“Tomá, es para que nunca te olvides de los lugares donde estuviste”. Joel Sánchez se limpió la espuma que cubría su cara y vio que Graciela, su mamá, le entregaba una caja: adentro había una ganchera y una tijera utilizadas por el flamante ingeniero para trabajar en la cosecha de uvas en Mendoza. El joven, que esa noche celebraba su graduación, lloró una vez más. Años de sacrificio y una adolescencia minada por las necesidades habían quedado atrás.

“‘Siempre confié en vos’, me dijo, y ahí me dio esas herramientas que creí que ella ya no conservaba. Me acuerdo y empiezo a lagrimear, disculpame. Es inevitable. El día que me recibí supe que había cambiado mi futuro y el de mi familia para siempre”, cuenta Joel, de 25 años.

Los Sánchez vivían en San Martín, a 45 kilómetros de la capital provincial. Jorge -mecánico- y Graciela -ama de casa- habían tenido cuatro hijos. Una diabetes que tenía a maltraer al papá finalmente se lo llevó. Corría el año 2010 y, en medio del dolor, una pregunta comenzó a apesadumbrar a la familia: ¿cómo seguir, en adelante, sin la única fuente de ingresos?

Joel tenía 13 años. Rubén tenía un año más y Sofía, uno menos. Ignacio (6, por entonces) era el más chico de los hermanos. Al terminar el año escolar, los tres más grandes decidieron salir a trabajar para ayudar a su mamá, que a la vez comenzó a desempeñarse como empleada doméstica. “Había que seguir, buscar una salida. Y lo único a mano era trabajar en la cosecha, que es desde diciembre hasta abril”, recuerda Joel.

El joven ingeniero el día en que se recibió. (Foto: gentileza Joel Sánchez)

Siendo adolescentes, Joel y sus hermanos cosechaban uvas para subsistir

Los hermanos se levantaban a las 4 de la mañana y se subían a la caja de un camión que los trasladaba a las fincas. Allí los esperaba un trabajo muy exigente y, al mismo tiempo, una hostil competencia por el sustento diario. “Te pagan según la cantidad que coseches. Si hay 1000 tachos en total para llenar, tenés que ser rápido porque te puede pasar que vos hagas 100 y otro 900. Al principio, de hecho, nos sucedía eso″, relata Joel.

“Tenés que ser veloz para sacar la mayor cantidad posible. Vas aprendiendo y, al mismo tiempo, incorporás estrategias”, cuenta. “Por ejemplo, yo era rápido corriendo con los tachos y mis hermanos eran rápidos en el corte de la uva. Cuando empezamos, competíamos contra gente que tenía 10 años en la cosecha y ganábamos unos 70 pesos por semana”.

Los hermanos recién pisaban la adolescencia y ya trabajaban. Y la aptitud física, por supuesto, marcaba la diferencia. “Nosotros éramos muy chicos. No es lo mismo alguien alto y con fuerza que alguien bajito. Recién cuando cumplí 17 comenzamos a cosechar a la par de los más experimentados”, remarca.

Al caer la noche, Joel y sus hermanos volvían a casa exhaustos y bañados en mosto: “Mi vieja nos recibía llorando de impotencia. Fueron años duros, pero gracias a eso pudimos salir adelante”.

Joel pasaba largas horas estudiando. "Los días eran interminables", dice. (Foto: gentileza Joel Sánchez)

Los frutos del esfuerzo: “Sabía que iba a tener recompensa”

Cada año, al finalizar la cosecha, Joel retomaba sus estudios en la escuela secundaria y hacía changas: “Trabajaba en el taller de chapa y pintura de un hombre que me ayudó mucho y me gustaría mencionar: Mario Barzola”.

En 2015, consiguió una pasantía en José Cartellone Construcciones Civiles S.A, una empresa pujante en la provincia. El trabajo en la cosecha ya era parte de su pasado, pero el sacrificio seguía marcando los pasos de Joel. “Al mismo tiempo iba a la secundaria y ya estaba cursando el preuniversitario para ingeniería electromecánica en la Universidad Tecnológica Nacional (UTN)”, menciona.

Y sigue: “Hacía todo a las corridas y los días eran interminables. Llegaba el fin de semana y veía las historias de mis amigos en Instagram: salían de joda o comían asado y, mientras tanto, yo miraba los cinco libros que tenía sobre la mesa y me quería morir (se ríe). Pero al mismo tiempo, eso me motivaba: sabía que en algún momento iba a tener recompensa”.

Joel tenía una meta muy clara: ser el primer integrante de su familia en completar una carrera universitaria. Gracias a su rendimiento académico, pudo conseguir una beca que lo ayudó a solventar sus estudios y la mudanza a la ciudad de Mendoza. En clases, además, conoció a Bianca y se enamoró: ”Fuimos compañeros y hoy somos novios. Ella fue un pilar muy importante en aquellos días de encierro para estudiar”.

Sin embargo, un nuevo obstáculo se interpuso en su camino. “Cuando llegué a tercer año me despidieron de Cartellone. Por una crisis financiera, la empresa decidió deshacerse de 30 empleados y yo caí en la volteada. Éramos 90 y muchos compañeros eran sostenes de familia. Yo era joven, estaba estudiando y me tocó a mí”, rememora.

Joel posa para la foto en la puerta de la sede de la UTN en Mendoza. (Foto: gentileza Joel Sánchez)

El sueño de Joel: que todos los chicos lleguen a la universidad

Tiempo después, Joel consiguió trabajo en Cartocor, una empresa del grupo Arcor que le permitió empezar a adentrarse en la profesión de ingeniero. Y en el segundo semestre de 2021, finalmente, obtuvo el título. En esos días, a través de una publicación en LinkedIn, expresó la emoción por el logro conquistado y exhibió una foto que lo mostraba trabajando en la cosecha.

“Luego de 5 años y 4 meses, mi vida cambió para siempre. Todos los prejuicios quedaron atrás: que era una carrera infinita, que perdería tiempo y que se necesitaban recursos. Nunca olvidaré que al calor del sol y con la ropa sucia en una finca me imaginé un día levantando el cartel de ingeniero electromecánico”, escribió. A las pocas horas, el posteo ya había alcanzado los 25 mil likes y los 1000 comentarios.

Joel se ilusiona con que su historia inspire a otros jóvenes. Con ese propósito se unió a Global Shapers, una iniciativa del Foro Económico Mundial cuyo objetivo es que los chicos no interrumpan su educación por falta de recursos. Y en su cuenta de TikTok (@joelsanchez.17) suele subir videos donde comparte su lucha por superarse, ofrece tips para conseguir trabajo e invita a “no renunciar nunca a tus sueños”.

El flamante ingeniero se mudó el mes pasado a la Ciudad de Buenos Aires para trabajar en Ternium, una compañía productora de acero que pertenece al Grupo Techint. “Me alquilaron un departamento hermoso y me dieron todo para venirme. Me estoy acomodando y no sé ni el barrio donde vivo”, dice y suelta una carcajada: “Cuando llegué a la ciudad de Mendoza para estudiar y trabajar me pasó lo mismo: una sola vez la había visitado. Yo nunca había salido del barrio Municipal de San Martín”.

FUENTE: TN