"... Lo veo venir (a Guido) y al acercarse dispararme el acostumbrado: '¡Hola, poeta!' y mi invariable: "¡más poeta serás vos'...".


Hace menos de un año, cuando agosto arreciaba de tiritones del día y las calles nos encontraban de frente al rigor del frío y la emboscada de los Zondas, él se fue, inexplicablemente de golpe, entre nebulosas de desconcierto y brumas, cuando la vida ya lo tenía en el altar de la madurez más generosa y prolífera.


Guido dijo adiós y casi nadie lo habría escuchado -piensa uno- porque si alguien hubiera sentido en el corazón las palpitaciones de su alma decidora y voraz de poesía, quizá tendríamos a Guido Iribarren entre nosotros, señalando plátanos con su altura de punzante decidor, convocando personajes con su lengua encendida de imágenes agraciadas.


Lo veo venir, cadencioso de mañanitas libertarias, como su alma lo era, paso firme pero lento, como meditando el mundo al estilo del hombre sabio, como él lo era; porque sabio es quien descubre en las cosas el meollo, lo más bonito, el cuerpo grácil, el costado prodigioso, la mejor cara. Lo veo venir y al acercarse dispararme el acostumbrado: "¡Hola, poeta!" y mi invariable: "¡más poeta serás vos", que él siempre festejaba con esa sonrisa criolla, francachona y agraciada, suerte de abrazo con el cual nos agasajábamos en alguna esquinita feliz del día.


Este hombre supo decir los vértices de las cosas, los espejos de la ciudad, el sentimiento de sus comprovincianos, con el lujo de la palabra iluminada. Improvisaba versos a cada impresión que se le venía encima desde su ciudad o sus barrios. Guido Iribarren supo decir todo esto del mejor modo. La radio lo tuvo durante años como un intérprete sagaz de las vivencias, un recopilador de bellezas y verdades y un buen hombre, nada menos.


Era, a su vez, un personaje, algo que es propiedad de los elegidos; se necesita contar con perfiles que otros no poseen. El ser humano, felizmente, es irrepetible, es éste un don que no podemos dejar de agradecer, porque por él somos individuos y podemos distinguirnos infinitamente si hurgamos un poco en nosotros. Hay hombres muy parecidos a otros, generalmente los hijos a los padres, pero son muchas más las diferencias reales que los parecidos superficiales; el hombre es un generador de libertades, una historia de sucesos y sentimientos y, a su vez, el producto de varias historias que lo preceden; y, así como no hay dos novelas iguales, no hay dos hombres iguales, en tanto la vida es un enlace de circunstancias, en las cuales el principal protagonista es sólo un eslabón. Lo hermoso es que esta cadena está compuesta por eslabones irrepetibles. 


En Guido Iribarren las particularidades, los costados de su alma por los cuales fue lo que fue, son bastante singulares. Es, entonces, un personaje consolidado en la memoria de San Juan, por varios vericuetos y pretextos de su personalidad. Definir una persona me parece casi irrespetuoso. No hay nada más legítimo que mostrarla a través de sus actos y sus sentimientos. Por todo lo tuyo, gracias querido Guido.

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete.