En mi trabajo nunca se sabe qué pasará, una jornada laboral monótona puede convertirse en la más trascendente en años. El viaje de aquel 11 de octubre de 2013 que iniciamos desde Casa de Gobierno junto a colegas de otros medios iba a ser uno más. El objetivo: cubrir inauguraciones encabezadas por el entonces gobernador José Luis Gioja y los candidatos a Diputado Nacional en Valle Fértil. Sin embargo, ese día deparó una tragedia impensada que no sólo caló en mí como periodista sino también como persona.

Pasado el mediodía, la actividad oficial terminó y quedaba el almuerzo en un restaurante. Con el fotógrafo Federico Levato queríamos llegar a la redacción para terminar nuestra tarea, pero no conseguimos movilidad. Por esas cosas del destino permanecimos allí. Justo cuando comenzaban a servir el postre oímos una explosión lejana. Mi compañero y yo salimos a la vereda, un joven corría mientras anunciaba: “El helicóptero del Gobernador se cayó”. Fuimos de inmediato y nos topamos con la imagen que aún en ese momento nos negábamos a creer: la nave estaba destrozada en el piso.

Para ese entonces, Gioja y Daniel Tomas ya no estaban en el lugar. Una ambulancia se llevaba a Héctor Pérez y un grupo de hombres hacía palanca con un palo para levantar el helicóptero y rescatar a Margarita Ferrá de Bartol. Más alejado, yacía tendido en el lugar el piloto Aníbal Touris.

En un segundo, el fotógrafo caminaba en medio de la escena retratando todo. A mí, en cambio, me costó arrancar. Agarré mi teléfono, llamé al jefe que estaba de guardia y ni bien escuché el “Hola” atiné a decir: “¡Se cayó!” y repetir esas dos palabras una y otra vez. Un grito del jefe me pegó como un cachetazo y me permitió entender que tenía la obligación de salir del estupor generado por esa escena que en mi mente sólo podía ser parte de una película pero que profesionalmente era lo más importante que me había tocado vivir. En ese momento empecé a mirar todo desde otro lugar.

Los nervios me ganaron de vuelta sólo cuando vi la tabla en la que llevaban a la Diputada que, más tarde se supo, falleció. Recordé a esa mujer amable, correcta y prolija y la vi muy alejada de aquella que pasaba desvanecida y cubierta de tierra. Pero apreté los dientes y seguí, hasta que otro helicóptero se llevó a Gioja gravemente herido.

Tras la partida de la nave y en un silencio que no había escuchado en todo el día, regresamos en la combi y el día pareció caer sobre cada cuerpo. Junté fuerzas. Al llegar a la Ciudad debía continuar con mi trabajo.

La tarea de los periodistas, en primera persona