La aventura se renueva cada 20 minutos todos los fines de semana desde 1980 cuando el tranvía, como el ave fénix, renace de sus cenizas gracias al esfuerzo de un puñado de entusiastas porteños que no se resisten a dejar morir a este medio de transporte que hoy sólo vive en la memoria de algunos nostálgicos. Se trata de un vagón que invita a un viaje al pasado por el porteño barrio de Caballito.
El único punto de partida y de llegada está ubicado en la esquina de Emilio Mitre y Calasanz. A bordo, el guarda les entrega un boleto, simbólico, ya que el recorrido es totalmente gratuito. Cuando arranca el tranvía y empieza a sacudirse, se comprende por qué este medio de transporte desapareció. Los colectivos rozan el vagón a toda velocidad, hay que detenerse en cada esquina porque los autos estacionados impiden el giro. En el medio de un ruido tremendo, se tiene la leve sospecha de que en cualquier momento puede llegar a descarrilar. Imposible, este viejo ícono porteño nunca logra superar los 20 km/hora, un ritmo tranquilo para niños, curiosos y turistas que a bordo del tranvía pueden admirar las pintorescas calles y casas del barrio.
La idea surgió de ‘cuatro locos‘ enamorados de los tranvías que querían ‘reivindicar a este vehículo como uno de los mejores sistema de transporte urbano‘ de su época y reclamar el lugar que le corresponde en la historia, explicó a Efe el director de la Asociación Amigos del Tranvía, Aquilino González Podestá.
Este legendario medio de traslado de pasajeros que hoy pervive en ciudades como Lisboa o San Francisco lucha por seguir teniendo su espacio en el asfalto frente a la vorágine de la era moderna donde el subterráneo, los coches y autobuses le han ido ganando terreno.
Fue un trabajo arduo, ‘una odisea‘, relata González Podestá el cofundador de la Asociación Amigos del Tranvía que acaba de cumplir 40 años. Este entusiasta, además, hace cada fin de semana de conductor del tranvía y posa sonriente para los cientos de flashes que aprovechan para fotografiar la curiosa estampa en las calles de Buenos Aires.
Mediante una compra en Oporto primero, y donaciones después, han logrado reunir unos 15 coches que, con mucho mimo, se han dedicado a restaurar para deleite de unas 350 personas por jornada.
La entidad ha logrado que estos vehículos históricos puedan seguir rodando por los dos kilómetros de vía habilitados para este paseo por la que constituyó una de las líneas de tranvía a caballo más larga del mundo, con 870 km de recorrido sólo dentro de la Capital Federal argentina.
