Es hora de que los desfavorecidos se despojen de esa etiqueta y reconstruyamos un planeta más de todos.

A poco que miremos a nuestro alrededor, veremos que todo se transforma, que nada permanece estático, lo que exige nuevas respuestas a los desafíos que traen los recientes y cambiantes contextos sociales.

Lo que ayer era un deseo, hoy puede ser una realidad. De igual modo, una gavilla de ideas, de la noche a la mañana, pueden espigar y convertirse en hechos. Lo importante de este continuo innovar es no perder la orientación humanística, saber rectificar a tiempo, no degradarse y hacerlo de manera conjunta, prestando especial consideración con los débiles y pobres. No olvidemos que, si en verdad queremos sociedades inclusivas, el contexto social tiene que repensarse, y los Estados deben de dirigir sus políticas sociales hacia esas gentes necesitadas. Es hora de que los desfavorecidos se despojen de esta etiqueta y reconstruyamos un planeta más de todos y de nadie en particular. Además, de todas estas incongruencias perversas, en el mundo tenemos una fuerte crisis global en el aprendizaje de nuestros adolescentes, que unida a esa falta de consideración hacia las personas mayores, nos deshumaniza totalmente. Como consecuencia de esta inhumanidad, multitud de moradores son obligados a huir de su tierra en busca de otros horizontes más justos: aspiración a la igualdad, a poder participar, a ser estimado en definitiva.


Actualmente, existe en en el mundo mil ochocientos millones de jóvenes entre los 10 y 24 años de edad. Es la población juvenil más grande de la historia, pero apenas saben relacionarse entre sí, lo que dificulta ese avance integrador, tan necesario para poder construir con los semejantes algo en común. Todos sabemos que la libertad es uno de los dones más preciosos, pero solemos entenderla equivocadamente y hacer un mal uso de ella. Nos hemos acostumbrado a movernos a nuestro antojo, sin importarnos nada ni nadie, a dejarnos adoctrinar por la falsedad y por la ausencia de referentes. El contexto social se ha destruido tanto, que lo significativo ya no es hacer familia, sino sentirse uno bien egoístamente, no respetando regla alguna, sin cultivar la acogida para con nadie y sin activar clemencia hacia los semejantes.


Algunas situaciones son tan crueles, que no podemos seguir ciegos, postergando decisiones que nos requieren de la unidad de todos, viviendo como si nada ocurriera. Se requiere, tal vez hoy más que nunca, otras prácticas más sinceras de donación y un constante compromiso, ante los problemas de una sociedad en permanente división, para desgracia de todos. El potencial de los jóvenes, así como la cátedra vivencial de nuestros mayores, está ahí para que unos y otros nos apresuremos en socorrernos a pesar de nuestros cansancios. Nunca es tarde para con otro espíritu conciliar vínculos, compartir espacios e impulsar el gusto de soñar unidos. 


No cerremos las puertas de la vida, siempre han de estar abiertas para hacer mundo, sin hostilidades. Por ende, es de justicia garantizar el cumplimiento del derecho internacional humanitario, como es signo de amor, el respetarse entre vivos.