Los argentinos celebramos hoy 199 años de la Revolución de Mayo y nos encontramos a un año del Bicentenario. ¿Cómo rescatar el sentido de la gesta fundacional de la patria en un presente signado por la impotencia para resolver las contradicciones más acuciantes de los argentinos?
No es la memoria la que falla sino la responsabilidad la que languidece. No es el reconocimiento de nuestros símbolos lo que primordialmente ha mermado entre nosotros, sino el coraje, la integridad y la lucidez imprescindibles para ser consecuentes con la reconstrucción cabal de la República. No son aquellos ideales los que han perdido significado sino nuestra entereza y nuestra capacidad para lograr que ellos nutran y orienten nuestra vida cotidiana. No hay peor ignorancia que pretender desconocer lo que sabemos. Y sabemos que la deuda contraída con el pasado que nos dio origen, nos interpela y nos reclama.
El 25 de Mayo viene a decirnos a los argentinos que no estamos a su altura. No es la expresión de un significado que se ha perdido en la indiferencia o ha dejado de ser inteligible, sino una conmoción que pone de manifiesto las dificultades que encontramos para sustentar con credibilidad, en nuestra práctica ciudadana, el papel orientador de ese sentido que, sin embargo, año tras año, insiste en ser oído y exige ser atendido. Y esa exigencia e insistencia no son otra cosa que el llamado a nuestro porvenir. Es que no se hereda el pasado sino cuando su fuerza ejemplar nos impulsa hacia el futuro.
Los argentinos hemos malversado el pasado, mediante la incomprensión de las responsabilidades fundamentales del presente. Pero el hecho doloroso de advertirlo nos brinda una preciosa oportunidad. La historia demuestra que éramos un pueblo rico, culto y decente, y que ahora creció la pobreza, la vulgaridad y la corrupción. El logro de aquel 25 de mayo de 1810 no pide aplausos ni retórica celebración, sino continuidad en el esfuerzo y en la pasión. Siempre podremos volver a ser protagonistas y creadores de lo que nos sucede. El protagonismo reclama ahora amistad social que sepulte los desencuentros, responsabilidad ciudadana que busque la realización de la justicia, y apertura para recrear la unidad en la diversidad. Honrar el pasado no significa evocarlo. Honrarlo es volver a proceder con el patriotismo de entonces concebido como soporte de la comprensión plena de los problemas del presente.
Fue la grandeza la que cundió aquel 25 de mayo de 1810. Los pueblos con porvenir son los que comprenden que el pasado que les dio nacimiento constituye un reto para el presente. Saber y sentir de veras lo que fuimos no es renunciar a lo que debemos ser.