Luego de seis días, Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan y los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: "Maestro ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías''. Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: "Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo''. De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos. Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara entre los muertos (Mc 9,2-10).


En el relato de la transfiguración, se dice que Jesús tomó consigo a Pedro, Santiago y a Juan, y los llevó a un monte alto, a solas (cf. Mc 9,2). Volveremos a encontrar a los tres juntos en el monte de los Olivos (cf. Mc 14,33), en la extrema angustia de Jesús, como imagen que contrasta con la de la transfiguración, aunque ambas están inseparablemente relacionadas entre sí. No podemos dejar de ver la relación con Éxodo 24, donde Moisés lleva consigo en su ascensión a Aarón, Nadab y Abihú, además de los setenta ancianos de Israel. De nuevo nos encontramos con el monte como lugar de la máxima cercanía de Dios. En la vida de Jesús vemos el monte de la tentación, el monte de su gran predicación, el monte de la oración, el monte de la transfiguración, el monte de la angustia, el monte de la cruz y, por último, el monte de la ascensión. El monte es el lugar de la subida, no sólo externa, sino sobre todo interior; es liberación del peso de la vida cotidiana; el monte que permite contemplar la inmensidad de la creación y su belleza; el monte que me da altura interior y me hace intuir al Creador. Moisés y Elías recibieron en el monte la revelación de Dios, ahora están en coloquio con Aquel que es la revelación de Dios en persona.


"Y se transfiguró delante de ellos'', dice simplemente Marcos, y añade, un poco balbuceante ante el misterio: "Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos nadie en el mundo'' (9,2). Para indicar el esplendor de los vestidos, Marcos usa el verbo "stilb?'', que en el primer libro de los Macabeos (6,39), es empleado para indicar el esplendor del sol que se refleja en los escudos de los guerreros. Mateo utiliza ya palabras de mayor aplomo: "Su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz'' (17,2). Lucas es el único que había mencionado antes el motivo de la subida: subió "a lo alto de una montaña para orar''; y, a partir de ahí, explica el acontecimiento del que son testigos los tres discípulos: "Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blanco'' (9,29). La transfiguración es un acontecimiento de oración; se ve claramente lo que sucede en la conversación de Jesús con el Padre.


En la estupenda catequesis de Benedicto XVI del 11 de mayo de 2011, afirmaba que la oración "sacia la sed de infinito, expresa una nostalgia de eternidad, es búsqueda de belleza, un deseo de amor y una necesidad de luz''. Y Francisco en su catequesis del 10 de febrero pasado indicaba que: "Somos seres frágiles, pero sabemos rezar: esta es nuestra dignidad más grande, también es nuestra fortaleza''.


En su ser uno con el Padre, Jesús mismo es Luz de Luz. Al hablar con Dios su luz resplandece en él y al mismo tiempo, le hace resplandecer. Pero es, por así decirlo, una luz que llega desde fuera, y que ahora le hace brillar también a él. Por el contrario, Jesús resplandece desde el interior, no sólo recibe la luz, sino que Él mismo es Luz de Luz.


Las vestiduras de Jesús, blancas como la luz durante la transfiguración, hablan también de nuestro futuro. En la literatura apocalíptica, los vestidos blancos son expresión de criatura celestial, de los ángeles y de los elegidos. El Apocalipsis de Juan habla de los vestidos blancos que llevarán los que serán salvados (7,9.13; 19,14). Esto nos dice algo más: las vestiduras de los elegidos son blancas porque han sido lavadas en la sangre del Cordero (cf. Ap 7,14). La oración, intensificada en este tiempo cuaresmal, nos transfigura e ilumina para comprender que los sufrimientos en la tierra son nada en comparación con la transfiguración que nos espera en el cielo.

Por el Pbro. Dr. José Manuel Fernández