La palabra se instaló en la sociedad en menos de tres días. Todo empezó cuando un periodista habló de su angustia en esta cuarentena. Una colega ironizó en vivo sobre la angustia de su par. Mientras que el Presidente afirmaba que "Angustioso es que el Estado no te cuide" (23/5) Y así, con la vida en pausa, en aislamiento interminable, asistimos asombrados a semejante debate. Debate que pareciera poco provechoso. Efectivamente, todo indica que el eje de la cuestión no pasa por la aflicción o congoja que nos produce la incertidumbre de esta pandemia. Más bien pareciera una discusión sobre la validez y el grado de aquello que puede causar angustia. 

El debate sobre la angustia, banalizado por muchos, presenta, sin embargo, incógnitas complejas que conviene despejar. Vamos a ellas: ¿Quién tiene la potestad de evaluar las angustias del otro? ¿Qué causas legitiman nuestras angustias? ¿Desde qué lugar se desvaloriza la congoja ajena? 

Y la metáfora se me vuelve casi indispensable: – ¿Existirá algún instrumento para medir la angustia, tal como el barómetro calcula la presión atmosférica? ¿Existirá algún registro de las angustias, tal como en Monsters Inc, se medía al miedo de los niños? ¿Quién será el Sullivan de la angustia, ese monstruo azul que intimidaba a la pequeña Boo? De ser así, ¿cuál será el nivel y la causa de la angustia deseable?

"El debate sobre la angustia, banalizado por muchos, presenta, sin embargo, incógnitas complejas que conviene despejar"

Las metáforas, pequeña licencia literaria que me tomo, me permiten llevar al absurdo una idea para volver a un punto de equilibrio. Resulta absurdo imaginar un barómetro de angustias, como también lo es que alguien pretenda erigirse en juez de nuestros pesares. Lo más humano entre humanos, es interpretar el dolor ajeno humanamente. Como lejana aplicación del principio pro-persona, deberíamos tratar con un poco de empatía, la angustia de los otros. Pensemos que si Freud (1856-1939) tuviese razón y la angustia estuviese referida a algo futuro, estaría emparentada con el miedo a lo desconocido. Y lo desconocido del Covid-19 genera escenarios de incertidumbre, que bien pueden producir aflicciones. 

Pero vamos a un lugar más común para explicar el punto: ¿qué es la angustia? Proviene del latín (angostura, dificultad) y se la define como un estado afectivo que implica un cierto malestar psicológico, que puede ir acompañado por temblores, taquicardia, sudoración, falta de aire (https://definición.de/angustia/)

Evidentemente, la persona angustiada sufre. Se angustia la madre que desconoce la expectativa de vida del hijo gravemente enfermo; se angustia el padre de familia que perdió su trabajo; se angustia el hijo que no pudo despedir al padre, víctima fatal del coronavirus; se angustia el estudiante ante los próximos exámenes; se angustia una pareja enamorada que no puede concretar su boda. ¿Quién puede decidir cuál es la angustia de mayor valía? Nadie. Simplemente, porque nunca sabremos exactamente lo que cada cual siente.

El espíritu, inmaterial por esencia, supera y trasciende el cuerpo. Por eso se dice que el cuerpo es un límite: revela, pero nunca del todo la riqueza de la interioridad de la persona.

El debate que inesperadamente se instaló sobre las angustias argentinas en tiempos de cuarentena, puede ser ocasión para el enojo o la mofa. Pero también puede ser una oportunidad para tender puentes de empatía. Cada cual elige cómo mira al otro. En última instancia también es cierto que cada uno carga con sus propios pesares. 

En ese sentido hago mía la reflexión del poeta italiano Pietro Metastatio (1698-1784): "Sí todo el mundo llevara en la frente escritas sus angustias, muchos que nos causan admiración nos darían lástima".

 

Por Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo