Hemos dicho que la educación sexual es una educación para el amor y la vida. En efecto, la atracción de los sexos, el enamoramiento, la necesidad de amar y ser amado, todo esto es dado por Dios al varón y la mujer con el fin de atraerse mutuamente; de en-amor-darse (enamorarse) y unirse espiritualmente, complementarse, aportando cada uno sus cualidades, en una comunión de vida y de amor, compartiendo sus vidas toda la vida. Así es como el fenómeno natural y humano del matrimonio surge espontáneamente del ser sexuado del hombre.

Por ser sexuado, el hombre es un ser conyugal y familiar; el varón para la mujer, la mujer para el varón, una comunión de personas, unidos por un vínculo de amor, y por lo tanto, un vínculo profundo, estable y permanente, que hunde sus raíces en la naturaleza humana. "Dios es amor e inscribe en la humanidad del varón y la mujer la vocación del amor y de la comunión" (Catecismo, 2331)

El matrimonio responde a la naturaleza del varón y la mujer y no a un simple convencionalismo. Casarse es dar respuesta y concretar la tendencia de la sexualidad a una unión esencial y existencialmente total. En las primeras páginas de la Biblia, en el libro del Génesis (cap. 1 y 2) se lee: "Sed fecundos y multiplicaos y llenad la tierra…Por eso el hombre abandonará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne". Varón y mujer han sido creados para el matrimonio, dice Juan Pablo II, de forma tal que llega a definir al ser humano como "un ser esponsalicio" (Catequesis sobre el amor humano en el plan divino,1979-1984)

A través de la sexualidad el hombre logra la felicidad en la satisfacción de dos aspiraciones básicas: el amor como necesidad de relacionarse con otro para complementarse en la comunión, y la vida como necesidad de salir de sí para perpetuarse.

El sexo es para el amor y la vida en el matrimonio y la familia. Lamentablemente, el hedonismo actual inculca usar mal el sexo separándolo del amor por la mera satisfacción del instinto.

La sexualidad tiene que estar al servicio del amor y de la vida, y no al servicio del egoísmo. No se debe reducir la sexualidad a la genitalidad: somos una persona, no un animal.

El dominio de sí mismo y la autodisciplina no significan esclavitud o represión, sino madurez e integración sexual. Tampoco debemos reducir el amor al sexo, como muchas veces se presenta, con la expresión "hacer el amor", que en realidad es solamente un contacto epidérmico y superficial.

El amor no es solo una emoción pasional, ni es solo un sentimiento. El amor es generosidad, entrega y servicio al amado. Por eso el amor es sacrificado, oblativo y abnegado. Esta es la sexualidad que plenifica al hombre, lo realiza como persona y le otorga la felicidad.