Horas de espera, cientos de llamados, llegar tarde a casa, interminables discusiones por el enfoque de una nota, por la imagen, por el video, por el dato que falta, son disputas frecuentes en una redacción. En realidad, el problema aparece cuando todo eso no pasa, cuando hay una sola voz y el resto calla, cuando nadie excita su ánimo tras haber conseguido una nota. Los medios viven gracias a la confrontación de ideas, de estrujar datos hasta encontrar el título que más atraiga, que genere más revuelo, o que explique mejor lo ocurrido, lo que parece ser una tendencia últimamente. Para colmo, en el caso de este medio, lo más importante y difícil a la vez es amalgamar el trabajo de las redacciones del digital y del papel, que físicamente están en el mismo lugar y persiguen el mismo objetivo, pero se mueven de manera totalmente distinta. En el papel el problema es encontrar un dato distinto, una imagen nueva, algo que sirva para darle un plus a los lectores, una historia única. En el caso de la web, lo mismo, pero con tiempos distintos. La rapidez ’garpa’, como dicen los chicos. Hoy esos mundos van confluyendo lentamente hacia completar esa mixtura, y en un corto plazo.

Todas esas cosas pasan en DIARIO DE CUYO, y han generado durante la vida de este medio cientos de miles de historias más pequeñas que las protagonizan los periodistas, reporteros gráficos, armadores, diseñadores, correctores e infografistas, que son las personas que las construyen. Guegué Féminis, famoso periodista de los medios de la provincia, al ver que alguien maltrataba un diario, solía reclamar: ’No arrugues el diario, porque es el producto del trabajo de cientos de personas. Tratalo bien’, y no lo decía en broma, se enojaba de verdad.

El lector tiene el privilegio de ver el producto ya terminado, pero no sabe que detrás de esa página de papel o de ese link en la web, hay periodistas sanjuaninos trabajando y poniendo todo lo que hay que poner, y a veces más. El lector no tiene por qué conocerlo, aunque no es mala idea que de cuando en cuando sepa todo lo que se hace para obtener un buen resultado. Muchos defectos tienen los periodistas, pero el peor es el de no saber reconocer un trabajo bien hecho, a veces ni siquiera el propio. Y tal vez sea el momento, tras 70 años de historia, de hacerles una caricia a quienes alguna vez se pelaron el lomo por una noticia de alto impacto.

Están esas historias y están las más mundanas, que también componen un universo único e irrepetible en la redacción del Cuyo: las eternas discusiones entre Walter Cavalli y Fabio Garbi por casi nada que sea importante; los apodos que Diego Castillo le pone a todo novel e inocente víctima que se anima a pisar la redacción del diario; las rabietas de Eduardo Manrique por llegar a tiempo a un policial; los reproches a Mario Romero, editor de la web, por el ’robo’ de una noticia; las peleas con Gustavo Acevedo por el volumen de la música los sábados en la siesta; la música de los armadores después de las seis de la tarde; las larguísimas discusiones por el control remoto del aire acondicionado; el ’fumódromo’, etcétera. Claro, son personas que prácticamente se conocen de toda la vida, han hecho lo mismo durante muy buena parte de su carrera, y han convivido muchas horas de casi todos esos años. Todo lo anterior, casi es natural. Esa forma de compartir da pié para armar las otras historias, las profesionales, que son muchísimas más.

Aquí encontrarán el ’detrás de escena’ de una entrevista a Diego Maradona, con el casi delictual acto de ’chantajear’ al gestor de la nota con una damajuana de vino; el pánico de la cobertura de cuando cayó el helicóptero con José Luis Gioja en él; los dramas de un durísimo trabajo en las Islas Malvinas, haciendo historia; la habilidad para hacerse pasar por productor de Charly García y así cubrir al mismo músico e, incluso, pasear por el centro de San Juan con él; el largo periplo y los ruegos al cielo (literal) para dar a conocer detalles únicos de la vida de un sanjuanino que actuó con Carlos Gardel y con un muy joven Ástor Piazzola; la locura de dos hinchadas matándose en un campo de juego, con el periodista de testigo obligado, porque no tenía por dónde escapar; el novelesco drama de decidir a diario qué poner y qué no, y cómo hacerlo, sobre todo cuando se trata de notas que van a cambiar la historia de la provincia; la irracionalidad de estar en un café con políticos, y a los diez minutos buscar ropa para subir a Veladero, en invierno y sin el abrigo necesario; y la decisión de llevar la cámara en la mano y lograr una imagen que luego recorrería el país.

No todas las historias que ocurrieron en 70 años entraron en este resumen, por cuestiones obvias de espacio y tiempo, pero cada uno de los profesionales del diario tiene algo que le infla el pecho. Las que entraron, se recomiendan. Las que no, tal vez para otro aniversario.

La tarea de los periodistas, en primera persona