El consumismo individual debe dar paso a una actitud más solidaria que considere a toda la humanidad.

Somos un mundo de contrastes. Hay una incongruencia entre los moradores, sobre todo entre su decir y su hacer. Luego está la desproporción de los caudales entre países pobres y ricos. Nos falta compromiso y nos sobra endiosamiento. Fallamos en todo o en casi todo. De ahí, lo importante que es reconocer nuestra inconfundible debilidad para poder enmendar ciertas relaciones, ya sean entre nosotros y nuestros análogos y también con el hábitat natural.


Todas estas divergencias podrían ser erradicadas si tuviésemos otro talante, o si quieren un espíritu más poético que poderoso, para poder forjar otra realidad menos abusiva y más justa. Hay una manera de contribuir a la protección armónica, y es no resignarse jamás, por muy desbordante que sea la aglomeración de discordancias. 


Tampoco podemos continuar con este ánimo desolador. La mayor tristeza es no saber hacer frente a este huracán de oposiciones, a este ciclón de contrariedades, derrumbarse y no resistir para renacer a un nuevo pasaje viviente, mucho más agradecidos. Ojalá aprendamos la lección, y al menos nos dejemos conquistar por el humilde, aunque no tenga pedestal alguno, pues rechazando la arrogancia del orgulloso, cuando menos habremos despertado de esta actual degradación que venimos soportando. Lo importante es renacer a un pensamiento nuevo, evadirse de este espíritu deshumanizante, con la solidaridad necesaria y la sencillez deseada. Ciertamente, todos somos frágiles, tan solo latiendo unidos podremos abrirnos a una sabiduría distinta, a una realización del ser humano diferente, a un espíritu constructor renacentista en principios y en acciones conjuntas.


Nada puede destruir a la humanidad, excepto ella misma, a través del vacío moral, el egoísmo y la avaricia, o el individualismo consumista; atmósferas, todas ellas, que nos están dejando sin entrañas y sin conciencia alguna. 


Por eso, es vital la cooperación conjunta entre los moradores. Esto requiere un compromiso real de cambio de actitudes, en tono humilde; y, el poner en valor, una consciente ética como timbre comunicante.


No desaprovechemos entonces el diálogo, el gran instrumento y el lazo común de la sociedad. Tampoco la escucha.


Siempre se ha dicho que del oír procede la sabiduría y del auténtico diálogo los avances. A propósito, se me ocurre pensar en la exhortación apostólica postsinodal "Querida Amazonia" del papa Francisco, que podría convertirse en un sueño universal. Sí, en una visión para todo el planeta que integre y promueva a todos sus habitantes para que puedan consolidar un buen vivir. No olvidemos que nuestra propia vida es un camino comunitario, donde las tareas y las responsabilidades se comparten y han de dividirse, según la misión encomendada. 


Naturalmente, en esa nueva realidad necesitamos que surja un nuevo anhelo capaz de reequilibrar las profundas desigualdades que prevalecen en todas las sociedades. Tal vez, debamos considerar seriamente la posibilidad de aplicar una Renta Básica Universal bien diseñada, de modo que las crisis puedan golpear, pero no demoler vidas humanas. ¡Pongámoslas en valor! ¡Protejámoslas!