"La siempre desagradable pelea a la salida de un boliche rápidamente se convierte en un feroz linchamiento, porque a alguno de los contendientes lo ataca una verdadera manada de amigos del otro...".


Desde mi amor por los animales, la imagen me impactó. Mañana de helado junio. Pegadito al cordón de la vereda de la Casa de Gobierno, un gatito evidentemente enfermo se desentendía de todo lo que lo circundaba, a riesgo de su vida; cabecita gacha pegada al pecho, parecía resignado a morir, ya que varios perros pasaban a su lado, lo miraban y seguían su camino sin atacarlo.


Entonces entendí muchas cosas sobre los animales: entre otras maravillas, su piedad por la cual respetan la indefensión; tienen principios que nos agasajan el alma.


Ante estas grandezas de la convivencia, recordé que en mi infancia y hasta no hace mucho el más grande no le pegaba el más chico, el mayor no le pegaba al menor, no se agredía a quien tenia alguna discapacidad, aunque sea mínima, el más corpulento no agredía al menos dotado físicamente, a nadie se le pegaba en el piso.


No sé bien si todo tiempo pasado fue mejor, pero en muchas cosas fue así. Hoy nadie respeta ni tiene conmiseración ni piedad por nadie; los principios liminares no existen, por lo que vemos a diario que dos o tres jóvenes pueden agredir ancianos poniéndolos en riesgo de muerte, como si estuvieran en un cuadrilátero con alguien del mismo peso y hasta matarlo; una patota pegarle a un indefenso, incluso en el piso y pateándole la cabeza hasta matarlo. La siempre desagradable pelea a la salida de un boliche rápidamente se convierte en un feroz linchamiento, porque a alguno de los contendientes lo ataca una verdadera manada de amigos del otro. Cobardes se erigen en indignos señores de las calles; todo ha salido de cauces éticos y los mínimos valores que pueden defender el decoro al actuar han desaparecido de estos salvajes escenario.


La falta de miramientos y conducta se refleja especialmente en nuestras canchas de fútbol. El equipo que logra un gol demora descaradamente el juego y a partir de ese momento el encuentro deja de ser tal para convertirse en un muestrario de abusos, maña y deslealtades que lo denigran.


Qué decir de la brutalidad conque se juega. El encuentro se detiene permanentemente por infracciones, muchas de ellas alevosas. Cuando uno presencia los encuentros europeos, especialmente los de la liga inglesa, no puede menos que maravillarse porque prácticamente nadie comete infracciones al adversario. En un encuentro reciente pude contabilizar que en el transcurso de un período sólo se cometieron dos fouls, ninguno violento y que prácticamente no se saca tarjetas.


Los comportamientos humanos reflejan la moral de las sociedades, y en nuestro caso desgraciadamente desnudan nuestras enormes falencias y deudas humanas.

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete.