era el próximo paso. Lo que no sabemos es si los tanques rusos van a continuar hasta Kiev, si sólo van a ocupar la totalidad del Donbass o si van a tomar otros enclaves ucranianos para después negociarlos diplomáticamente. 

Paralelamente, llama la atención el silencio de China. Frente a la profundización del conflicto, en el que se ve involucrado Moscú, su principal alfil en la construcción de su propio orden internacional, Beijing podría estar atendiendo su propio frente interno, no pudiendo apoyar separatismos cuando en su país tiene los reclamos de independencia de musulmanes uigures y de tibetanos.

La radicalización del conflicto aleja casi permanentemente a Rusia de Occidente y de esa estrategia soñada por algunos expertos de que Moscú se pudiera convertir en una herramienta clave para aislar a China, a la inversa de como Kissinger alineó a China contra la Unión Soviética.

El escenario que se viene no puede ser el mejor, la suba del precio de los commodities está en escena, lo que puede favorecer a nuestro país, ya que Rusia y Ucrania producen trigo y oleaginosas. De hecho Ucrania es el principal productor mundial de aceite de girasol, pero, como contraparte se espera, de profundizarse el conflicto, una suba del valor del gas natural y por supuesto del gas licuado, con el que Europa puede reemplazar al gas natural ruso, lo que acarreará mayores costos al Estado argentino en el próximo invierno, un Estado de por sí escaso de divisas para enfrentar cualquier cambio.

 

 

Eduardo Carelli
Analista internacional