"Gestionar es pacificar". Pude leer en un cartel a la entrada de una institución. Pensé en el poder de síntesis de la frase. Tres palabras, tres verbos que dicen mucho. Por lo pronto, gramaticalmente, el verbo "ser" conjugado como "es" en la oración, destaca la característica de uno de los términos: pacificar es inherente a la gestión. Vamos por parte.


"Gestionar" implica llevar adelante una empresa o institución. En todos los casos gestionar habla de conducir, gobernar, liderar y tomar decisiones. Decisiones que muchas veces tienen que ver con situaciones problemáticas.

"¿cómo lograr una gestión amigable? Creo que una de las posibles estrategias es poner a la ética en el núcleo de la gestión." 

Aparece aquí el segundo verbo: "pacificar". La paz es un anhelo interior de toda persona. Por eso pacificar es una construcción permanente, que responde a las aspiraciones de todos los pueblos. Porque la paz nunca está del todo hecha, sino en un perpetuo hacer. En ese sentido, quien conduce, lidera o gobierna, es un constructor de la paz más que un garante de la misma. Deberá estar más cerca de la anticipación que de la resolución del conflicto. De allí que gestionar requiera un liderazgo visionario que se anticipe a los hechos. 


Lo siguiente es una pregunta lógica: ¿cómo lograr una gestión amigable? Creo que una de las posibles estrategias es poner a la ética en el núcleo de la gestión. Sin liderazgos éticos resulta difícil lograr gestiones pacificadoras. Quienes tenemos alguna experiencia de participación en cuerpos colegiados, sabemos que suelen primar miradas pragmáticas o consecuencialistas de las posiciones sostenidas. No está mal, pero terminan siendo visiones incompletas. Pocas veces se da lugar al debate ético. Aún quedan resabios relativistas de reducir la Moral al ámbito privado. Como sí en lo público, todo estuviera permitido mientras el fin sea bueno. En ese sentido, algunas empresas rápidamente advirtieron que la ética es una buena estrategia corporativa. Patricia Debeljuh plantea este tema en los siguientes términos: "Es innegable que las empresas son cada vez más receptoras hacia lo que el entorno solicita. Y en esa sintonía empresa-sociedad donde queda cifrada la demanda "ética", sería ruinoso, económicamente hablando, defraudar esa expectativa social" (Ética Empresarial en el núcleo de la Estrategia Corporativa, Ciudad autónoma de Buenos Aires, 2009)


Siguiendo a Debeljuh podemos llevar estas ideas al plano de las instituciones y percibir que la ética vuelve más eficiente una gestión. Efectivamente, hay valores éticos que favorecen el éxito de un mandato: el sentido de pertenencia de sus miembros; la confianza que generan sus dirigentes; la capacidad de priorizar los intereses del grupo por encima de los particulares; la existencia de espacios de escucha empática para el personal; una comunicación personalizada; horizontalizar el proceso de toma de decisiones, favoreciendo la deliberación; una declaración de valores que expresen el ideario y los códigos de ética que detallan comportamientos que deben evitarse y el modo de resolver los conflictos que se presenten. Ahora bien: ¿la presencia de esta declaración de valores nos garantiza una gestión amigable y pacificadora? Personalmente, creo que es un buen principio, pero requiere un paso previo. Ese paso es puertas adentro, no de la institución o empresa, sino de aquellos que las conducen. Tiene que ver con modos de ser que se plasman luego en decisiones. Lo describo metafóricamente con una vieja historieta que relata el diálogo sobre la condición humana, entre un anciano indio y su nieto. El viejo indio le decía a su nieto: "Me siento como si tuviera dos lobos peleando en mi corazón, uno de ellos enojado, violento y otro lleno de amor y compasión. Abuelo, dime, ¿cuál de los dos ganará la pelea? Y el abuelo, sabiamente contestó: "Aquél que yo alimente". 


Sí "gestionar es pacificar", tal como decía aquel cartel, obviamente del lobo que alimentemos dependerá nuestra capacidad para lograrlo. En términos antropológicos, siempre he pensado que la persona humana es una unidad irreductible, compuesta, tensa y en búsqueda de equilibrios, pero siempre una auténtica unidad. Por eso y a manera de conclusión, entiendo que sí queremos liderar procesos, primero hemos de lograr la paz interior que exige una continua lucha con uno mismo. Como dice San Josemaría Escrivá: "Sin lucha no podré tener paz" (Camino, n¦ 308).

Por Miryan Andújar


Abogada, docente e investigadora


Instituto de Bioética de la UCCuyo