
Amigo de José de San Martín, de Manuel Belgrano, Bernardo O"Higgins y el propio Francisco Narciso Laprida, con quien compartió la representación sanjuanina en el Congreso de Tucumán de 1816. Se trata de Fray Justo Santa María de Oro, quien marcó su existencia con la idea de democracia que discutió donde estuviera, en nuestro país, en Chile e incluso en Europa, cuando tuvo oportunidad de viajar antes de ser nombrado primer obispo de San Juan de Cuyo (1834).
Su frase más conocida fue "hay que consultar a los pueblos", por lo que su papel fue clave en el proceso de la independencia, tras ser elegido en el Cabildo local y luego de varias reuniones con el General José de San Martín.
La lucha por la libertad
Fue precisamente su lucha en defensa de la libertad y los derechos de los ciudadanos lo que llamaba la atención, tanto fuera como dentro de la Iglesia Católica, a la que pertenecía desde su ingreso, con 17 años, al Convento de Santo Domingo, con la idea de abrazar la carrera eclesiástica.
Poco después de formalizaba su incorporación al Convento de la Recoleta (Santiago de Chile), el prócer se consagró sacerdote con 22 años. Luego pasó a dictar cátedra de Teología en la Universidad de San Felipe (hoy Universidad Nacional de Chile).
Fray Justo Santa María de Oro había nacido en San Juan, el 30 de julio de 1772. Es decir, hace 250 años
Un eminente colega argentino suyo, monseñor Miguel de Andrea, llegó a decir de él que "en lo más hondo de su espíritu democrático se forma de pronto toda una tempestad que lo subleva, y empujado por ella se levanta. Por eso su persona parece la encarnación de la vehemencia patriótica y de la serenidad religiosa".
No se queda atrás monseñor Audino Rodríguez y Olmos, obispo de San Juan de Cuyo, entre 1940 y 1965, quien lo retrata por sus virtudes y el prestigio de su nombre, señalando que "rebasan los límites de la patria y del continente, y ante los pensadores europeos y ante la Corte romana cobra importancia y carácter la causa de América, desde el momento que es sustentada por este espíritu superior y cultísimo".
Es que era un caso único para el siglo XIX, cuando se esbozaron los primeros pasos por la libertad y la independencia de los pueblos americanos.
El día que conoció al Padre de la Patria
Nacido en San Juan el 30 de julio de 1772, hacen ahora 250 años, fue en su primer viaje a Mendoza, en 1814, cuando su vida adoptó un camino que marcaría para siempre su destino.
Es que allí conocería al General José de San Martín, a quien después de varias charlas apoyaría en su proyecto libertador y ayudaría a gestionar la colaboración popular para la formación de las tropas del Ejército de los Andes.
Fueron sus convicciones republicanas, las que revolucionaron las sesiones tucumanas desde el mismo marzo de 1816 de la apertura de sesiones.
Precisamente, sobre su decisivo rol en aquellas deliberaciones, el historiador sanjuanino y especialista en el tema, Lic. Eduardo Carelli, ha manifestado en una conferencia que "su impulso al fervor republicano fue clave para que haya este tipo de gobierno y no una monarquía". Y agregó que "producida la Declaración de la Independencia, el 9 de julio, poco después, el 15 de julio, se llevó adelante el debate sobre la forma de gobierno, cuando Fray Justo Santa María de Oro sostuvo que para declarar una forma de gobierno, lo que tenía que suceder, era que se debía consultar la voluntad de los pueblos que habían elegido a los congresales y que ellos decidan, cuál sería su forma de gobierno".
Una verdad histórica
Precisamente, el eminente educador, historiador, jurista, literato, senador y gobernador riojano, Joaquín V. González, se manifestaría en esa línea para definir la personalidad del ilustre fraile: "Cuando se dice que a Fray Justo de Santa María de Oro se debe el establecimiento de la República, se expresa una irrefutable verdad histórica". Y Domingo Faustino Sarmiento, su sobrino, no dudó en decir de él que "fue el patriota más santo y el santo más patriota".
Fuentes: "Precursores Cuyano", Emilio Maurín Navarro, Ed. Sanjuanina, 1968; "San Juan, provincia cuyana", Rosauro Pérez Aubone, Buenos Aires, 1983.
