Aquí las tres historias que no hacen más que reflejar que con voluntad y perseverancia, todo se puede. Tres ejemplos para imitar.


Gustavo Gutiérrez, instructor

"Hay que decir basta"

Con 26 años pesaba 132 kilos y tenía una tos permanente que no lo dejaba vivir. No sólo estaba obeso, sino que también tenía estrés crónico, problemas para respirar y autoestima por el piso. +No podía subir escaleras porque me agitaba, no podía comprarme ropa porque todo me quedaba mal. Entonces algo me hizo click en la cabeza y comencé con natación. Era lo único que podía hacer con mi sobrepeso ya que otra cosa dañaba mis articulaciones+, indica Gustavo Gutiérrez, ahora con 34 años y 86 atléticos kilos.

Así fue que durante 3 meses de pileta en El Palomar y la decisión de no comer +pan, frituras, ni tomar café y gaseosas+, comenzó a ver los primeros signos de su mejoría.

+Esos meses fueron suficientes para no tener más tos y dejé, pero al poco tiempo continúe porque tomé conciencia de la situación. Era apenas el comienzo de un cambio+, dice Gustavo.

Bajaba lenta pero progresivamente de peso, y entusiasmado con eso, también armó una bicicleta, que en un principio sólo servía para trasladarlo hasta su trabajo y después pasó a ser una herramienta más vinculada a su nueva vida deportiva.

El tercer paso, y quizá el detonate de su capacidad competitiva, fue la caminata en la pista del complejo universitario. "Mónica Bernal, la instructora, me animó a que comenzara a caminar, pero veía que todos trotaban y yo no podía, eso me enfrentó otro desafío y empecé a caminar media vuelta y trotar la otra, hasta alcanzar mejores niveles".

Desde ahí las metas fueron constantes, tanto que la próxima fue una maratón. En ese momento estaba en 109 kilos, pero la entrenadora le explicó que no era conveniente participar hasta que no pesará menos de 100.

La tenacidad de Gustavo llegó al punto que con 99 kilos se inscribió para participar de una carrera de 6 km en la zona de Pie de Palo. "Fue sobre terreno arenoso lo que implicaba un gran esfuerzo, pero eso provocó que comenzara un desafío con mis propios tiempos, no con los del resto de los competidores", asegura.

Con 96 kilos e intenciones de competir como un verdadero profesional decidió pedir ayuda a una nutricionista, la licenciada Olga Manzano, quien le enseñó a comer de acuerdo con su estado general. La gran maratón llegó en el 2007 cuando en Mendoza se realizó una competencia internacional de 10, 21 y 42 km. "El primero hizo un promedio de 46 minutos, yo la hice en una hora y media, para mi fue bastante bien", dice orgulloso.

Gustavo tenía hasta hace un par de años, una gran obsesión: la balanza. No había día que no se pesara y que controlara cada gramo de más o de menos. El ordenamiento nutricional le permitió relajarse y la balanza es ahora una ayuda para mantenerse, pero no una extensión de su cuerpo.

Su sonrisa amplia y contagiosa hace pensar que siempre fue una persona alegre, sin embargo, dice que "cuando estaba gordo me sentía viejo, no, no era igual, no estaba bien".

Actualmente no puede vivir sin actividad física, pasó a formar parte de su vida cotidiana, de sus placeres. Tanto es así que después de todo lo contado, también comenzó a asistir a un gimnasio y realizó el instructorado de RPM (ciclismo indoor), y ahora va por Power Jump, otra actividad física que se practica sobre un mini trampolín elástico.

A los 34 dejó atrás los kilos, mejoró un ciento por ciento su autoestima, se viste como le gusta y, sobre todo, pregona con el ejemplo que con voluntad "se puede".

Gabriela Dojorti/Triatleta

"Me gusta ser un ejemplo para mis hijos"

En el primer embarazo le diagnosticaron diabetes gestacional, con la esperanza de que al dar a luz a su primera hija, la enfermedad podía desaparecer. No fue así, ya que continuó con una diabetes crónica que la tenía a mal traer. Sintió que el mundo se le venía encima, dicho por ella misma.

A Gabriela Dojorti (39), la vieron varios médicos, pero en honor a la verdad, no daban mucho en la tecla, y recurrió al doctor Chiquiti, un profesional mendocino que aún la atiende desde hace casi 15 años. "Me encontré con un excelente médico y mejor ser humano. Me hizo entender que debía convivir sin traumas con esta enfermedad, aprendí a comer distinto, a usar la insulina de acuerdo con sus indicaciones y mis necesidades. Es que llega un momento en que uno se conoce tanto las reacciones del organismo que se va dando cuenta sola de lo que necesita. Además me dijo que debía hacer actividad física durante toda mi vida", relata.

Pasaron un par de años desde que nació su hija Agustina -por entonces Gabriela tenía 25 años-, y tomó la primera y gran decisión: caminar en el Parque de Mayo, y muy pronto se animó a trotar. Pasó poco tiempo hasta que le entregaron un folleto que difundía e invitaba a participar de una maratón y decidió hacerlo. El tema era la cantidad de kilómetros a recorrer teniendo en cuenta que empezaba en la Catedral y terminaba en el Dique de Ullum. No sólo largó, también llegó. "Ahí me dije: se puede, e invité a mi esposo a que se sumara a mis entrenamientos. Por suerte quiso y se enamoró de la actividad. Actualmente competimos los dos y cuando hay categoría mixtos lo hacemos en equipo", cuenta. De hecho este último fin de semana salieron primeros en esa categoría y segundos en la general en la competencia que se hizo en Barreal en la que los atletas recorrieron 180 kilómetros en total entre rafting, trekking y bicicleta.

Esta no es la primera vez que sube a un podio de ganadores, lo hizo desde el comienzo. "Recuerdo la primera vez, sentí tanto orgullo, me sentí tan bien. Desde entonces la enfermedad forma parte de mi vida porque no se puede cambiar, pero el deporte me mejoró en todo sentido", explica.

Gabriela entrena con un grupo de atletas bajo la supervisión de Mario Nievas. Los lunes, miércoles y viernes, hacen trote, y los martes, jueves y sábados bicicleta.

Dueña de una gran calidez, recuerda que hace un tiempo leyó en la revista Nueva (N.dR:aparece los domingos con Diario de Cuyo), una entrevista con Abayubá Rodríguez, coordinador de Diabesport, una grupo de atletas diabéticos que ascendieron el Aconcagua, entre otras tantas travesías, y tomó contacto con él. "Ese hombre es un ejemplo de vida, y logré tomar encontrarlo gracias a internet. Si bien me invitó a participar de la ascensión al Aconcagua, no pude hacerlo, porque eso significaba dejar muchos días a mi familia y soy muy apegada a ellos. De todos modos desde que leí el artículo me propuse nuevas metas en las que mi familia me apoya totalmente", cuenta.

Su núcleo familiar está conformado por Leonardo Diez, su esposo, y sus tres hijos, Agustina (15), Martín (12) y Pía (5).

Los desafíos han sido siempre una constante, y ha sabido enfrentar cada adversidad. Un claro ejemplo fue durante la carrera de Río Pinto, en la que sufrió una +ceguera momentánea+, que no le impidió llegar a la meta. "Me acuerdo que sentí que la vista empezaba a nublarse y solo veía lo que tenia muy cerca, el resto era todo borroso, sólo distinguía bultos, disminuí la velocidad y logré llegar", dice.

Tras ese hecho le diagnosticaron una neuropatía (se dilata la pupila en esfuerzo extremos), que ahora tiene controlada con medicación.

Ha participado en maratones realizadas en Córdoba (Río Pinto); San Luis, Mendoza y la próxima será el de 3 de abril en Santiago de Chile, una multitudinaria competencia con la que sueña desde hace tiempo. Por supuesto la acompaña toda su familia en esta lucha que empezó contra la diabetes, y que ahora es a favor de la vida.


Lucas Balmaceda/deportista amateur

"El cambio de vida me permite estar mejor"

En sólo un año, las cosas cambiaron para Lucas de la noche a la mañana. Todo comenzó con una suba de presión que si bien obedecía a su sobrepeso, sirvió para que le detectaran lo que en medicina se conoce como "miocardiopatía dilatada".

Fumaba mucho, no hacía ninguna actividad física, un panorama que no ayudaba para nada al diagnóstico de este joven de apenas 26 años. Dejó el cigarrillo, incorporó comida sana, sin nada de sal, y después de muchas idas y vueltas, dio primero con el doctor Rubén Fraifer en San Juan y luego Sergio Perrone en Capital Federal, quienes colaboraron de cerca para su mejoría.

"Me hicieron millones de estudios antes de dar con el diagnóstico y por suerte, gracias a mis hermanos, uno de ellos médico, llegué primero a Fraifer y luego a Perrone", dice Lucas.

La enfermedad consiste -en palabras simples-, en una crecimiento del ventrículo derecho del corazón que al estar más grande bombea menos sangre a este órgano.

Luego de iniciar el tratamiento con la medicación correspondiente, decidió hacer sus primeras caminatas. "Primero el médico no me dejaba, pero luego con los resultados de los primeros estudios me dio el ok. Al principio me dedique a caminar, luego a andar en bicicleta y ahora también ando en roller", relata.

Ya bajó cerca de 15 kilos gracias a la actividad física, al cambio radical en su dieta que no incluye nada de sodio, atención médica y la certeza de que seguirá mejorando.

"El médico dice que puedo hacer ejercicio en estas condiciones y de hecho han ayudado a mejorar mi vida, ya no tengo dolores de cuerpo, respiro mejor teniendo en cuenta que mi enfermedad disminuye a capacidad respiratoria, no me agito, estoy mucho mejor. Sólo si empeorara, cosa que no creo que vaya a suceder, debería dejar o hacer otras cosas. Estoy seguro que el cambio de vida me permitirá estar cada vez mejor", expresa.