
Tom Dumoulin conquistó el Giro de Italia convirtiéndose en el primer holandés en lograr semejante hazaña. El jefe de filas del equipo Sunweb cumplió los pronósticos y derrotó a todos sus rivales de la general en la crono final de Milán, desbancando así a Nairo Quintana, que se tuvo que conformar con la segunda plaza por delante de Vincenzo Nibali. El también holandés Van Emden fue el único hombre en superar al ‘capo’ de la general en el esfuerzo de 29,3 kilómetros en solitario.
No hubo sorpresas, aunque sí emoción. Porque nadie recuerda un Giro en el que los tres primeros de la general final quedaran tan unidos en la clasificación, por apenas 40 segundos. Dumoulin, el hombre más fuerte de este Giro en todas las disciplinas, cumplió las expectativas y se impuso en esta centenaria edición de la ronda italiana que resultó ser más descafeinada de la que cabía esperar y en la que pasó de todo, pero no tanto a nivel deportivo sino a nivel de anécdotas alrededor de la carrera.
Nibali (3ro) y Mollema (7mo) corrieron la Vuelta a San Juan
Porque resulta complicado encontrar un Giro o una gran vuelta en la que el líder haya tenido que parar a hacer su necesidades, algo que casi le cuesta el triunfo final. O una moto de policía (el día del Blockhaus) que consiga, por su torpeza, dejar fuera de combate a todo un equipo Sky, cuyos líderes, Geraint Thomas y Mikel Landa, quedaron anulados para la lucha por el triunfo final. Tom Dumoulin sabía que este era su Giro. Los casi 70 kilómetros contrarreloj obligaban a girar los focos hacia él. Sólo la montaña de la tercera semana, la que le privó de ganar la Vuelta a España en 2015, podría ponerle contra las cuerdas. Pero ni con esas. Dumoulin dio un enorme golpe de autoridad en la crono de Montefalco, ganó la etapa de Oropa, donde hizo levantar a todos de sus asientos cuando terminó atacando a sus rivales, y aguantó muy fuerte la tercera semana, pese a las inoportunas llamadas de la naturaleza. Su gran rival, Nairo Quintana, no mostró su mejor versión. Atacó, pero más con el corazón que con las piernas. Dumoulin lo vio tan claro que nunca se inquietó ante sus arreones. Algo similar a lo que sucedió con Nibali, tercero de la general, que quiso sumarse a la fiesta pero que tampoco pudo dar las dentelladas que en su día le valieron para ganarse el apodo de ’Tiburón’ aunque lo intentó hasta el final.