En la actualidad hay programas del Gobierno que aportan materiales y maquinaria en comodato, además brindan talleres con diseñadores conocidos y cursos de marketing o comercialización, para incentivar una actividad que se presenta como una verdadera fuente productiva. Paralelamente, hay una gran demanda del mercado por este tipo de prendas, en cualquiera de sus versiones.
Las historias de esta nota, de mujeres de todas las edades y condiciones sociales -que lo hacen como sustento económico, como hobbie e inclusive para vestirse a sí mismas o a sus familias- sirven para ilustrar una realidad que parecen no tener límites.
Ermela Balmaceda (66 años)
La señora del poncho
Ermela Balmaceda tiene en sus manos un don que el gobierno supo valorar. Es tan prolija, que fue la tejedora elegida para hacer los ponchos sanjuaninos, una especie de ícono oficial que recuerda la prenda que utilizó San Martín para cruzar la Cordillera de los Andes y que a su vez, es el objeto con que se agasaja a las personalidades que visitan la provincia. Ella no lleva la cuenta exacta ni de cuántas "obras de arte y de abrigo” ha vendido a la gobernación y otras dependencias del Estado, como tampoco sabe a ciencia cierta en manos de quienes han recaído. Supone que la presidenta Fernández de Kirchner tiene una de sus prendas de lana de oveja color marrón. Alguna vez le dijeron que Soledad Pastorutti, también se llevó uno de sus ponchos a telar de recuerdo de su paso por San Juan. A la lista se le suman -y con la confirmación de la Secretaría de Cultura- otras tantas personalidades de la talla de la ex-mandataria chilena Michel Bachelet, el brasileño Lula Da Silva, además de embajadores y funcionarios de rango.
Ermela aprendió este arte viendo a su mamá tejer colchas jachalleras y ponchos de vicuña. Ella junto a sus hermanas -de hecho Edith, la menor, es su mano derecha y quien la ayuda para cumplir en tiempo y forma con los pedidos- imitaban los puntos a dos agujas y movimientos en el telar que hacía la mujer, sin imaginar que esto que hacían jugando, sería, a futuro, una ocupación de por vida. No necesitó mayores títulos para dedicarse a la docencia. De hecho, con solo la primaria terminada más una capacitación docente, pudo transmitir a decenas de alumnos los secretos de los tejidos regionales.
Actualmente está jubilada de su tarea docente en una escuela de Capacitación Laboral de Iglesia. De todos modos, sigue teniendo un sueldo por los tejidos: le pagan unos 1.000 pesos por cada poncho, dinero que representa una verdadera ayuda económica.
"El trabajo en el telar es duro. A mí ya me duele un poco la espalda de pasar tantas horas trabajando, pero igual es algo que me gusta y me mantiene entretenida. En realidad, yo estaba pensando en dejar de tejer cuando Mónica Arturo (NdR: la actual directora de Acción Cultural) que conocía mis trabajos por el Mercado Artesanal, me buscó en nombre del gobierno para mostrarme un papel con un dibujo de un poncho original, igualito al de San Martín, para ver si yo lo podía hacer. También me explicó que quería que lograra los mismos colores: el marrón y el blanco de un listón. Así fue que me empezaron a encargar los ponchos”, cuenta Ermela desde su casa en la villa cabecera de Iglesia.
Su trabajo no se limita al tejido al telar con pala (los resultados son una tela más tupida y ceñida), sino que incluye el teñido de la lana de oveja con raíces de retortuño y chalas de vid y su posterior hilado. Todas estas tareas pueden insumirle un mes de labor, de hasta 7 ú 8 horas por día.
"¿Quién me gustaría que reciba uno de mis ponchos? Nunca lo he pensado. Me llena de orgullo que los lleven personas importantes del país y del exterior pero si hay algo que me encantaría es verlos puestos en la gente de mi provincia porque son parte de lo que somos, son parte de nuestra historia”, dice la mujer que hace unos días recibió dos reconocimientos, los primeros de su vida. Nada más ni nada menos que un jurado de expertos en la Exposición Rural reconocieron sus ponchos como la "Mejor prenda tejida" y por otro lado como el "Mejor hilado".
Bernardette Fontivero (26 años)
Con la mano de la abu
De tanto quedarse en la casa de la abuela materna cuando era muy pequeña, Berni (diminutivo de su nombre Bernardette), tomó las agujas e inició su camino en el tejido. La abu Olga (Gentile) fue quien le enseñó a poner los puntos y hacer los primeros pasos. "Tejía por pasar el tiempo, hacía cosas chiquitas, pero luego dejé hasta cuarto grado cuando la maestra de actividades prácticas me pidió que tejiera una bufanda y la verdad es que no tenía muchas ganas. El problema es que faltaba poco para la entrega, me iban a poner mala nota, y decidí ir a la casa de mi abuela para que me ayudara. Así logré terminarla muy rápido y me di cuenta que lo que me hacía falta era estar con ella para lograrlo", cuenta.
Los juegos, las travesuras y la escuela la alejaron de las lanas, pero sólo hasta los 16 años cuando este esparcimiento comenzó a ser una pasión. "La gente dice que las dos aguja te limitan, que no podés tejer en redondo o hacer otras cosas, pero se puede trabajar con más agujas, es cuestión de crear, de buscarle la vuelta", explica.
Al tejido se sumó la creatividad, la superposición de lanas, colores y formas, hasta que también descubrió el crochet. Esta vez fue de la mano de su suegra, Susana Becerra, quien le impartió todos los conocimientos.
"El tejido es algo tan noble, tan maravilloso, que cuando comencé a tejer para otras personas me sentí muy gratificada. Le di otro valor, es entregar una expresión de uno mismo, dar capacidad a la creatividad, por eso ahora también voy por el telar. Estoy esperando que me envíen uno desde Buenos Aires para comenzar a incursionar en él porque es otro mundo", dice Berni, quien además es alumna del último tramo de la carrera de abogacía y trabaja como administradora de una distribuidora.
Alma, su pequeña hija de 2 años y medio, es una de las grandes favorecidas con el talento de su mamá porque desde que nació usa las prendas tejidas por Berni. "Debe haber sido por mirar a mi abuela, pero nunca tuve problemas para hacer los cuellos, las mangas, me salía solo y a veces hasta inventaba puntos en el afán de lograrlo", relata.
Actualmente está comenzando a trabajar el fieltro para hacer prendas con motivos variados sobre esta tela de lana y sus tejidos, para lo cual tomará el sobrante de las fibras de las hilanderas y tejedoras de Calingasta e Iglesia para abaratar costos.
Todo lo realiza en su casa de Médano de Oro y el próximo paso, pronto a darlo, es la creación de una marca con otra tejedora, para poder proveer la gran demanda que tiene.
"Estamos preparando el stock porque el trabajo artesanal demanda mucho tiempo y esfuerzo. A veces la gente dice cómo va a costar tanto si no usó tanta lana o hilo, pero eso no lo es todo. Igual trabajo con precios accesibles y buscando siempre muy buena calidad. Con el tiempo uno aprende a distinguir si va a encoger, si le saldrán pelotitas, y otros detalles".
Berni dice que retomar costumbres como la de tejer en la casa, rescatar lo de los antepasados "es muy bueno a nivel cultural y también desde los afectos porque es maravilloso entregar algo que uno hizo con sus manos. El rescate es positivo porque había sido sustituido por otras telas de abrigo".
Dolores Aubone (37)
Una araña laboriosa
Sin duda es la araña, la más tejedora de todas. Tramas irrepetibles que se multiplican creando redes muy sólidas.
Un concepto que tomó Dolores Aubone (contadora), al momento de elegir el nombre de la marca que la identifica junto a su hermana Cecilia (médica), y de crear una red de tejedoras que puedan ganarse la vida con este oficio.
Dolo es muy inquieta, y al parecer todos en esa familia, ya que además de llevar sus profesiones se dan tiempo para otros emprendimiento creativos. Ella empezó como casi todas las tejedoras, desde muy pequeña y de la mano de su abuela haciendo carpetas, prendas para ella, todo pequeño, pero muy simbólico.
Claro que no pudo con su genio y a los 16 años, tomó el colectivo hasta el centro buscando clientes para 8 puperas tejidas. Las vendió en una boutique de una galería comercial de inmediato y aunque no logró invertir el dinero en nada entusiasmada por otras necesidades de la edad, avizoró que en eso podía haber un negocio.
Las dos agujas y el crochet estuvieron siempre presentes, a modo familiar, ya que cada una debía cumplir con sus estudios y desarrollo profesional, pero la pasión por el arte y la creación pudo más. Es que la gente que las conocía les pedía tejidos, sus diseños eran cada vez más novedosos y como último detonante viajaron hace cerca de dos años a Bariloche y se quedaron obnubiladas con los tejidos artesanales. "Ahí nos dijimos con mi hermana por qué no dedicarnos a eso. Así surgió la marca porque es muy difícil que solo las dos podamos cubrir la demanda que tenemos. Entonces creamos una red de arañas como nos llamamos cariñosamente entre nosotras y ya somos diez entre San Juan y Mendoza porque allí está mi hermana", dice Dolores.
El diseño es una de las características de la marca por lo que crean cada prenda en particular aun cuando otra persona la teja.
Las hermanas ahora están abocadas a la apertura de un salón de ventas de tejidos artesanales en San Juan no sólo de prendas de vestir sino con un fuerte acento en cosas para la casa, otra tendencia en boga.
Este fin de semana las tejedoras se reunieron por primera vez en un desayuno de trabajo para fortalecer los lazos de trabajo y de amistad, como otro paso a seguir en el desarrollo de una tarea que dignifica a muchas amas de casa que ahora tienen la posibilidad de alcanzar ingresos por estas tareas.
"No es sencillo formar la red porque hay que empezar a cumplir con tiempos específicos, es algo agotador, pero lo estamos logrando", cuenta Dolo, quien se desempeña profesionalmente en la Agencia de Desarrollo de Inversiones.
Las prendas de "Me extraña araña", se destacan por modernos diseños conjugados con técnicas de tejido tradicional, colores de moda, superposición de tramas en crochet y dos agujas, y detalles que terminan de dar el toque de identidad que cada persona busca (se pueden ver en el facebook de "lasaubone"").
Alejandra Zapata (37 años)
Una fuente de trabajo
Cuando se quedó sin su trabajo en una casa de fotografía, Alejandra Zapata necesitaba una ocupación que no sólo significara un aporte económico para sobrevivir sino además una tarea que no la alejara de su casa y sus cuatro hijos. La solución llegó rememorando el hobbie que había aprendido de chica con su mamá y que había perfeccionado en las páginas de las revistas de moda. En pocas palabras encontró en el tejido -esa labor que podía hacer con la vieja máquina que había en su casa, pero también a crochet y a dos agujas- el modo para ganarse la vida.
Más allá de su buena voluntad y sus habilidades manuales, necesitaba un empuje financiero para hacer la inversión inicial para empezar a soñar con vender las prendas de lana. Aconsejada por una amiga, llegó hace tres años a la Dirección de Talleres Comunitarios -que dirige Beatriz Muñoz y que es una de las dependencias del Ministerio de Desarrollo Humano- a pedir asesoramiento. Allí no solo estudiaron su caso (se hace un informe social como requisito fundamental), sino que buscaron la manera de ayudarle a armar su microemprendimiento.
"Armé un proyecto para taller familiar. Lo bueno es que no sólo me ayudaron entregándome lanas y agujas sino que además me dieron en comodato una máquina de coser con la que no sólo hago las terminaciones de las prendas sino que además puedo dedicarme a hacer manteles y cortinas cuando bajan las ventas de las prendas de lana. En el Ministerio me dieron charlas de cómo poner precios, de cómo mejorar y hacer más lindos los trabajos, de cómo diseñar otras prendas como vestidos o sacos calados, de cómo ofrecerlas en el mercado. También me dieron la posibilidad de participar en un desfile en la CGT para mostrar lo que hago, además me llevaron a dos ferias en la provincia donde vendí muchísimo. Aparte, gracias a ellos, pude aprender mucho de la mano de un grande como es Hermenegildo Zampar, un diseñador de Buenos Aires que tiene su propia escuela de modas y que en más de una oportunidad ha venido a San Juan a darnos clases”, explica Alejandra quien trata de no dejar descansar ni las agujas ni los hilos mientras espera a su quinto bebé (está embarazada de 6 meses).
Esta mujer se ha especializado en hacer todo tipo de prendas tejidas pero la "vedette” de sus colecciones son los vestidos de fiesta a crochet, los que vende a una cartera de clientas que ha ido armando por recomendaciones del "boca en boca”. También, pero en menor medida, ofrece por medio de negocios.
"De esto vive mi familia, es mi único ingreso. Realmente los tejidos me cambiaron la vida”, confiesa Alejandra, quien reconoce que siguió al pie de la letra todo lo que le recomendaron: armó un pequeño stock (para ello trabaja 8 horas por día junto a su mamá y su hermana, además su hija se ocupa de llevar los tejidos a domicilio y de la cobranza), trató de diferenciar sus productos con algunos detalles (por ejemplo a las camperas tejidas a máquina le hace las terminaciones a crochet), le puso nombre a sus prendas (la marca es Taimenta que significa "El que todo lo da o el que todo lo puede”), se valió de Internet para difundir sus trabajos (tiene un blog con el nombre de la marca: http://taimenta.blogspot.com) y se hizo monotributista para poder facturar.
Alejandra Zapata es una de las 6.000 beneficiarias en toda la provincia de los 630 talleres que funcionan en todos los departamentos bajo la órbita oficial, como medida para frenar el asistencialismo por parte del Estado. Es que según explica Beatriz Muñoz, la responsable de los Talleres Comunitarios, prestando herramientas y dando capacitación se crean fuentes productivas con las que pueden valerse por sí mismos, los sectores más necesitados. Punto a punto, Alejandra Zapata, lo va logrando.