La cultura de la llanura tiene su propia biblioteca. En ella anidan refranes, leyendas, payadores, huellas, paisajes, zambas, retratos, milongas, las típicas plazas de pueblo, con sus iglesias, edificios municipales y el prócer de turno en el centro, oteando la planicie. Pero además, la Pampa da nombre al viento del Sudoeste, que bien seco, o con lluvias llega y limpia el horizonte con su helada presencia. Es allí cuando la sensibilidad del hombre de la llanura, frente a los ciclones de turno que mojan sus recuerdos mezclados con lágrimas, registra su sentir en un papel ajado y escribe cosas como este fragmento:

“Canto al Pampero/ Pampero viajante eterno/ Alivia mi sentimiento// Haz olvidar con tu aliento/ Los pesares de este infierno/

Que las alas de tu invierno/ Recubran mi corazón/ Y destierren la emoción/ Que pesa en este momento// Y que el polvo ceniciento/ ciegue mi desolación// Pampero pesan mis ojos/ Por esperarte despierto/ Amanece y el desierto/ Pinta horizontes de rojo/ Tu que abres los cerrojos/ Ven y rompe mis cadenas/ Y llévate con las penas.