La convivencia de dos mundos en uno solo.

El encuentro entre mundos diversos siempre es un fructífero acontecimiento, puesto que activa la creatividad del diálogo, promoviendo ese abrazo que nos universaliza y hermana. Lo importante es mejorar cada día, ponernos en disposición de comprender, a fin de impulsar una cultura de integración, que es de lo que verdaderamente andamos necesitados.


Ya está bien de tantas exclusiones. No cabe la cultura que margina, que descarta, e imprime el culto al dinero. Hay que pasar página. Uno debe de valer por lo que dona, jamás por lo que mercantiliza. Lo transcendente es valorizar la cercanía entre pobladores, poner buena disposición para entenderse, reconciliarse cada cual consigo mismo, y reconocer que nada somos por nosotros mismos. Preveo que ha llegado el momento de dedicar todas las fuerzas de cultivo a ese hermanamiento conducente a una radical novedad existencial, basada en adherirse a lo auténtico, empezando por dignificar a todo ser humano. No importan las razas, lo único que nos incumbe es tomar como propuesta la misión de abrir las puertas del corazón, como instrumento de cambio y avance. Tampoco podemos ser como piedras en el camino, somos gentes con alma, y por ende, con espíritu conciliador que ha de estar siempre dispuesto a garantizar un acceso humanitario allá donde se solicite.
Esos mundos diversos demandan, sin duda, de otra humanidad más compenetrada, máxime en esta época en el que proliferan multitud de avasallamientos. No podemos seguir instalados en la falsedad. Lo cierto es que la conflictividad crece y el desprecio hacia vidas también aumenta. A propósito, recientes estudios, destacan la necesidad de ampliar a escala mundial las actividades de prevención de la violencia. Por cierto, en algunos países de bajos ingresos, el maltrato durante el parto se ha convertido en un abuso común. Desde luego, este tipo de hechos crueles nos sobrepasan, como también nos supera este mundo fragmentado, interconectado al máximo, pero no armonizado. En consecuencia, debiéramos negarnos a que prevalezcan las armas, con su infernal potencial bélico, en vez de otro talante más racional y pacífico, que destierre de nuestra mirada esa energía ciega de venganza que nos degrada. Hace tiempo que la lluvia de rencores y odios nos deja sin palabras, pues reaccionemos como personas, no como lobos, con la fortaleza del único escudo protector que nos resguarda, el del amor de amar amor. Esto sí que sería un gran avance, ¡decir no a la siembra de terrores y sí a la plantación de la concordia!


Quiero pensar de que, si actuamos de manera conjunta, teniendo presente la causa común que nos mueve, los desafíos e intereses mutuos, agilizaremos la revuelta para crear un mundo más fraterno, más de todos y de nadie en particular, impidiendo que se enquiste la pobreza y engorden las desigualdades.


En cualquier caso, no es cuestión de cruzarse de brazos, sino el propiciar alianzas entre naciones y el favorecer otros lenguajes más auténticos, que son los que nos hacen salir de este futuro incierto, que nos lo estamos ganando, por dejadez e irresponsabilidad mayormente.