El progreso consiste en hacer nuevas todas las cosas. Por eso, en el acontecer de los días, hay que tener el valor de tomar aliento para poder elegir la orientación debida, así como la valentía necesaria para aprender a reprendernos, desde la auténtica contemplativa de la luz, que es lo que trasciende las palabras mismas y, a la par con ellas, habla el corazón. Volviendo la mirada hacia uno mismo, es como realmente nos reencontramos con nuevas energías, al menos para promover el verdadero bien de la sociedad. Desde luego, tenemos que repensar sobre el cambio de itinerario en las actitudes, ante una multitud de situaciones desoladoras. Si pensar florece como la actividad más compleja, reforzar el pensamiento resulta agotador, pero también existimos mientras nos rejuvenecemos. Se trata, por tanto, de cavilar sobre la necesidad que todos tenemos de hacer elecciones en la vida.

El soplo del camino cuaresmal, como tiempo fructífero para interrogarse, va a situarnos en alerta para no dejarnos llevar por la inercia de las costumbres. A mi juicio, creo que no hay mejor despertar que renacerse con la aurora y caminar sabiendo por qué tipo de camino transitamos. Al fin y al cabo, todo requiere cultivo diario para no frustrarse, fracasar o morir en el intento. Por cierto, una parada en el instante preciso, puede servirnos para poner en orden la tarea de ser custodios y para ubicar el corazón en los anhelos que nos fraternicen. Justo, en un momento en el que la materialidad suele ser superior a la idea, quizás tendremos que aprender a nacer en cada despertar, con la franqueza que esto supone; y así, lograr entrar en comunión unos con otros, sin caer en el desánimo. Ninguna experiencia reposa fuera de nuestro alcance, es cuestión de trabajarla, de levantarse y disponernos en acción.

Generar un contexto de cooperación

La realidad siempre se nos escapa o la dejamos que se nos vaya de nuestro diario, en lugar de generar un contexto de cooperación e inclusivo, que nos aliente a vivir, en vez de envenenarnos. Ahí está el gran negocio del mundo interesado, con su furia de egoísmos y maldades, que pide detenerse por sí mismo, al menos para reflexionar ante el cúmulo de estructuras depredadoras, que nos deshumanizan por completo.

A mi juicio, una de las primeras acciones a tomar, es que tenemos que innovar con los lenguajes. Comenzar por sentirnos más amor de alma que rumor de arma. Pertenecerá cualquier resonancia, a una buena forma de dar fondo al entrelazado de latidos. Naturalmente, para reconstruir puentes entre los continentes antes hay que destronar de nuestros labios la era colonial de las desigualdades, universalizando dentro de la vida económica y empresarial un desarrollo integral, que nos sobreponga a este viaje polvoriento de espíritus corruptos que nos ensucian las manos, hasta para saludar, darnos el sosiego y la confianza necesaria. Ahora bien, mientras el animal no puede dejar de ser un animal, porque es algo inherente a su estado salvaje, el humano ser, por no aplicar su estado pensante coherente a su vivencia natural, vive en riesgo continuo de no quererse y destruirse.

La inhumanidad entre indiferencia y venganza

La inhumanidad es manifiesta entre nosotros, con ese carácter bochornoso de indiferencia y venganza, cotizado como jamás en los espacios vivientes. De un tiempo a esta parte, se nos ha envilecido y deforestado la belleza del buen hacer y mejor obrar de nuestro fuero interno. La barbarie nos domina dejándonos sin palabras; y, lo que es peor, nos injerta la ambición de vendernos y arrastrarnos como una mera mercancía sin voluntad. Precisamente, la codicia es la caída del pensamiento, la paralización del propio pulso. Por si fuera poco, es un hecho ampliamente aceptado que la corrupción desvía recursos cruciales, obstaculiza servicios esenciales, permitiendo la delincuencia organizada y agravando el adoctrinamiento. Lo importante, pues, consiste en meditar sabiamente para reconocerse, junto a esa energía lumínica regeneradora de confluencia armónica. Esta es la apuesta.

 

Víctor Corcoba Herrero
Escritor