Las comunidades deben movilizarse reactivando la subvención climática para proteger y restaurar los ecosistemas.

De un tiempo a esta parte todo parece agotarse, en un mundo sacudido por la catástrofe climática, la pandemia y tantos otros conflictos que nos asolan, con multitud de tormentos y crisis de todo tipo. Cada rincón del mundo tiene sus propias penurias. Por ello, entiendo, que es el momento de hacer un parate para reflexionar en conjunto.


Lo que es evidente, que no podemos continuar por más tiempo, bajo esta atmósfera injusta a más no poder, que aísla como jamás, y deshumaniza totalmente. Quedarnos en la desolación es hundirnos. Necesitamos reconstruir juntos ese nuevo horizonte, donde habite el cuidado, la protección y la estima hacia todo y hacia todos. No malgastemos la energía comunitaria. Es fundamental el compromiso de todo ser, por minúsculo que nos parezca, para reiniciar nuevos rumbos vivientes, basados en la solidaridad, que es lo que realmente nos armoniza, ante el cúmulo de situaciones que verdaderamente nos degradan. 


Sea como fuere, hay que tomar la decisión de modificar el camino, con nuevas actitudes, modos y maneras de vivir más responsables, movilizando nuestros interiores, compartiendo experiencias, haciendo familia en suma. No hay otro modo de conseguir nada. Esto significa cooperar más y colaborar mejor entre gobiernos, empresas y sociedad civil. No podemos continuar incumpliendo promesas realizadas. Hemos de movilizarnos ejemplarizando talantes, moviendo la financiación restauradora, reactivando la subvención climática, regenerando los programas formativos encaminados a proteger y restaurar los ecosistemas, tendiendo hacia economías más ecológicas y más humanas. Tenemos que reconocer, por tanto, que andamos confusos y perdidos, lo que hace crecer la oscuridad del destino humano; que no sólo ha olvidado esa realidad que nos vincula entre lo celeste y lo terrenal, también ha omitido esa conciencia crítica, que es la que nos insta a enmendarnos. 


En todo caso, hemos de salir con urgencia de este abecedario de dolores que nos deja sin aliento, que nos ahoga y nos acosa el tiempo de disfrute vivencial, ese que pasa y no vuelve, por la necedad de negarnos a observar las maravillas de la naturaleza, las riquezas sorprendentes de nuestra casa común, o cerrarnos en banda, ante esa cultura del abrazo que todos requerimos de corazón a corazón. Sin duda, no hay mejor vivir que cultivar la conciliación, que reconciliarse para recuperar el tiempo perdido y reencontrarse con uno mismo, pero también con los demás, que es lo que realmente nos injerta vida. Esto no se compra con dinero. Esto se dona con el alma. Es cuestión de estar en disposición de hacerlo y no engañarnos por más tiempo. Divididos no somos nada, unidos lo somos todo. Es cuestión de discernir y actuar antes de que la muerte nos alcance, impidiéndonos realizar la faena de transitar por la poesía. Hoy más que nunca la necesitamos, a esa musa inspiradora, para reflexionar serenamente y no tomar decisiones desesperadas.

Por Víctor Corcoba Herrero
Escritor