Este miércoles, el papa Francisco fue visto por primera vez en público con barbijo que, sin embargo, se quitó rápidamente antes de salir del coche que lo transportaba a la audiencia general.

Después de seis meses de las tradicionales audiencias de los miércoles grabadas en directo en su biblioteca privada, el Sumo Pontífice reanudó en septiembre esta cita en presencia del público, pero limitando la multitud a 500 personas al aire libre en el patio de San Dámaso, en el interior del palacio pontificio.

Después de quitarse la mascarilla, el papa se desinfectó las manos con gel con la ayuda de su asistente. Además evitó estrechar las manos y besar a los niños, como hacía en la inmensa plaza de San Pedro antes de la emergencia.

Pero este adepto de los contactos directos se acercó como siempre con jovialidad de los fieles, aglutinados a lo largo de una barrera en lugar de quedarse en sus sillas asignadas, algunos bajando sus mascarillas para saludarlo mejor, otros poniéndole en las manos un regalo, como una caja con pasteles, una estatuilla o un gorro blanco.

Antes de comenzar su catequesis y después de estrechar la mano a los prelados que participaban en la audiencia, Francisco recomendó sonriendo a la multitud volver “cada uno a su silla” para “evitar los contagios”.

Desde el inicio de la epidemia, el Papa parece poco ansioso por su propia salud, apareciendo sistemáticamente sin mascarilla al recibir a sus visitantes en el interior del palacio apostólico, aunque recibe muchos menos grupos que antes.

Criticas a quien quiere adueñarse de vacunas

Durante la audiencia, Francisco criticó a quienes quieren apropiarse de las vacunas y sacar ventajas políticas y económicas de la pandemia del coronavirus que afecta al mundo, y pidió a políticos y sociedades que fomenten el bien común.

“La crisis que estamos viviendo a causa de la pandemia golpea a todos; podemos salir mejores si buscamos todos juntos el bien común. Si no saldremos peor”, dijo el papa.

“Lamentablemente, asistimos al surgimiento de intereses partidistas. Por ejemplo, hay quien quisiera apropiarse de posibles soluciones, como en el caso de las vacunas. Algunos aprovechan la situación para fomentar divisiones: para buscar ventajas económicas o políticas, generando o aumentando conflictos. Otros simplemente no se interesan por el sufrimiento de los demás, pasan por encima y van por su camino”, añadió.

Francisco señaló que “la respuesta cristiana a la pandemia y a las consecuentes crisis socio-económicas” debe basarse en un amor que fructifique “a las familias y las amistades”, pero también “las relaciones sociales, culturales, económicas y políticas” para “construir una ‘civilización del amor’”.

“Sin esta inspiración, prevalece la cultura del egoísmo, de la indiferencia, del descarte”, argumentó.

Justificó que “un virus que no conoce barreras, fronteras o distinciones culturales y políticas debe ser afrontado con un amor sin barreras, fronteras o distinciones” porque así se podrán construir “estructuras sociales” que animen a la gente a compartir y no a competir, a “incluir a los más vulnerables y no descartarlos”.

Apostó por valores como “la creatividad, la confianza y la solidaridad” y rechazó el egoísmo, “ya sea de personas, empresas o naciones”, que no permitirá al mundo salir “de la crisis humana y social que el virus ha resaltado y acentuado”.

Reconoció que “la política a menudo no goza de buena fama”, pero alentó a las sociedades a no “resignarse a esta visión negativa, sino reaccionar demostrando con los hechos que es posible” y “necesaria una buena política, la que pone en el centro la persona humana y el bien común”.

Finalmente, destacó que “el bien común requiere la participación de todos” y que si cada individuo “pone de su parte”, sin dejar a nadie a un lado, será posible “regenerar buenas relaciones a nivel comunitario, nacional, internacional y también en armonía con el ambiente”.