Debo escribir con dolor esta vez. Ha fallecido en Neuquén mi hermano Hugo César ( a la izquierda de la foto), el mayor de los varones. Al que le “tocó”, por esa condición, sacrificar sus estudios secundarios para salir a trabajar y ayudar a mi madre en el sustento familiar, ante la muerte prematura de papá. Hugo tenía entonces 13 años y le dieron lugar en el recordado negocio de Luis Fernández y Cía., dedicado a la venta de repuestos. Fue siempre un soñador de las luchas por la igualdad entre los seres humanos y dedicó horas de su vida, en Neuquén donde armó su familia, a visitar enfermos y presos, llevándoles consuelo y la palabra del Señor para reconfortarles. En un diario de Neuquén, donde solía escribir, redactó esta “Oración de un preso a su familia”, que aquí reproduzco.

“Gracias, Señor, por mi familia. Es lo mejor que tengo en este mundo. Desde que estoy preso la valoro y la quiero mucho más. Gracias al cariño de los míos no me siento solo en este lugar triste y penoso, donde sufro más por ellos que por mí. Si no fuera por su amor y su apoyo, perdería las ganas de luchar y de vivir. Siento mucho, Señor, lo que estoy haciendo sufrir con mi conducta equivocada, que me ha hecho dar con mis huesos en la cárcel. Ayúdalos, protégelos, bendícelos, señor. Y haz de mí un hombre nuevo para que, cuando salga de la cárcel, sea ya siempre para ellos su sostén, su gozo y su alegría. Gracias, Señor”. Con la cita evangélica: “Estaba en la cárcel y viniste a verme” (Mateo 25-36), realizamos con abnegación y en el mayor silencio esta redentora tarea pastoral, en la opresiva intimidad de los establecimientos penales.

Orlando Navarro
Periodista