En pleno Siglo XXI cuesta entender que la mitad de la población mundial no tenga todavía una cobertura completa de los servicios de sanidad esenciales.

Hoy, cuando todo se puede alterar, el encuentro con la realidad es verdaderamente sorprendente, máxime si caminamos atados a poderes corruptos, a intereses mundanos, que desde luego van a impedirnos siempre contar con un espíritu libre, cuando menos para serenarnos y tomar la orientación justa; porque no es cuestión de repeler los diferentes contextos, sino de transformarlos en una sapiencia universalizada.


Desde luego, para que brote un horizonte de bien, tiene que tener tras de sí aires liberadores, dispuestos a reencontrarse con la autenticidad del diálogo; pues no hay otro modo de avanzar que adentrarse en el corazón de la vida, aunando esfuerzos y reconociendo lo que nos mantiene vivos e ilusionados. Ya está bien de tantos sometimientos y de menosprecios, de romper raíces y destrozar ilusiones, de aislarnos y de no saber mirar más allá del culto monetario.


Todos hemos de contribuir a tender puentes, al menos para que podamos sentirnos acompañados.


La realidad, ciertamente, nos traslada multitud de seres humanos abandonados. Está visto que cuando falla el auténtico amor, todo se echa abajo, empezando por la familia y acabando por la sociedad, que no entiende de clemencia y muchos menos de nobleza. Verdaderamente, dan desconfianza estas circunstancias actuales, pues todo se agita en lugar de imprimir reposo. Las consecuencias económicas de la pandemia ya se dejan sentir por doquier, puesto que las empresas despiden al personal en un intento de salvar el negocio, o se ven obligadas a cerrar por completo. Por consiguiente, y según la experiencia adquirida en emergencias pasadas, se espera que las necesidades de apoyo psicosocial y en materia de bienestar aumenten considerablemente. Urge, por tanto, invertir en los programas de bienestar físico, cerebral y social, constantemente infra-financiados.


Indudablemente; aceptar nuestra debilidad, en lugar de tratar de esconderla, es el mejor modo de adaptación, para poder renacer cada día. Bajo esta vulnerabilidad inherente a toda existencia humana, cuesta entender que aún la mitad de la población mundial no tenga todavía una cobertura completa de los servicios de sanidad esenciales. No podemos continuar con esta atmósfera excluyente. Debiéramos garantizar que toda la ciudadanía, en todos los lugares, tenga acceso a futuras vacunas, pruebas y tratamientos contra el Covid-19. De igual modo, el camino a los servicios que se relacionan con el raciocinio, las emociones y el comportamiento frente a diferentes situaciones de la vida cotidiana, o los programas de salud sexual y reproductiva, tampoco tienen que verse comprometidos. Desde luego, si hay algo que ha revelado esta pandemia, son nuestras múltiples fragilidades que poseemos, con sistemas de salud inadecuados, enormes brechas en la protección social y grandes desigualdades. El mundo de los más pobres y desfavorecidos apenas se le considera en ningún sitio. Además, por si fuera poco el desastre real, la incapacidad de los gobiernos del mundo de trabajar unidos es manifiesta y la inseguridad del ser humano es tan real como la vida misma.