La pareja conformada por Soledad de Mora y Diego Villala fue la gran protagonista del primer Concurso del Churro en Rivadavia. Con una receta que guarda secretos familiares transmitidos de generación en generación, lograron conquistar al jurado y al público, llevándose el primer puesto y un premio de $150.000. Sin embargo, detrás del triunfo hay una historia de esfuerzo, tradición y amor por un oficio que los acompaña desde hace décadas.
Diego tiene 33 años, nació en La Bebida, Rivadavia, pero hace seis años se instaló junto a Soledad en Villa Obrera, Chimbas. Se dedica a la elaboración de churros desde hace 20 años, una pasión que heredó de sus padres, quienes llevan más de tres décadas en el oficio. “Ellos me enseñaron todo. Yo crecí entre el aroma a masa frita y azúcar, viendo cómo trabajaban con tanto esfuerzo. Hoy siento que mantengo viva esa tradición familiar”, cuenta con orgullo.
Durante el invierno, Diego fabrica churros que distribuye en panaderías, cafés y kioscos. En verano, cuando el calor invita a compartir al aire libre, su lugar son los campings de San Juan, donde sus churros ya se convirtieron en un clásico buscado por las familias. Pero además, encontró una segunda vocación: hace tres años se capacitó en instalación y reparación de aires acondicionados, un rubro en el que también se desempeña con mucho compromiso. “Soy matriculado y eso fue gracias a Dios y al esfuerzo de todos estos años. Siempre busco crecer y aprender algo nuevo”, explica.
La decisión de presentarse en el concurso no fue improvisada. Según Diego, sentían que estaban preparados para dar ese paso: “Confiamos en lo que hacemos todos los días, trabajamos con materia prima de primera calidad y con dedicación. El secreto de un buen churro está en elaborarlo como si fuera para la persona que más querés”. Entre sus especialidades menciona los churros rellenos de dulce de leche, los clásicos sin relleno, y para ocasiones especiales, versiones con pastelera.
Soledad, que tiene 25 años y estudia Profesorado en Enseñanza Primaria, lo acompaña en este camino. Aunque no proviene de una familia de churreros, se involucró de lleno en la actividad y se convirtió en el sostén fundamental de Diego. Juntos forman un equipo que no solo piensa en los clientes, sino que disfruta de compartir el día a día del trabajo.
El triunfo en Rivadavia fue un reconocimiento al esfuerzo y la pasión, pero también a la constancia de un emprendimiento que se ganó un lugar en la mesa de los sanjuaninos. “No tengo palabras para agradecer a mis clientes, que cada día me eligen y me tienen presente. También quiero agradecer a la municipalidad por organizar un evento de esta magnitud, que nos permite mostrar lo que hacemos con tanto amor”, señala Diego, con emoción.
Mientras disfrutan de este logro, Soledad y Diego siguen mirando hacia adelante. Ya piensan en nuevos proyectos, en continuar perfeccionando su producto y en mantener vivo el legado churrero que comenzó con sus padres. Porque, como ellos mismos dicen, el churro no es solo un alimento: es tradición, trabajo y, sobre todo, familia.

