Preocuparse por el otro es una de las claves de la realización humana.

Desde 2013, Naciones Unidas viene celebrando ese espíritu gozoso de felicidad que todos nos merecemos por el simple hecho de vivir. Sin duda, nuestra primera premisa ha de partir de una realidad, la de ser compasivo con nuestros análogos, puesto que en el bienestar de los demás también reside nuestra propia satisfacción.


En consecuencia, hemos de poner en valor el horizonte de ser felices, ensanchando el corazón, abriendo los brazos, donándonos en suma, con perdón incluido. No podemos pasar por la Tierra sin desvivirnos por ella, sin contribuir con nuestro esfuerzo a hacerla un poco más llevadera para todos.


Desde luego, nuestra primera tarea es algo privativo de cada cual, de estar en paz internamente, de reencontrarse y de comprender que en esa indagación de pronombres todos somos necesarios. Por eso hay que decir no a esta cultura individualista de lo superfluo porque no ahonda en las entretelas de las gentes, cultiva lo efímero y reivindica mucho el trabajo de los otros sin exigirse a sí mismo nada.


Sabemos que nada es fácil en este caminar por el mundo.


En el 2015, las Naciones Unidas lanzaron los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, los cuales pretenden poner fin a la pobreza, reducir la desigualdad y proteger nuestro planeta, tres aspectos primordiales que contribuyen a garantizar tranquilidad y sosiego. Precisamente, por la gravedad de los hechos y la obligación adquirida, no podemos andar anestesiados, pero tampoco en guerra permanente, sin quietud alguna. Hemos, por tanto, de indagar entre todos esos acordes armónicos, nunca encerrados en sí, sino abiertos al diálogo y a la mano tendida siempre. Por desgracia, aún hoy, multitud de personas se encuentran aisladas en un mundo cada vez más interconectado. A mi juicio, es fundamental para aquellas gentes desfavorecidas ofrecerles nuevas oportunidades de aprender, de interactuar y hacerse escuchar.


La idea Aristotélica de que "sólo hay felicidad en donde hay virtud y esfuerzo serio, pues la vida no es un juego'', sin duda nos sirve para tomar la orientación debida. A veces pensamos que la complacencia está en tener algo o en convertirse en alguien, y no es así, más bien está en el ocuparse del otro y preocuparse por el otro, en ese obrar por la paz y en ese forjar vínculos de convivencia, en esa respuesta al mal con el bien, en esa lucha por la justicia, en ese recorrer los días para servir mejor, amando con mayor eficiencia y eficacia.


Quizás tengamos que ser también más transparentes en la entrega. En cualquier caso, nuestro paso por la existencia no es para vegetar, sino para dejar una huella, y esto no es nada cómodo, pues tenemos la costumbre de confundirlo todo, de optar por la comodidad, cuando en todo camino hay que arriesgar, al menos para tender puentes y poder abrazarnos, en lugar de dividirnos y degradarnos como especie pensante.


Sin embargo, para desgracia nuestra, cada día son más los líderes mundiales que activan la convulsión e inquietan a la ciudadanía con sus insensibles bocazas, enfrentándonos a batallas inútiles que nos deshumanizan por completo.