Una encuesta de Poliarquía reveló que por primera vez la clase dirigente constituye una gran preocupación para los ciudadanos. No es para menos en un país donde se ha cortado el diálogo y en el que la hegemónica palabra del poder viola las fronteras de todo aquello que posibilita la convivencia.

Dicha encuesta -publicada el 24 de abril- al establecer los porcentajes de la preocupación de la gente puntualizó lo siguiente: la inseguridad 21%, clase dirigente 12%, desempleo, 10% y problemas económicos 9 por ciento.

Hay motivos suficientes para que la ciudadanía se preocupe por la clase dirigente y para confirmar esta afirmación, hay que centrarse en tres ejemplos que todos conocen:

1- Hebe de Bonaffini propuso un "juicio ético y popular” contra los "periodistas y grupos de comunicación que fueron cómplices de la dictadura”.

2- Cristina de Kirchner, en la inauguración del Instituto Biológico Tomás Perón, cuando en una improvisada conferencia de prensa un enviado del programa televisivo "Caiga quien Caiga” le preguntó a quien se debería inocular la vacuna contra la rabia, contestó sonrientemente: "me parece que hay algunos colegas tuyos que tienen que inocularse la antirrábica”.

3- Néstor Kirchner dedicó su reunión realizada días pasado con la cúpula del PJ y la CGT a explicar cuál será el blanco de los discursos en su campaña de revitalización del partido. Serán los medios de comunicación, a los que calificó como la "primer fuerza de oposición”, y los bloques opositores en el Congreso, a los que volvió a calificar como una "máquina de impedir”.

Es comprobable que la prensa comienza a ser juzgada cuando desde el poder se rechaza la libertad y con ella la diversidad de opinión. Y, frenar estas actitudes es volver atrás el reloj de la Historia. Algo que no puede favorecer a nadie y sí perjudicar a muchos.

Nuestro país ha vivido la noche oscura del pensamiento hegemónico y ello no se hace sólo para cortar la libertad del otro. Se hace -también- porque en tanto se acalla a la gente y a algunos medios, se cometen otro tipo de atropellos que tienen que ver a veces con intereses inconfesables.

En un mundo que creció culturalmente ¿qué y cómo pensar del político que no cuida la palabra que va a comunicar a millones de personas?

Uno de los síntomas más preocupantes de la actualidad es que se ha vulgarizado el discurso político lo cual produce una enorme confusión en vastos sectores de la ciudadanía. En tanto, se atropella la vida cultural.

Con la mirada puesta en el futuro. Si sumamos a ello el desconcierto de los jóvenes que se sienten atraídos por la política, estaremos ante una de las evidencias más negativas de los nuevos tiempos que deberían ser para incrementar el diálogo y servir a la comunidad.

No hay escuela más penetrante que la experiencia de la cotidianidad pero si ésta se produce sin objetivos, sin normas y sin diálogo no habrá frutos que recoger sino que se ampliará el espacio para la crítica desordenada y sin fundamentos.

Recordemos que la crítica cumple una función constructiva cuando se hace en beneficio de la sociedad y para mejorar alguna situación que evidencia debilidad o distorsión en el medio común.

Otro aspecto a tener en cuenta. La monotonía -o aceptación permanente de lo que sucede desde arriba hacia abajo- hace que la gente se mueva en la escala de los grises que unifican en vez de diferenciar y no matizan ningún momento de la vida.

En tanto la sucesión de acontecimientos hacen la historia de nuestras vidas, van apareciendo nuevos puntos de reflexión, nuevas formas de pensar y características que hacen al llamado nuevo orden. Estas nuevas formas responden en un alto porcentaje a las demandas generacionales.

Y, allí, en las generaciones, se encuentran en línea recta las aspiraciones y facultades de las personas que comparten el tiempo y el espacio en un determinado período histórico, que asumen compromisos similares y tienen sueños semejantes.

Esto rige para todos y en todos los ámbitos sociales. Se desarrolla en el mismo escenario o espacio en el que se generan y desarrollan los sucesos.

La Historia es, precisamente, un ámbito común y el tiempo va marcando las diferencias generacionales y las actitudes que caracterizan a las conductas de quienes han actuado antes o después en la vida cotidiana de millones de personas.

Cuando se tienen en cuenta estos códigos la vida no parece tan complicada ni los ciudadanos tan dispersos. Por el contrario, hay puntos de contacto que unifican lo que el hombre espera de la vida y la aspiración se convierte en el portal de lo posible.