No queda ninguna duda que Olga Estornell es una abuela fuera de serie. A los 93 años lejos de quedarse mirando cómo pasa la vida -cosa que estaría en todo derecho a hacerlo, sin la crítica de absolutamente nadie- ella se dedica a tocar el piano desde su perfil de Instagram para sus más de 3000 seguidores (hasta este momento). Esto sin dejar de contar que sus piezas musicales también están subidas a su propio canal de Youtube.


Activa, predispuesta y jovial, se entusiasma con cada proyecto que le plantea su nieto menor, Federico Robles, quien está pendiente de ella y es de algún modo, el gran mentor de esta "abuela tecno", nacida el 5 de septiembre de 1928.


Sin ir más lejos, por él fue que se enteró que en una revista virtual de España de renombre había una convocatoria para adultos mayores para participar de un concurso de cartas que relataran alguna anécdota o historia familiar. Federico le sugirió que contara ese viaje en colectivo que marcó su vida para siempre, una narración cotidiana en sus vidas, la que la abuelita no se cansa de repetir. Y a ella le pareció bien así es que en papel y de puño y letra fue poniéndole palabras a los recuerdos, siempre ante la cámara de un celular que no dejaba de filmarla. No tenían tiempo de mandarla de manera postal, ni tampoco intenciones de hacerlo de ese modo. De hecho, un hashtag vinculando -desde su perfil de Instagram al de la revista Cultura Inquieta- el texto, algunas fotos editadas y la grabación en cuestión fueron suficientes para sumarse a la contienda que recibió 1000 esquelas y que tenía como incentivo un premio a repartir de 1700 euros, una exposición del material recibido en el Parque del Retiro en Madrid y la edición de un libro. Hace un mes aproximadamente se enteró que era una de las 30 seleccionadas. Y esta semana llegó el veredicto final: su texto fue elegido, por el voto de los lectores, en cuarto lugar. Este es el primer premio que recibe en una competencia literaria. Y su primera incursión en este ámbito.

Olga con su nieto Federico, su gran cómplice en las redes y su nuera Cristina Valdez.

De las teclas al celular


Olga no disimula la gran pasión que siente por el piano. La misma, desde hace años, al punto de conservar casi todas las partituras que alguna vez han pasado por sus manos que por supuesto casi que de más está decir y pero vale para dimensionar su "profesionalismo musical"- conservan la postura correcta y relajada, cada vez que se posan en el teclado.


Tenía 8 años cuando empezó a estudiar en un piano eléctrico. ¿Cómo? ¿Dónde? Olga era sobrina del dueño del cine San Martín, que estaba ubicado en a media cuadra de la plaza 25 de Mayo, sobre la calle Mitre. Eso le daba una ventaja. Allí justamente tenían un piano que "se enchufaba y tocaba solo, para ponerle sonido a las películas mudas", según recuerda la propia protagonista de esta historia. Ella solía ir a practicar, porque vivía muy cerca sobre la calle General Acha (a media cuadra de la plaza), pero con un detalle: ponía las manos encima de las teclas, sin conectar el instrumento a la energía, entonces tocaba por sí misma. Hasta que un día se lo regalaron. Fue cuando la industria cinematográfica comenzó a difundir las películas habladas, entonces ese piano perdió sentido en ese ámbito.


"El tío Bautista Estornell, que era el dueño del cine, me lo regaló porque lo iban a desechar", dice Olga, dejando traslucir que fue el momento en que su sueño se hizo realidad. "De inmediato empecé a aprender. Como no teníamos plata para pagarle el mes a alguien, una amiga de mi mamá que era profesora, me vio tan entusiasmada que le dijo que fuera a estudiar, que no se preocupara, que no me iba a cobrar. Estuve 8 años estudiando con Ema de la Fuente de Rizo, sin pagarle ni un centavo. Y cuando me recibí, y muy jovencita conseguí un puesto en una escuela, el primer sueldo que cobré se lo llevé a esa señora que me prestó el piano y me enseñó con tanta dedicación", detalla.


Sin lugar a dudas el piano se convirtió en su puerta al mundo: fue, hasta jubilarse con 30 años de servicio, profesora en la escuela Cirilo Sarmiento de Angaco y en otros establecimientos, también tenía alumnos particulares que iban a tomar clase a su casa o ella se trasladaba a sus domicilios para enseñarles los secretos de este instrumento.


"En esa época como me gustaba coser, también era modista. Cosía ropa, hasta hacía vestidos de novia. Entonces, cuando iba a dar clase a domicilio, cuando terminaba con los niños, empezaba con las costuras para las señoras, todo en la misma casa", agrega la mujer siempre activa, quizás por lo que de muy joven quedó viuda.


Olga se casó con el español Lucas Robles, quien falleció cuando su hija mayor (Cristina), tenía 9 años y su hijo mejor (Miguel), 5. Tiene 5 nietos, 3 viviendo en Córdoba y dos en San Juan. De hecho, desde 2014, se mudó a un departamentito en los fondos de la casa por eso para su nieto Federico es habitual pasar mucho tiempo con ella.


 "Mi abuela es de las que recibe a las visitas en su casa, siempre con una pieza en el piano. No recuerdo cumpleaños de ella en los que no haya un concierto como parte de los festejos. Por eso, en el aislamiento por la pandemia, que fue muy difícil, se me ocurrió crearle un Instagram para grabarla interpretando canciones que le gustan en el piano, con la idea que tocara para todos, no solo para sus amistades, conocidos y familia, que encima no podían visitarla. Ni nos importa el número de seguidores, ella con tal de saber que alguien la escucha, ya se pone contenta. Sin embargo, hay muchísima gente que la sigue, de lugares que ni nos imaginamos y que le comenta sus posteos, los que por supuesto responde", explica Federico que es su nieto menor, tiene 28 años, estudia Abogacía y a la par de disfrutar el tiempo compartido con su abuela, está buscando trabajo.

A esta altura de las circunstancias el Instagram de Olga ha superado los 3000 seguidores de sus más de 50 publicaciones. Entre ellos hay gente de distintos rincones del país y del exterior (México, Canadá, Australia, España). Inclusive Olalla Hernández, actriz de la tercera temporada de la serie La Casa de Papel (que hace de Amanda, la secretaria del presidente del Banco de España). Hasta una persona que le dice que le agradece su talento y le cuenta que sufre ansiedad y le da mucha calma escucharla.


"Yo le cuento quienes la siguen y trato de enseñarle todo acerca de las redes y el uso del teléfono o el librito como le gusta decirle al celular, pero siento que a veces es demasiado. Igual ella entiende a la perfección de qué se tratan las redes sociales. Cada vez que se cruza con alguien le pregunta si la ha visto en su Instagram", dice con complicidad, quien se encarga de grabarla, quien le hace propuestas para que las publicaciones sean interesantes aunque reconoce que es la propia abuela quien decide que va a interpretar.


"La mayoría de las piezas las toca de memoria o siguiendo las partituras. Eso sí, se toma su tiempo para ensayarlas. Hace unos días me sorprendió porque sacó y se aprendió una canción nueva Bella Ciao, que no estaba en su repertorio de siempre

El teléfono y el piano se han vuelto el "cable a tierra" de esta abuela de 93 años, especialmente durante la pandemia.

Sin miedo a la modernidad

Con semejante actividad en redes sociales, al más joven de esta historia le pareció una propuesta interesante la del concurso. Quizás ganaba, y podría financiar con ese dinero, la afinación del piano.


"El día que empecé a grabarla escribiendo con su hermosa letra, llegó mi prima Carla, así es que entre los tres lo hicimos. Estuvimos toda la tarde con su anécdota de cómo lo conoció al abuelo. Su relato es verídico y exacto a lo que cuenta siempre. A mí me fascina hacer todo esto y ojalá la gente lo tome como un mensaje para acompañar y no abandonar a los abuelos, a las abuelas, Nosotros somos muy compinches. Sus charlas, aprendo mucho de ella y de mi otra abuela que vive en Mendoza. Disfruto del tiempo compartido con ellas y me pone feliz que sigan haciendo lo que les gusta. Es un regalo para ambos. Soy un fan de mis abuelas. Las amo", dice feliz.


Gozando de una buena salud, con algunos olvidos propios de la edad pero a su vez con una memoria histórica admirable y un espíritu contagioso, Olga ya se enteró, por las redes, como no podía ser de otro modo, de que había sido elegida por el jurado y el público.



Cultura Inquieta

Con 2.164.715 de seguidores, este sitio web de artes, cultura y humanidades, también revista y la red social especializada y con una mirada divertida e inspiradora "más potente de España y de las más fidelizadas de Europa", lanza cada tanto concursos de diferentes temáticas. Esta vez tuvo un público particular: personas mayores de 65 años que tuviesen algo que contar en modo de carta. Fue a mediados de marzo y realmente se vieron desbordados la repercusión materializada en el volumen de cartas recibidas, así es que tuvieron que darle más tiempo al jurado para leer todo el material y seleccionar las mejores. Luego la elección final fue por el voto de los lectores.

El jurado estuvo integrado por el equipo editorial de Cultura Inquieta , entre otros, los autores Juan Sobrino (técnico de la biblioteca madrileña de Soto del Real y uno de los "Los 100 más creativos de España" de la revista Forbes por ser el precursor del proyecto "cuentos por teléfono", un servicios dirigido a personas mayores que viven en residencias o solas dentro del municipio de Soto del Real para combatir el aislamiento social a través de la lectura y Adolfo Gilaberte (escritor, profesor de escritura creativa, y coordinador de la sede de la Escuela de Escritores en Getafe.



Un viaje compartido *

En familia: El casamiento con Lucas fue el punto de partida de una familia maravillosa, que se completa con dos hijos y cinco nietos.

Él llegó de España a la Argentina con su valija marrón, y le alquila a mi papá la casa de al lado donde yo vivía. En ese tiempo cruzábamos miradas, pero no nos hablábamos.


Un día yo tenía que ir a hacer unas compras al centro. Cuando subo al ómnibus veo que él también lo hace y se sienta junto a mí, porque eran asientos dobles. Me saluda por primera vez y en el camino empezamos a hablar, pero solo un par de palabras. Al bajarme, sin decirle que lo haría, también se baja y me dice ¿y si tomamos un helado?, (y a mí me encantan, casi de todos los sabores), le dije que sí.


Nos sentamos en una confitería (no recuerdo su nombre) y conversamos tanto que los helados se derritieron y no los tomamos. Después, él pagó, nos despedimos y cada uno siguió a hacer lo suyo. Estaba tan emocionada, sentía un gran revuelo en mi cabeza, al punto que olvidé lo que tenía pensado ir a comprar.


A partir de ahí, seguimos saludándonos; muchas veces me veía en el hall de mi casa, lugar donde yo cosía, a metros de su ventana. Creo que ambos buscábamos momentos para vernos y con una sonrisa tímida, nos saludábamos. Hasta que un día pidió permiso a mi papá para venir a conversar conmigo. Nos sentábamos en el hall, donde había un silloncito que cabían dos personas, y pasaban las horas sin darnos cuenta. Al poco tiempo dijo de casarse.


Tuvimos dos hijos hermosos, y así formamos nuestra familia.

Disfrutamos juntos esta historia sólo diez años, ya que me tocó despedir de este plano terrenal a aquel gran compañero que elegí ese día en la heladería.


* Esta es la carta original con la que Olga Estornell participó del concurso #Palabras Mayores, propuesto por la revista española Cultura Inquieta.


Por Paulina Rotman
Fotos: colaboración Federico Robles