La infancia y la adolescencia son etapas de energía desbordante, de actividad, movimiento, dinamismo. Sin embargo, debido a cambios culturales, en los últimos años se registra un creciente sedentarismo en estas franjas etáreas. Un informe de fines de 2024 del Barómetro de la Deuda Social de la Infancia de la UCA, adviertía que más de la mitad de los chicos entre 5 y 17 años no realiza ninguna actividad deportiva fuera de la escuela

La tendencia se combina con un aumento en el uso de pantallas, menos juego libre y una caída en la participación en propuestas culturales y recreativas. El resultado es un escenario que preocupa a especialistas en salud, educación y desarrollo infantil.

Un fenómeno en aumento

En los últimos años, algo cambió paulatinamente en la vida cotidiana de los chicos. Después de la pandemia, los hábitos familiares, las rutinas de juego y la forma de vincularse quedaron alterados. Hoy conviven, de manera excesiva muchas veces, con pantallas, y un debilitamiento de la comunicación entre generaciones que deja a muchos niños más solos, más quietos y menos acompañados. El sedentarismo no es, entonces, solo una cuestión de falta de movimiento: es la expresión de un clima cultural donde el juego se reduce, la presencia adulta se debilita y el ocio activo pierde terreno frente a dispositivos que capturan la atención y mantienen a los más pequeños “ocupados” y “tranquilos”. Sin embargo, el juego físico, la exploración y el movimiento son tres pilares básicos del desarrollo. El movimiento mejora la atención, la memoria y la capacidad de concentración, habilidades clave para la comprensión y para el aprendizaje. Cuando el cuerpo se activa, el cerebro también lo hace. Además, participar en interacciones que suponen el movimiento del cuerpo favorece la confianza, el desarrollo de la autoestima y ayuda a regular las emociones. El deporte y el juego impulsan habilidades sociales, cooperación y resolución de conflictos, componentes esenciales del aprendizaje.

En los primeros años, el sedentarismo prolongado también puede interferir en el desarrollo motor, impactando en el desarrollo de habilidades finas como la escritura o la coordinación visomotora.

Ponerse en acción 

Revertir esta tendencia es posible, pero requiere una toma de conciencia por parte de los adultos. Porque ponerse en movimiento no se trata de tener un espacio amplio para correr o hacer que los chicos se entrenen como deportistas de alto rendimiento. No. Podemos incluir el movimiento en la rutina familiar, aún en espacios pequeños: bailar, saltar en el lugar, atrapar una pelota de papel, elongar, hacer dramatizaciones. Lo importante es ponerse en acción como parte de nuestra rutina: cuando nos levantamos, cuando volvemos a casa y nos reencontramos, antes de cenar. Pequeñas rutinas que corten el sedentarismo, que regulen la cantidad de tiempo que los chicos pasan frente a pantallas. La evidencia científica es contundente: estas rutinas de movimiento durante el día pueden hacer la diferencia. El movimiento es uno de los reguladores emocionales más potentes en la infancia, mejora el estado de ánimo y ayuda a conciliar el sueño. En cambio, el sedentarismo prolongado suele vincularse con irritabilidad, dificultades para concentrarse, baja tolerancia a la frustración y menor motivación.

El aumento del sedentarismo infantil no es solo un problema sanitario: es un síntoma de cambios culturales que nos atraviesan. En un contexto donde la comunicación se fragmenta, los tiempos se aceleran y la infancia queda más digitalizada y más sola. Estimular a los chicos a moverse, jugar, compartir con ellos y estar presentes se vuelve más necesario que nunca.

 

Por Silvana Cataldo